EL
CORRETAJERO:
Hasta la década de los
sesenta del pasado siglo existió en San Esteban de la Sierra la figura del “corretajero” o los “corretajeros”, personas que actuaban de
intermediarios entre vendedores y compradores
de diferentes productos en la localidad. Esta tarea conllevaba una
comisión (en realidad impuesto municipal
sobre entradas y salidas de artículos) que se conocía con el nombre de corretaje que pagaba el comprador y vendedor
foráneo a tenor de la mercancía comprada
o vendida y el trabajo realizado por los corretajeros.
Para acceder al cargo de
corretajero o quedarse con el corretaje era necesario acudir a la subasta
pública que realizaba el Ayuntamiento cada año y ser el mejor postor en la
puja. Hubo personas que de manera reiterada ocuparon el cargo al ser
conocedores de los diferentes mecanismos y triquiñuelas propias de una
actividad en la que para poder sacarle fruto se recurría frecuentemente a la
picaresca.
Ocupar tal cargo exigió en
tiempos hacer un cuantioso desembolso que permitió al Ayuntamiento pagar secretario y otros gastos propios de la
entidad; ocasionalmente pagar el médico. Las cantidades ofertadas por el
corretaje llegaron algunos años a las cien mil pesetas. Es decir, constituyó
una importante fuente de ingresos para el municipio que desapareció a
principios de los años sesenta.
Hasta la construcción de la
Bodega Cooperativa el vino fue el producto principal de venta a través de los
corretajeros y por otro lado el que puso fin a estos intermediarios. Alubias, garbanzos, patatas,
aceite, frutas o carne tenían menor representación. La existencia de vino en
cada casa como principal excedente de cara al mercado, obligaba a los vecinos a
estar en contacto con el corretajero para poder vender la cosecha, algo que no
siempre sucedía. Si el cosechero ofrecía bajo cuerda incentivos al
corretajero era más fácil vender ya que
casi siempre el mediador estaba más cerca del comprador de fuera que era quien
pagaba, daba más propinas y a la par ofrecía meriendas, frecuentes entre el
colectivo de esta actividad. A finales de los años cincuenta, el precio del decálitro de vino oscilaba entre 50-60 pesetas y la tasa por decálitro
comprado de una peseta
Cuando no resultaba fácil
vender la cosecha, algunos productores optaban por establecer tiendas o bodegas
en otros pueblos o ciudades como Béjar, Alba, Barco de Ávila o Salamanca. Unas tuvieron carácter temporal y
otras se consolidaron durante años.
La procedencia de los
compradores y medios de transporte del
vino varió a lo largo del tiempo. Desde pueblos cercanos, Los Santos,
Valdefuentes, Fuenterroble, Endrinal y lugares algo más distantes, particulares
o propietarios de pequeños negocios llegaban con caballerías y pellejos a
abastecerse de vino; también con carros tirados por bueyes o vacas que habida
cuenta de las duras pendientes de la Santía, el Barrio Arriba y el tramo hasta
el Empedrado necesitaban ayuda de otras
yuntas de vecinos que disponían de vacas de alquiler para estas circunstancias.
Las cuestas del Bardal, siguiendo la vieja carretera, muchas veces requerían de
un auxilio similar. Hubo consumidores que para evitar los tramos más
complicados pedían que el vino se les acarreara
hasta los Pajares. Cuando los compradores venían de lejos era frecuente
la pernoctación en alguna de las tres posadas existentes, la de la Plaza, calle
del Barrio Arriba y calle la Alhóndiga.
Avanzado el siglo XX y a
distancias mayores, los pequeños camiones realizaron el transporte del vino en
pellejos y cubas. Ya al final en
cisternas. Desde San Esteban se abasteció a bares y almacenistas de la capital
de provincia y poblaciones más lejanas como Segovia o Cuéllar, entre otras.
El oficio de corretajero,
ligado preferentemente al vino, declinó desde el momento en que comenzó a
funcionar la Bodega Cooperativa, desapareciendo poco después.