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Como sabéis, Gustavo Adolfo
Bécquer pasó una larga temporada en el Monasterio de Veruela, a la sombra de la
gran cumbre moncaína. Trataba de aliviar la tuberculosis que le acompañó casi
toda su vida. Aquí escribió, además de algunas
Rimas y Leyendas, Cartas desde
mi Celda para el periódico madrileño
El Contemporáneo, cartas que según
parece fueron escritas en reclusión, sin la vivencia de varios escenarios
aludidos, tal como expresan ciertos críticos.
Hay que imaginarse a Bécquer y familia en el
silencio, entre las gruesas paredes de piedra, en sus paseos por el claustro
cisterciense, la iglesia abacial, los cortos recorridos junto a la hoy denominada
“cruz de Bécquer”, tal vez hasta Vera del Moncayo…, verlo mirar hacia la
elevada cumbre, soñar con tan egregio panorama, respirar los aires de invierno,
primavera y principios de verano, coincidiendo con la época que pasó en esta
ensoñadora tierra.
En la primera de sus cartas,
abandonado Madrid y ya en el monasterio escribe:
“Cuando se deja una ciudad por otra, particularmente hoy, que todos los
grandes centros de población se parecen, apenas se percibe el aislamiento en
que nos encontramos, antojándosenos, al ver la identidad de los edificios, los
trajes y las costumbres, que al volver la primera esquina vamos a hallar la
casa a que concurríamos, las personas que estimábamos, las gentes a quienes
teníamos costumbre de ver y hablar de continuo. En el fondo de este valle, cuya
melancólica belleza impresiona profundamente, cuyo eterno silencio agrada y
sobrecoge a la vez, diríase, por el contrario, que los montes que lo cierran
como un valladar inaccesible, nos separan por completo del mundo. ¡Tan notable
es el contraste de cuanto se ofrece a nuestros ojos; tan vagos y perdidos
quedan al confundirse entre la multitud de nuevas ideas y sensaciones los
recuerdos de las cosas más recientes!
Aquí os dejo el enlace acerca de mi vivencia en el Moncayo y mis compañeros en la cima
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