PAISAJES CON
QUERENCIA, PERSONAS CON ALMA.
¡Tantas veces he recorrido este
paisaje, tantas lo he recordado, tantas
soñado, que hoy de nuevo con la bella luz del día, la mente despejada y la
inspirada e infundida ilusión de juventud,
emprendo mi particular aventura!
He iniciado el ascenso entre el
laberinto rocoso de festones de hierba rodeado, de escobones de flores blancas
y amarillas, del olor a vainilla que la
brisa matinal trae de las cercanas
flores de altas genistas, de gamones que siembran de blancos tallos la cuesta,
de alguna máscula dispersa, tan diminuta, frágil y tan bella…, de la mirada del
ganado que hace un inciso en su comida y
muge ante el paso del intruso.
He sorteado obstáculos, he cruzado una ribera, he
fotografiado flores, árboles y piedras.
Llevo más de media hora caminando,
siempre por empinada senda. Subo con respiración jadeante y el corazón acelerado. Al tiempo que camino y observo, en
el silencio de este orbe majestuoso, mil preguntas surgen sobre este paisaje y las gentes que habitaron esta geografía en la
que se descubren huellas ignotas sin respuesta; ¡qué impresionante fue su
trabajo! Siempre he admirado la anónima obra de aquellas personas que no
figuran en ningún anal de la Historia.
Detengo el paso y sosiego, miro
en rededor y nada turba las agradables sensaciones del alma ni la tranquilidad
de la nítida mañana. Ahora respiro profundo y lleno mis pulmones del aire suave
de primavera, palpo la fresca roca y contemplo la impresionante obra de la
cerca, piedra a piedra sin argamasa sujeta. Es tan mágico el lugar que me
siento sobre la hierba, cubro mis ojos mientras reposo y vaga mi mente por vida
y tierra de un espacio cercano, para
muchos perdido para siempre. Como si de
ayer se tratara recreo una y mil escenas. Veo trabajos ingentes, sudorosos
rostros de hombres y mujeres en una labor incesante para crear un paisaje en el
que vivir. Veo padres esforzados cavando a montón, cavando las veras, haciendo
profundas gavias que luego entierran; surgen imágenes de arada, siega y eras. De cargas de leña, de uvas y fresas. Contemplo
mujeres lavando la ropa en el arroyo, cosiendo en la solana, recogiendo uvas en
octubre y aceitunas en los fríos días del invierno. Una reata de caballerías
transporta banastos, sacos, árganas y aguaderas. Desde los Pajares, Rando, las
Huertitas, el Hituero, el Cancho… los caminos se llenan de personas y bestias. Veo
niños que ayudan en las tareas, no parecen quejarse, van transportando pequeñas
piedras que los padres colocan sabiamente para proteger el suelo de cultivo.
Niños que recogen las hojas de robles y castaños que sirven de cama en los
establos; esperan las cabras de la piara y luego ordeñan; suben a los árboles y
cortan ramas que forman haces para el alimento del ganado; también siegan la
hierba y sarmientan. Dentro del duro avatar de la vida, parece una idílica
escena, sin ambiciones, en armonía con la naturaleza. Pero…, nunca fue tan
idílico el mundo del encorvado hombre sobre la gleba. ..
Despierto de mi ensueño y reflexiono
acerca de nuestra era, de los cambios habidos en personas y en la vida entera. Imágenes fugaces cual
estrellas surcan mi mente. Ciudades, grandes obras, crudas realidades sociales,
conflictos, crímenes contra la humanidad cada día, mentiras y guerras. No
quiero verlo. No puedo. ¡Mejor hoy no…! Miremos hacia otro lado, no rompamos la
magia del lugar ni abandonemos las emociones de la primaveral mañana, pensemos en
la naturaleza, en las personas buenas, en los signos de humanidad y en las palabras que alientan.
