El seis de abril de dos mil
catorce, varios amigos de Salamanca me
habían solicitado realizar la Ruta de los Lagares Rupestres. Dos fechas previas
contábamos con un grupo de ocho o diez personas como máximo. La mañana del día
señalado el número se había incrementado
de tal forma que en algún momento del camino nos habíamos reunido alrededor de
treinta.
No había problema, era un grupo
bien avenido, receptivo, que venía a disfrutar de lo desconocido no obstante
proceder de lugares no muy distantes de San Esteban. Habían sido previsores
para hacer un descanso a mitad del camino y degustar los buenos ibéricos que
traían de Ledrada y empanadas de la ciudad. Por nuestra parte ofrecimos varias botellas del vino de
cosecha que hicieron las delicias de los senderistas.
Si ameno fue el momento de parada
junto a las eras de Majallana, el buen
ambiente, el soleado día, con algunos cambios fisionómicos en la distancia, la
floración del cerezo, violetas, prímulas… y, por supuesto, la visita de varios
lagares así como la comida en las Llares sirvieron para gozar de una espléndida
jornada de Naturaleza, cordialidad y gastronomía.
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