RECUERDOS Y NOTAS DE VIAJE: SOS DEL REY CATÓLICO.
¡Qué interesante panorama el que
tengo frente a mí! He cruzado el puerto
de Sos, ochocientos cincuenta y seis metros sobre el nivel del mar y la mirada
se recrea en el valle del Onsella, el del Aragón, las sierras de Leyre y las
altas cumbres pirenaicas. Atrás quedan las tierras del llano, los horizontes
infinitos y las resecas áreas de la Depresión.
De forma gradual entro en la zona
de transición botánica en la que los quejigos ocupan gran extensión en las
sierras pre pirenaicas que tengo a mi derecha. Mañana caminaré hacia la España verde, la de los ríos
claros y las montañas blancas.
He llegado a Sos, nombre con el
que se conoció este lugar hasta 1924
para después llamarse con el actual de Sos del Rey Católico por haber nacido
aquí Fernando el Católico, primer rey de los distintos reinos y territorios de
España tras la toma de Granada y la sumisión del Reino de Navarra.
Me he dirigido al Parador. Sopla un viento hediondo que proviene de la
papelera de Sangüesa. En recepción me han dado buena atención y me han asignado
amplia y pulcra habitación. Me he acomodado y de inmediato he comenzado a resumir lo más relevante de la jornada. Tras
cena frugal me he ido a dormir. Necesito descansar.
Tras dormir profundamente, la luz
del día me ha despertado. Es hora de desayunar y salir a las calles de este
bello pueblo. Antes paseo por las galerías del Parador que sostienen pilares de
madera y en las que la tranquilidad reina a estas horas de la mañana.
Sos se encuentra a seiscientos
cincuenta metros sobre el nivel del mar en medio de un paisaje de permanentes
quebradas que se rompen camino de Sangüesa. Es la suya una estructura alargada,
estratégica y perfectamente acomodada a la topografía. Desde distintas
perspectivas aparece como un caserío apiñado y ascendente que culmina en la esbelta
Torre del Homenaje, por encima de la grandiosa iglesia que lleva el sello del
románico. Es la iglesia de San Esteban. ¡Qué bella es su portada y qué atractivo
su interior!
Esta urbe, capital de las Cinco
Villas aragonesas aún conserva parte de su muralla. No es extraño que fuera
plaza fuerte si tenemos en cuenta la importancia que adquirió tras la
reconquista del siglo X, la anexión de Ramiro I en el siglo XI al reino de Aragón
y la situación de frontera. ¡Cuántas escaramuzas no se habrán dirimido entre
esta población y las de la vecina Navarra!
Las calles empedradas, estrechas,
algunas sin salida, los arcos, escudos, ajimeces y las robustas construcciones
de piedra labrada o sillarejo tendentes a la vertical nos retrotraen al lejano
pasado del Medioevo que algunos
emparentan con el mundo musulmán a pesar de ser núcleo cristiano. Bellísimos
los soportales, tantas veces recreados en la publicidad, la irregular plaza y el
Ayuntamiento de magnífico alero; interesantes en la localidad, la Lonja y el
Palacio de Sada; sublimes las perspectivas del caserío y del ámbito circundante
desde la Torre del Homenaje.
No hay mucha gente en las calles.
Se puede pasear en paz en una agradable mañana de estío.
Junto a la iglesia de San Esteban
un ocioso habitante jubilado me explica que Sos había tenido más de tres mil
habitantes y que ahora no llegan a mil. Me habla de la enorme presión
humana sobre la tierra a mediados del
siglo XX, de los cultivos de vid, olivo y cereal, del abandono de los campos y
la emigración a Pamplona y Zaragoza. Me informa del regreso de algunos de los
naturales y de la rehabilitación del pueblo, de las personas adineradas que se
han afincado, de las elevadas subvenciones y del turismo que no cesa en los
fines de semana y vacaciones. “Sos no era así; ahora está más adornado, con
flores en muchos rincones de la población y fachadas de las casas, más limpio y
cuidado en todos los sentidos”.
Los cincuenta kilómetros de
Pamplona y los poco más de ciento veinte de Zaragoza hacen que Sos, escaparate
pre pirenaico, atraiga al turismo de retorno y al ajeno que sabe de su belleza
y las buenas infraestructuras. Estupenda puerta la de Sos para iniciar viajes y
excursiones por los pirenaicos valles de Navarra y Huesca.
Recorro calles y plazas, vuelvo
sobre los pasos dados y no me canso de mirar la inefable atracción que estética
e históricamente tiene la localidad.
Alrededor del mediodía las calles
y bares se animan, los turistas miran, enfocan sus cámaras y captan imágenes
para el recuerdo.
Voy camino del aparcamiento y
siento que en breve dejaré atrás un núcleo singular, que marca huella en el
viajero e invita de nuevo a visitar.