A poca distancia un abrigo rocoso
y bajo él, mimetizado, un sorprendente nido de golondrina dáurica. ¡Qué
curioso, qué alejado de la civilización y el ruido, qué belleza de construcción
lejos de posibles depredadores, qué sabia naturaleza! Salvada la distancia y
magnitud me recuerda los dólmenes de galería y posterior cámara. Aquí, no para reposar
eternamente sino para engendrar nueva vida en la mullida estancia de plumas
enfundada. Me retiro, podría entorpecer la crianza. Desde cierta distancia
observo cómo se acerca la madre. ¿Qué lleva en el pico? ¡Una pequeña larva, un
insecto…! Quizá no tarden mucho en volar
los polluelos; se alimentarán de los diminutos
voladores que a contraluz se reflejan
cuando miro al cielo.
Tomo mochila y cámara. Emprendo
de nuevo la marcha y continúo subiendo entre la misma belleza pétrea. Conforme
gano altura voy contemplando más y más tierra. Allá lejos la Peña; más cerca el
espectacular Castillo, montaña de formas seniles, de arquitectura vieja. Cojo
los prismáticos y observo la Puerta del Sol del Castillo desde donde más de
una mañana hace años vi amanecer.
¡Cuántos recuerdos me trae…, desde aquellas excursiones juveniles a las más
recientes visitas en las que poco a poco se van cerrando las sendas sin que se
atisbe solución al generalizado abandono! Necesito volver y hollar el
dilacerado paisaje que tanta hermosura e Historia encierra.
Por las alisadas rocas corren hilillos
de agua que rezuman del musgo y la
hierba. Al caminar, resbalan las piedras. Hay que tomar precaución en este territorio
de soledad donde nadie escucharía mi voz ante cualquier emergencia. Pero…me
agrada esta aventura de senderista solitario que observa, toma notas,
fotografía cuanto le sale al paso e indaga por todos los rincones a la par que
piensa en vida y personas buenas
mientras la andariega bota hace huella; no es la primera vez que día tras día y en soledad he recorrido leguas. Aunque
los años pesan y la cabeza no esté tan despierta, hoy parece un día muy
especial. Es como si recobrara los aires de veinte abriles. Pero no quiero
engañarme; tal vez a la caída de la tarde sienta el cansancio propio de un esfuerzo
desmedido; toda prudencia es poca. Procuraré medir mis fuerzas.
He llegado a un punto donde la
pendiente quiebra, sitio ideal para ver y no ser visto, para establecerse y
gozar de las grandezas naturales. Merece la pena merodear y disfrutar de tan
sobrecogedor paisaje. Soy afortunado de gozar de esta escenografía hoy olvidada
que tanto esfuerzo costó domeñar a nuestros antepasados, seres que vivieron
para trabajar y subsistir con el mínimo disfrute. Tal vez sí disfrutaron, no de
las ciudades, ni del dinero, ni de las nuevas técnicas sino viendo las cosas
bien hechas, las paredes perfectas, la cercana fuente siempre limpia para
saciar las sedes en cualquier faena; viendo crecer a los niños y procurando una
vida mejor para ellos y que no enterraran los pies en la tierra. Es seguro que
disfrutaron de la amistad, la palabra dada, la colaboración, el cariño, la
familia, vocablos que esta sociedad quiere desterrar. Pero no…, en el tránsito
de esta vida quedan personas buenas que no entienden el vivir de otra forma que
no sea entregándose a los demás. ¡Dejémonos guiar por ellas!
Continúo mi andar solitario por
zona de matas frescas, entre bardas que
ofrecen todavía el verde pálido aterciopelado propio del inicio de germinación.
A trechos, un espino albar y el penetrante olor de sus flores, unas rosas de
peonía, azulados jacintos y hierba, mucha hierba, alta y endeble como forraje.
En medio de este robledal, signos indelebles de primitivo hábitat. En poco
espacio dos tumbas antropomórficas, acumulaciones de roca de posibles
asentamientos y dos lagares rupestres semienterrados. Revivo con emoción el
momento y evoco la intensa conmoción de aquella tarde de invierno en que se
producía el hallazgo cuando conducido
por una especial querencia veía el corte
en ángulo recto de la pila principal de uno de los lagares. Miro hacia la copa de los altos robles y no
veo el nido de águila que hace poco ocupaba un lugar señero en el más grueso de
ellos. ¿Qué habrá sucedido?
