sábado, 4 de abril de 2020

SALAMANCA, CUATRO DE ABRIL DOS MIL QUINCE.


Es Sábado Santo.

Desde la Sierra de Francia nos hemos acercado a Salamanca; me acompaña el mismo grupo que ayer realizara la magnífica excursión por tierras de Valero. Hace una mañana luminosa y fresca, agradable para pasear y respirar el delicioso aire de primavera.

El día es hermoso, inspirador…; tan sugerente como aquella otra fecha en que al pasear las calles de esta urbe vieja, escribiera:

“Ciudad bañada de luz y piedra, blanca y azul, ocre, dorada y rodena; sostén de espirituales torres que compiten por llegar al cielo. Ciudad de arte manantial, alma viva espejada en piedra. Urbe dormida, tranquila, de espiritual tañido, cuando temprano te paseo”.
















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