El día uno de abril del dos mil
quince subí a los Riscos, a las ruiniformes albas peñas que coronan la
hondonada. Era tarde de nítida calma, apacible para caminar, detenerse, observar,
sentarse sobre el blanco cuarzo y contemplar la clara luna, la rala nieve de la
Sierra, las hilachas de nubes sobre la
Peña de Francia; sentir la brisa y el agradable perfume de la flor del narciso
y la pringosa jara; mirar y mirar pueblos y Sierras en lontananza…
Permanecí hasta el final de la
tarde, respiré profundo, henchí mis pulmones, el sol agonizaba de amarillo y
naranja.
Ascender a los Riscos siempre fue
terapia; por ello, cuando descendía, como en otras ocasiones, con recobrada
ilusión, sentí, pensé y me dije, “vendrá
un nuevo día, lucirá el sol, la luna y la nieve blanca, florecerá el brezo, el espino, el cantueso,
la peonía, el piorno, el narciso y la jara; seguiremos ascendiendo, sintiendo,
disfrutando las arriscadas peñas albas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario