“En un lugar de la Mancha, de
cuyo nombre no quiero acordarme,…”, así comenzaba Cervantes el primer capítulo
de Don Quijote de la Mancha, para
poco después, en el segundo capítulo, situarnos geográficamente en un territorio
de la amplia región manchega al escribir: “Apenas había el rubicundo Apolo
tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños
y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la
rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y
balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso
caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su
famoso Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”.
Es sorprendente cómo desde la
pedregosa y pobre tierra del campo de Montiel, Cervantes proyecta un
héroe-antihéroe que va a deshacer entuertos, que busca un mundo mejor, que
busca la justicia. Quizás está pensado en la naturaleza buena de las personas,
soñadoras, locas…, a veces más cuerdas que aquellas que cuerdas se consideran. Quizás
está pensando en esos apartados lugares de los que nadie se acuerda hasta que
surge una obra universal como el
Quijote, quizás está pensando en
la valoración de las pequeñas cosas, quizá en que la pobreza no está reñida con
la belleza, quizá en que es necesaria la valoración de cuanto tenemos a nuestro
alrededor. Tanto es así, que del Quijote
se desprenden lecciones que sirven para todos los tiempos y no estaría mal que
releyéramos las páginas de este libro magistral y trasladáramos a nuestro mundo
el sentido común que de cuando en cuando surge en medio de la locura del héroe.
Si el Quijote es universal, universal es esta
superficie que se extiende entre las provincias de Ciudad Real y Albacete, una
tierra calcárea en la que hallamos las Lagunas de Ruidera, también citadas en
el Quijote. A lo largo de veinticinco kilómetros se extiende una sucesión de
lagunas que desde los ochocientos setenta metros en la laguna Blanca descienden
hasta los seiscientos cincuenta en la laguna del Cenagal, uno de los paisajes
más bellos de España a pesar de la nefasta intervención humana urbanizando sin
sentido, deteriorando las tobas de cierre de las lagunas, realizando sondeos y
agotando los humedales, arrojando las aguas sin depurar, creando playas
artificiales…
Gran decepción
sufrimos cuando por primera vez visitamos Ruidera; en nada se parecían a
lagunas las de inicio en la provincia de Albacete y hasta la laguna Luenga, a
pesar del nombre, no era más que un pequeño charco. Quiso la fortuna que las
abundantes lluvias y algunos entuertos
subsanados nos permitieran en varias ocasiones posteriores contemplar la
hermosura de las aguas retenidas de forma natural, su brillo y color, su fluir
superando los diques tobáceos y creer de nuevo en los milagros de la Naturaleza
y en un espacio en parte recuperado.
Mapa esquemático del libro Castilla la Mancha, Espacios Naturales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario