LOS SUEÑOS DE LA NOCHE.
Los sueños de la noche me han
conducido hacia el mar, mar interior, encrucijada de caminos, espejo de viejas
civilizaciones. Mar de multitudes que abrasan sus cuerpos tendidos sobre las
arenas de las playas bajo el inexorable astro sol. Mar también de sosiego, de
recia y brillante luz, de excitantes
colores, olores y sensaciones.
En sueños, una lejana mañana de
octubre de cielo nuboso, de lluvia
ligera que permanece sobre plantas y camino. Mañana de aromas de mar, de
húmeda tierra, de cantueso hollado, de
resina y pino. Mañana de oleaje
que golpea las orillas rocosas. Mañana
en que el erguido Peñón sobresale entre
las nubes que lo cubren de cintura para abajo. Mañana sin embarcaciones en la bahía y silencio,
mucho silencio, salvo el sonido de las olas que se desplazan. Mañana sin
pescadores en la mar que bien conocen el
refranero popular, “quand Ifac porta capell, pica espart y fes cordell”.
En sueños, la brisa de la mañana
y los indescriptibles olores, mezcla de tierra y mar, el amanecer junto al
Peñón y los dorados rayos que se expanden sobre la apacible mar, vacía aún de la marea de bañistas. El desayuno reposado
con el ventanal abierto hacia la mar y el siempre presente Peñón. Y conforme
crece el día, la luz brillante del Mediterráneo y el azul intenso de la mar.
En sueños, el paseo tempranero,
camino de la playa. La mirada hacia la señera arquitectura y tantas y tantas
obras sin estética, fruto de
precipitación y especulación. La
mirada hacia mansiones protegidas por bellas paredes, obra de expertos canteros;
hacia los grandes pinos residuales, los viejos olivos y algarrobos que cubren
el suelo de frutos; hacia el colorista jardín de geranios, pelargonios,
hibiscos, buganvillas y jazmines de intenso perfume. La mirada hacia la montaña urbanizada, hacia la escarpada
sierra de verde y blanco recortada sobre el azul del cielo. Y cada mañana, el agradable trayecto en el que sientes la
vida sin preocupación, como tantos y tantos turistas que hallan en estas
tierras su particular paraíso terrenal.
De repente, el bullicio de la
playa, los mil colores de sombrillas, toallas y trajes, los olores de cremas
bronceadoras o protectoras, el deporte sobre las arenas y las aguas. Periódicos
y libros bajo las sombrillas, niños construyendo castillos y pozos en los que
pronto surge el agua.
En sueños las calles estrechas
del viejo Calpe, aquellas pendientes cuajadas de flores, el ilustrativo museo,
la angosta puerta del mar y las refrescantes cervezas entre los habitantes del
lugar.
En sueños el sopor de la tarde,
la siesta a la sombra y el cálido viento que enrojece la piel de forma desigual
como si de remiendos corporales se tratara. Pasadas las horas, el descenso a
las limpias rocas y aguas color turquesa, tranquilas, lejos de la algarabía
playera. Posteriormente, cuando el sol se despide, sopla la brisa de la tarde y las temperaturas se hacen
bonancibles, sientes la relajación en el paseo, en el refresco y conversación,
la cena frugal y la mirada hacia las tintineantes luces sobre las aguas, la
luna llena sobre el Peñón o la bahía en la que pequeñas embarcaciones disfrutan
de un espectáculo sin igual.
El alba está cerca y a través de
la ventana entreabierta entra el frescor que te despierta y te vuelve a la realidad.
No estás en la mar; ha sido un sueño confuso acerca de existencia vivida que
desearías de nuevo recobrar.