Estamos junto al menguado arroyo de la Dehesa donde la sombra del tupido y rico bosque alivia del tórrido sol de un verano interminable.
Estrecha y empinada senda, en la margen izquierda del arroyo, conduce hasta el haya más meridional de la península entre alisos, robles, castaños, madroños y verdes helechos.
En medio de expedito reducido espacio de especies arbóreas y sotobosque, el majestuoso porte del haya luce blanco tronco y verde follaje iluminado bajo límpido azul cielo. La esbelta, solitaria y relicta figura sorprende en paisaje tan sureño con influencia térmica mediterránea, aridez estival, suelos silíceos y tan alejada de los hayedos del norte y centro.
La sobrecogedora y seductora soledad de la especie acompaña la del entorno en una mañana de silencio apenas interrumpido por el espaciado canto de insectívoros y el casi imperceptible hilo de agua que se desliza entre las rocas cercanas.