En esta fraga inmensa, en parte
impenetrable, la nostalgia se apodera
mi. A pesar de las lluvias la fuente está seca, ocupada por una sauceda de
tronco colosal; las paredes de los bancales apenas se perciben y en el antiguo
huerto crecen enormes zarzales. No quedan restos de viña ni tampoco de frutales. La maleza entretejida en pocos años
se ha apoderado de todo. Evoco las tardes de riego con los pies descalzos, las
manzanas verde doncella y aquellos
preciosos días en los que recogíamos las
cerezas. Recuerdo el nido de oropéndola en el extremo de una rama, los hermosos
tonos amarillos de esta ave migratoria y su canto reiterado al que los niños
dábamos respuesta preguntando ¿“gurupéndolo…, me enseñas el nido”? y el ave reticente respondía “no, puto judío”. ¡Cuántos
años hace de esto! La imaginación vuela ¿Qué tendrá el paisaje en el que evocamos situaciones y personas que provocan
tan sublimes emociones? Me acerco a la perfumada madreselva, junto al enorme
canchal de redondeadas formas. Parte de ella está seca; ya nadie corta sus
ramas ni aprecia la más sutil de las fragancias de primavera. Todo a mi
alrededor está lleno de recuerdos, de pequeños detalles que hacen la vida más
bella, lugares y vivencias nunca olvidados, tras años in situ recobrados.
Me estoy haciendo viejo. Esta mirada evocadora, “como si cualquier
tiempo pasado fuera mejor”, creo que es un signo de debilidad, de un norte
perdido difícil de recuperar.
Dejo atrás el paisaje arruinado con el nuevo sesgo de primigenia selva. Llego a
un claro del monte en el que veo piedras hincadas paralelas entre si cuyo
significado no acierto a descifrar. Es evidente que no se trata de una
conducción de agua. ¿Qué pudo ser? Tampoco sabría explicar la enorme
circunferencia de piedras que sobresalen ligeramente del suelo. ¿Fue algún
antiguo corral hace muchos años abandonado? ¿Fue la cimentación de una gran
choza o vivienda en plena naturaleza?
¡Ah, qué maravilla! Acabo de ver
surcar el cielo a la cigüeña negra. Sorprende el vuelo bajo y la ausencia de
movimiento de las alas. Vuela solitaria como camina solitario el senderista.
Rápidamente ha desaparecido ¡Es una pena!
Entre cantuesos en flor y
aromáticas plantas me voy acercando a las altas peñas, cada una diferente y con
tan sugerentes formas que podríamos
atribuirle un símil en el mundo animal. Ésta aparenta una tortuga, aquella un
pingüino, la otra una foca con la cabeza vuelta; aquella tiene el aire de un
héroe dominador que a todos inquieta. He subido con facilidad a una de estas
peñas desde donde diviso grandes superficies. Es prácticamente plana en su
parte superior. En un lateral hay una marmita de erosión que acumula un poco de
agua y al lado lo más parecido a un asiento de corrosión natural. En tan
agradable sitio y con tan llamativas
perspectivas he decidido descansar, tomar un poco de agua, unas notas, pensar,
soñar…
Pronto será hora de comer. He
traído la socorrida tortilla de patata rallada, con perejil y ajo picado, algo de embutido y poco más. El
vino casero, como es de rigor, no podía faltar y en esta época del año, el
aliño para una ensalada de “pimplina”, tal como por aquí se conoce a tan
exquisitas hojitas, es también obligado.
