Lo que antes fue estrecho y serpenteante camino de
herradura, acotado por muros pétreos, se
ha convertido en empinada pista que conduce
hacia un elevado y suave relieve donde aflora granito y resistente cuarzo que culmina en piramidal
dique del que bloques desgajados
separan parcelas y pagos bien definidos.
El continuado ascenso obliga a
respirar profundo al tiempo que se vuelve
la vista atrás ante el panorama que se abre a los ojos del senderista, una gran
fosa de dispersos y redondeados montes por donde zigzaguean encajonadas
corrientes de agua, pequeños núcleos de población y un horizonte prominente que
cual almenas de castillo contornea la región.
Cuando muere la cuesta,
acumulaciones de piedras que denotan intervención humana pasada y una viña
solitaria tempranamente limpiada que aun viste galas de otoño. Alrededor,
campos de bravía faz, cercados unos y abancalados otros. Más delante, nuevos indicadores de asentamiento humano
donde o bien enterrados o cubiertos de piedras quizá se esconda patrimonio
similar al de otras áreas de idénticas características.
Las alargadas y estrechas
parcelas del alto en las que señoreaba el viñedo hasta los años noventa han
visto cómo en poco tiempo robles, grandes retamas y zarzas dominan un paisaje
que ha sufrido enormes vaivenes a lo largo de la Historia. Hace siglos esta
tierra fue habitada y explotada tal como puede observarse en diferentes puntos.
Por razones que desconocemos se produjo el abandono para más tarde volver a ser
cultivada y entrar en la actualidad en una nueva etapa de regresión, siendo muy
difícil predecir el futuro.
¡Cuantos recuerdos y
vivencias vienen a la mente al recorrer
estas altas superficies, abiertas a todos los vientos! A la memoria llegan aquellos días
de vendimia, azotados por la lluvia y el viento en los que había que guarecerse
en la caseta; aquel octubre de hielo y vendimia con la lumbre encendida de forma
permanente junto al majano; aquel Jueves Santo que aunque soleado el helador aire del norte te dejaba aterido
al realizar poda y sarmentera; aquellas suaves últimas vendimias cuando a
mediodía se acababa el trabajo y la comida era tranquila entre Risco y Risco
con las mejores perspectivas; el gran esfuerzo humano y la solidaridad entre los vecinos; las tardes
de holganza y juventud en las que la
cuesta no pesaba y sentado sobre el dique te parecía dominar medio mundo. Alcanzabas
lugares, el profundo valle y las altas montañas. Mirabas el abrigo rocoso que
protegía del norte y pensabas en las veces que habría servido de cobijo.
Esperabas el atardecer, aguardabas hasta el último momento y descendías con la
velocidad del rayo.
Todo parece cambiado; las parras han desaparecido y apenas
se ven los bravíos; el gran cerezo lleva seco mucho tiempo; los hermosos castaños desaparecieron fruto del goloseo de pastores y cazadores; el majano desde el que era más fácil cargar las bestias está
rodeado de enormes escobones; en la puerta de la caseta han nacido carrascas
que impiden ver la entrada; las paredes del corral están derruidas; frente al
risco han crecido los robles que roban parte del panorama…
Hoy, como en otro tiempo, con la
ilusión de recobrar paisajes muchas veces transitados, hemos subido la cuesta,
recreado, escudriñado; hemos resistido hasta el último suspiro del sol y cuánto
y cuánto hemos recordado, lo bueno y menos bueno que experiencia nos ha dado.
Hemos apreciado el gran poder de la Naturaleza y lo nimio que es el ser ante
las grandes fuerzas que en tan poco tiempo todo lo han cambiado. Por ello,
sigamos la ruta que nos hemos trazado, aprendiendo de cuanto nos rodea,
disfrutando de las pequeñas a veces grandes cosas y no ambicionando…