TURISMO RURAL.
El concepto de “turismo rural” se ha generalizado tanto y ha evolucionado de forma tan dispar que es difícil en el momento actual aunar criterios y dar una definición única, válida para todos. Las diferentes Administraciones tienen su idea sobre turismo rural, los propietarios difieren en su concepción, los clientes opinan de forma variopinta y lo que para unos significa simplemente ir a una casa que no es la propia, para otros es una alternativa turística diferente, más rica en matices y de mayor proximidad humana que el modelo turístico dominante en España, el turismo de masas.
Hay quienes prefieren hablar de “turismo en el campo” o “turismo en el espacio rural”, conceptos válidos pero tal vez excesivamente latos. Para algunos, turismo rural se define como “cualquier actividad de ocio que se desarrolla en el campo sin tener en cuenta cuál sea el medio de acogida”; en este caso no se precisa tampoco sobre la dimensión del alojamiento, qué tipo de actividades y qué fines. Más restrictiva es aquella definición que surge a la par del movimiento turístico en nuestro agro, allá por los ochenta y noventa del pasado siglo y que tiene en cuenta un espacio rural concreto, actividades naturales y culturales respetuosas con el medio, el número de habitantes de los núcleos, las mutuas aportaciones culturales entre demandante y receptor, un determinado tipo de alojamiento.....
En la década de los noventa, Regueiro Oxinalde decía que el turismo rural englobaba al ecoturismo y al turismo verde, al turismo cultural, al deportivo, al agroturismo, al de aventura, al blando o alternativo y al sostenible. Bote, Bardón, Crosby, Gallardo y otros analistas se hacían eco de aquella filosofía que inspiraba el incipiente turismo en el espacio rural español, una filosofía que ha cambiado de forma sustancial en el siglo XXI fruto de excesivo proteccionismo en algunos casos, de una visión exclusivamente económica en otros, de la ceguera y despilfarro político en subvenciones y comercialización, de una desmedida oferta, nada humana y sostenible...
En la nueva concepción que algunos empresarios y usuarios tienen de turismo rural la localización no importa, el tamaño del alojamiento tampoco, las actividades pueden ser de “turismo de interior de interior”, respetuosas o no con el medio ambiente; la sostenibilidad es un concepto demasiado vago para el empresario adinerado que crea grandes infraestructuras en el medio rural, equiparables a apartamentos en la playa, que lleva una política agresiva y que con ella pretende hundir a los “paletos”. Todo tiene cabida en lo que se anuncia como “turismo rural”: el botellón de interior, las macroconcentraciones en chalets, los alojamientos de marcha…Lo importante es que el negocio se publicite con el calificativo de “rural”.
Hay propietarios que tienen muy claro el modelo de turismo rural que desean y se esfuerzan por hacer algo diferente, vender dignos alojamientos, hospitalidad y experiencias en la naturaleza, experiencias gastronómicas, enológicas, de agroturismo, arqueológicas, festivas, monumentales o simplemente vivenciales; otros optan por macrohoteles y macroapartamentos con espíritu urbano o de sol y playa; otros por la bucólica idea de la bonita casa rural que le ha subvencionado la Administración, que por sí misma se gestiona y en la que todo vale. Lo cierto es que por razones diversas el turismo rural, tal como se concibió en los albores de los ochenta, se ha ido poco a poco desvirtuando en detrimento del sector y de los propios usuarios. Y no es que en el medio rural no puedan coexistir empresas auténticamente industriales y otras de carácter familiar. Son formas diferentes de entender el turismo en el campo y que seguramente cuentan con públicos distintos. En un mismo marco geográfico la diferencia radica en un tipo de oferta y un tipo de demanda y al final, el cliente será quien elija entre experiencias, hostelería tradicional, casa rural, camping, apartamento etc.… y diga la última palabra.
Consideramos que ante la situación que vive el turismo rural es conveniente tener muy en cuenta la visión de quienes con muchos años de experiencia siguen creyendo en él y abogan si es menester por la “reinvención”. En este sentido, subscribimos el “Manifiesto por un nuevo modelo de Turismo Rural” de Fernando Gallego y nos quedamos con las frases que figuran a continuación:
“Creo en el turismo rural como un motor de desarrollo y de vertebración territorial. Creo en el turismo rural como un instrumento para la salvaguarda del patrimonio secular. Creo en el turismo rural como un dinamizador del empleo y la empresa familiar. Creo en el turismo rural como una alternativa de ocio al binomio sol-playa y a la impersonalidad del turismo de masas. Creo en el turismo rural como un sentimiento, el arte de la hospitalidad. Creo en el turismo rural como una pulsión creativa e innovadora del individuo y la nueva sociedad del conocimiento. Creo en el turismo rural como un vector diferencial y un factor de cooperación personal e interempresarial. Creo en el turismo rural como una escuela de personas. Creo en el turismo rural como una experiencia única y vivificante en la naturaleza. Creo en el turismo rural como un puente entre el pasado y el futuro. Creo en el turismo rural como una etiqueta, es verdad.
Y por eso, porque creo así en el turismo rural, apelo a una reflexión en común sobre la realidad económica, política, social, cultural e intelectual de esta industria global.”
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“Abogo, en fin, por un turismo con más corazón que ombligo y más lírica que épica”.