Me he acercado a manantial
conocido donde ningún año falta la maruja. He cortado con cuidado la necesaria
para el momento y tras el ceremonial de limpieza la he aliñado. ¡Qué rica me ha
sabido, qué bien la tortilla y el embutido acompañado de un trago! Ahora
descansamos y observamos…
Es hora de moverse e iniciar la
búsqueda de posibles hallazgos. Transito por paisaje recio y descarnado, de
escueta tierra, de pobres matas, de covachas y vivares. Es zona de erosión
altamente antropizada que muestra las desnudeces de la roca madre donde el
suelo en pendiente ha sido lavado. Junto a un gran bloque tajado por el rayo
veo los restos de un aprisco desvencijado y abundantes trozos de fina pizarra. Doy
vueltas por el entorno y nada veo que se aproxime a lo que voy buscando. Llego
hasta el cercano regato. Subo y bajo. Escudriño entre unos robles altos donde
de nuevo hallo restos de pizarra y acumulaciones de piedra que me hacen
sospechar que hay algo. Es baldía mi búsqueda. Desisto de mirar en este extremo
y conforme camino voy mirando piedra por piedra en territorio casi lunar no
exento de peculiar y llamativa estética.
He llegado a la zona opuesta, cerca del lugar donde hace años localicé un lagar
de único recipiente y otro simplemente señalado. Pienso que puede haber algún
otro. Busco con insistencia no dejando rincón. Ha pasado un rato largo.
Diminutas y delicadas flores se hallan al resguardo de bloque esférico que como
una sonrisa elevan el ánimo. Subo al granítico canchal y desde arriba voy
mirando. Nada descubro. He bajado de la roca y persisto en mi labor. A no mucha
distancia doy un salto y grito, “alea
jacta est”, la suerte está echada; mejor, la suerte me ha llegado. Un pequeño y
precioso lagar bien conservado. Pila mayor
de pisado, perfecto bocín y pilón donde recoger el mosto. ¡Qué agradable
sensación, que satisfacción cuando te esfuerzas, cuando sueñas y localizas lo
que vas buscando!
He tomado medidas, anotado
características y fotografiado por los cuatro costados. Feliz he seguido rumbo
hasta volver al alto cerca del camino. Deseo sentarme, contemplar, soñar y
aguardar un rato. Aún queda día. Este accesible berrocal, como mi propio
apellido, es el punto ideal para permanecer hasta que el sol vaya declinando.
He soltado cámara y mochila y tumbado sobre la roca he querido vagar por un
mundo de fantasía.
Tal vez estoy obsesionado con mis
investigaciones; creo que como cualquier humano. Unos sueñan con un coche de
muchos caballos, otros con un palacio; algunos con el poder y control sobre los
demás o ser los más ricos del planeta. Países ricos con esclavizar al pobre… No
entiendo que el sueño del dinero y el poder provoquen tantas
desigualdades sociales, tantas injusticias, que mueran tantas personas por la
ambición de unos cuantos. Algunos tenemos pequeños sueños, descubrir retazos de
nuestro pasado, una jornada en la naturaleza,
una sonrisa, un gesto cariñoso,
una agradable palabra, el sueño de la amistad recobrada…Soy hombre de pocos
sueños pero hoy he tenido uno de ellos.
No se
durante cuánto tiempo he dormitado, soñado y vivido vagando en confusión de ideas… Y tras
el lapso transcurrido, con bella y
humana sonrisa me han susurrado: “es el crepúsculo, abre los ojos y contempla
el resplandeciente atardecer, disfruta
la luz poderosa del ocaso de esta feliz jornada y sonríe con la ilusión que
te han inspirado”.
El paisaje que ahora contemplamos
es el resultado de una larga y compleja evolución natural y de la milenaria
intervención del hombre sobre el mismo. Recorrer estos lugares es fuente de
inspiración, de emoción, recuerdo y
reflexión acerca del pasado y presente natural y humano. Sin sensibilidad ni se siente ni ilusiona esta bella Naturaleza que nos rodea en la que nuestros
antepasados dejaron una huella que nos cautiva y provoca no pocas
interrogantes.
A María por su gran sensibilidad hacia los paisajes serranos y la ilusión que siempre trasmite.