A TRAVÉS DE SELVÁTICAS TROCHAS Y LUJURIANTES PAISAJES.
Cuando alumbra la perfumada candela y la cálida, pringosa e inconfundible jara acompaña nuestros pasos, hemos seguido las trochas de las disimétricas vertientes de aquellos caminos del ocio que antaño eran habituales entre jóvenes y no tan jóvenes de la localidad. Eran los escenarios de las excursiones festivas, de los días de pesca a mano, con red o con pellas, de las jornadas del lavado de la ropa de nuestras madres en las pozas, de las meriendas en la umbría de los buzados canchales o a la sombra del almez o el avellano, del agua fresca de la fuente fría (la Huanfría), de los baños interminables, de las visitas a la Cueva del Oso o a la búsqueda de nidos, de tantas vivencias en el Charco Becerril, en el Luengo, en el de la Huanfría, en el de la Vuelta, en el Charco Santibáñez…
En nuestro afán de revivir los rincones de tantas correrías nos hemos acercado al pago de la Huanfría. Con más dificultad que hace varias décadas nos hemos guiado por irregulares senderos entre las duras pizarras e impenetrables bosques de ribera; hemos reconocido las siempre erectas y señeras canchaleras donde anidaba el búho; localizado fuentes, avellanos, almeces, pedreras; nos hemos sentido confusos ante las enormes alisedas, la galería boscosa y la lujuriante naturaleza donde vivieron especies extinguidas en estas tierras y donde el jabalí, sin competidor, campa por doquier.
Bonita experiencia para quienes queremos mantener el recuerdo de un paisaje y una vida de la segunda mitad de la anterior centuria que a estas alturas del siglo XXI aparece tan trastocado, como si se tratara de un sueño o un muy lejano pasado.
Joaquín Berrocal Rosingana.