Tras la torrencial lluvia del veintiséis de abril de dos mil quince volvimos a caminar entre arriscadas peñas y otras sendas llevaderas, entre el verdor del robledal, orquídeas, gamonas, cantuesos, nazarenos..., contemplando el vuelo del buitre, el multicolor abejaruco, las luces y sombras del cordal de la Peña y la blanca nieve de Béjar.
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