A un lado y otro de Sierra Menor,
así conocida históricamente…, o lo que es lo mismo, la alineación montañosa a
la que se acogen en sus laderas núcleos como Frades, Las Veguillas o Cortos, se
extiende el amplio territorio de la penillanura sur salmantina, suelo endeble
de pizarras que a veces emergen como afilados dientes o uñas de diablo, resaltes de resistentes
cuarcitas y en general tierras onduladas surcadas por zigzagueantes e intermitentes arroyos que
siguen pequeñas vaguadas.
Los viejos encinares, a trechos
quejigales, ocupan gran parte de la superficie que se extiende al norte hasta cerca de la capital y por el sur
hasta Sierra Mayor, la sierra que se eleva sobre Linares, Navarredonda y
Tamames. Paisajes adehesados y grandes propiedades dominan este territorio
donde prolifera el ganado vacuno, ovino y porcino y donde el toro bravo vive en
libertad.
Bajo la apariencia de un paisaje
monótono, de amplio peniplano y monocromía marcada por el encinar, se esconde
un paisaje de indudable estética que requiere ojos para mirar y corazón para
sentir.
Asomarse desde los Sierros de
Cortos, las Veguillas o Castroverde hacia el dilatado paisaje de infinita
magnitud por el norte o hacia el que se funde con las elevadas sierras de
verde, gris, y blanco es el mejor ejercicio de relajación para la vista y el
espíritu. Siendo un paisaje intervenido por el hombre, invaden sensaciones de paisaje virginal, de vastas extensiones por donde trashuman en
libertad ungulados y herbívoros de diferente porte.
Viajar tranquilamente por sus
carreteras, adentrarse en los caminos, seguir paredes y vallas, nos acerca al
interior de esta tierra diversa, de encinares cuajados que cual bosques de
columnas sostienen redondeadas copas, de montes huecos de definidos verdes en
suelo y vuelo, de olivadas encinas que cual danzarinas de varios brazos marcan
el ritmo del momento, de viejos troncos combados, retorcidos, huecos,
solitarios que impávidos resisten el paso del tiempo.
Y al avance viajero, una pequeña
corriente y remansos en forma de media luna, singulares abrevaderos que retienen
las aguas en campos sedientos. Aquí y allá vuelo de rapaces, ramas y postes como
posaderos; praderías, arroyos y charcas como lugares de picoteo y alimento.
A distancia, pequeños pueblos y
caseríos, inmersos en un mundo cada vez más vacío, de hombres convertidos en
urbanos que cada día se acercan a la atención del ganado; de casas abandonadas,
de otras restauradas…, sin mayores y sin niños.