El Monumento Natural de las
Tuerces se localiza al Norte de la provincia de Palencia, cerca de Aguilar de
Campoo y sobre la pequeña población de Villaescusa de las Torres. Es el punto más occidental del Páramo de Lora
burgalés-palentino, interrumpido por el río Pisuerga que desde Aguilar fluye en
dirección norte sur. Más al norte de las Tuerces, el territorio palentino del
Páramo de Lora tiene continuidad geomorfológica en el ámbito de la Cueva de los
Franceses, Covalagua y Valcabado, mirador hacia Valderredible, tierras
cántabras y reductos palentinos.
Visto desde la distancia de Monte
Cildá, las Tuerces emergen con verticalidad desde el encajamiento fluvial del
Pisuerga en el desfiladero de la Horadada sobre el que se extiende una repisa
intermedia de cultivo previa a las rampas y farallón final, cortado éste a
cuchillo en algunos frentes y con llevadero repecho frente a Villaescusa.
Alrededor de doscientos metros de desnivel separan la base del río del punto
más elevado de las Tuerces.
Las Tuerces, como las otras Loras
del páramo kárstico, tienen la típica estructura geomorfológica invertida o de
sinclinal colgado. Como peculiaridad respecto al resto de las loras ofrece modelado erosivo diferencial con figuras
similares a las de la Ciudad Encantada de Cuenca y unas especiales condiciones
biogeográficas.
Las Tuerces, menos conocidas, con menor flujo
turístico que la Ciudad Encantada de Cuenca, son un reducto calcáreo que al
atractivo de las diversas formaciones que
coronan la lora aúna grandiosas perspectivas sobre un amplio territorio que
abarca hasta cumbres más elevadas de las montañas cantábricas.
Desde determinada óptica,
guerreros afrontados al precipicio defienden la fortaleza, secundados por otras diversas líneas de
guerreros separadas por los pasillos abiertos en las diaclasas a través de la
típica erosión kárstica. Imágenes de mayor o menor plasticidad, esculpidas por
la sorprendente Naturaleza, permitirán que ante la imaginación del curioso visitante surjan mil caprichosas
formas, auténticos hongos, muelas, taulas, ventanas naturales, oquedades de
fotogénica estética, lapiaces, abrigos naturales, simas, simulaciones de
paredes de piedra en seco, el inicio de una dolina…, y todo ello, dentro de un
espacio que podemos abarcar con tranquilidad y la mayor fruición en una mañana
en la que también contemplar las escasas plantas que crecen en el humilde suelo
calcáreo, muy llamativas en período primaveral: tomillo, genistas, carrascas, sabina, enebro, pequeñas hayas residuales, orquídeas, nueza negra, helechos rupícolas…
Asomarse desde los cortados
permite ver en proximidad las repoblaciones de pinos o los autóctonos
carrascales o melojares que crecen en la rampa bajo el farallón calizo que
rezuma las aguas de filtración o rompe en hontanares. Es contemplar un paisaje
diverso en tonalidades de blancos, grises, ocres, rojizos, tiernos verdes de
cultivos y oscuros de manto repoblado. Es ver las múltiples discontinuidades
paisajísticas, naturales unas, antrópicas otras. Es expandir la vista desde el
pequeño Villaescusa hasta Aguilar de Campoo o las níveas montañas del fondo. Es
ver las rapaces siguiendo las corrientes o lanzarse sobre la presa en el abismo.
Es recordar al hombre que a lo largo de los tiempos hizo Historia en las
numerosas cuevas habitadas del entorno, en el estratégico Monte Cildá, en las
iglesias rupestres, en las fortalezas, en el primoroso estilo del románico en monasterios e iglesias de pequeños
lugares, en las obras del Canal de Castilla o en la posterior vía férrea, en
las magníficas tareas de restauración llevadas a cabo en el arte del norte de
Palencia…
¡Visitado una vez este paisaje,
seduce de tal manera…, que te invita a volver!
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