jueves, 15 de diciembre de 2016

SUMA Y SIGUE...


Las buenas indicaciones de Álvaro Gutiérrez nos han llevado a rastrear un territorio que hasta el momento no habíamos hollado. Aunque la nublada y fresca tarde en los altos del Rachón no invitaba a grandes desplazamientos por la amenaza de lluvia, hemos recorrido la zona anunciada y localizado el espléndido lagar de la fotografía. Próximo a bloques concentrados de clara intervención humana acumula en su interior tierra y piedras, éstas últimas arrojadas por el hombre para despejar los campos de cultivo cuando las excavaciones rupestres habían perdido la función ancestral de uso y las personas del lugar no daban valor alguno a los lagares dispersos sobre los que  surgían numerosas interrogantes en las pasadas generaciones. 

A primera vista parece un lagar de cierta profundidad y buenas dimensiones aunque no podemos precisar por la tierra y piedra acumulada.La parte más estrecha del recipiente de pisado es de un metro y cuarenta y cinco centímetros. Llamativo es el círculo excavado junto al pilón que serviría para colocar la vasija donde verter el mosto. Es una peculiaridad no muy generalizada en nuestros lagares y que puede denotar mayor modernidad.  

A poca distancia del lagar se encuentra una era sobre roca de granito que probablemente dejó de utilizarse en los años del boom del cultivo del fresón y el abandono de los campos de cereal. Tiene un firme irregular y conserva la mayor parte de las rocas que en semicírculo solían establecerse en este tipo de eras. Es interesante reseñar que a no mucha distancia, cien y doscientos metros aproximadamente, se localicen otros dos lagares y sendas eras de las mismas características.

 

domingo, 27 de noviembre de 2016

RECUERDOS Y NOTAS DE VIAJE: ORDESA, FAJA DE PELAY Y EL ENCUENTRO CON SHEILA.



La larga noche de Torla no mermó fuerzas ni ilusión para realizar la ruta elegida, La Senda de Cazadores y  Faja de Pelay.


Desde el  Camping Río Ara salía temprano y a la hora establecida, ocho de la mañana, todo estaba dispuesto en la pradería de Ordesa aquella mañana fresca de julio en la que era conveniente abrigarse. 

Desde el verde espacio se contemplaban las  Proas, cortadas a pico en la orilla izquierda del limpio río Arazas u Ordesa. Imponía sobremanera el enorme tajo de más de 600 metros y uno pensaba si no sería demasiado tras la jornada festiva anterior. Sin apenas carga, excepto agua, algo de comida y cámara fotográfica cruzaba el Arazas y me dirigía hacia el bosque por donde la senda serpentea hasta la primera de las Proas. La ausencia de lluvias en los días previos, acompañados de altas temperaturas en el centro del día, mantenían la senda seca aunque la abundante piedra suelta, los troncos de árboles y ramajes invitaban a la precaución en un zigzag de más de dos kilómetros que parecía no concluir.  El ágil ritmo me hizo entrar en calor de inmediato de forma que pronto sobraba parte de la ropa. Pretendía medir mis fuerzas tras un periodo de inactividad. Varias veces fue necesario detenerse y tomar aire ante tan acusadas pendientes. Una vez  restablecido, el ritmo volvía a ser el de antes. Empapado llegaba al último tramo, el que se hizo más exigente que el resto tal vez por el ansia de conquistar la Proa y probarme a mí mismo física y mentalmente. No estaba mal de forma; había subido en cerca de media hora menos que la pronosticada por los amigos de Torla; la verdad es que eran poco andarines.

Había superado la prueba más dura, convencerme a mi mismo que a pesar de tiempo inactivo, largo viaje y fiesta nocturna, era capaz de caminar como en los mejores tiempos, vencer mis propios miedos. El idealizado paisaje ya era  realidad en aquel hermoso día. Caminando a la sombra del tupido bosque, poco a poco, la majestuosa naturaleza  me había infundido el ánimo juvenil que todo lo puede. ¿Qué más podemos pedir? Exultante, gozaba con el panorama que tenía ante mí como el más bello nunca antes contemplado. ¡Convencido!, no hay fatiga ni desaliento que no venza la ilusión recobrada.

¡Qué espectáculo! Llegar a la Proa mayor, el mirador y el refugio de Calcilarruego merecía la pena. Era difícil imaginar que desde allí pudiera contemplarse tanto…, tan hermoso, tan emotivo…; eso sí, imponía el acercarse al borde del mirador. Después de sosegar un poco y tomar  fruta no podía faltar el recrearse con la mirada y realizar fotos para el recuerdo. Sin duda, un momento memorable al divisar el circo de Cotatuero con su gran cascada y la Fraucata desde aquella balconada.

A partir de aquí, salvo pequeño tramo, la ruta es suave, siempre cercanos al vacío, con excelentes perspectivas en todo instante. Impactante la vista de la conocida Brecha de Rolando y el borde del cañón bajo los pies así como los cortados de la vertiente opuesta. Mirando hacia lo alto, poco a poco la vegetación arbórea va desapareciendo sobre nuestras cabezas en la Sierra las Cutas y la Custodia  en aquel agreste terreno calcáreo que forma cornisas conocidas como fajas  que  pueden considerarse cinglos o cingleras, formaciones erosivas abundantes en esta litología. En algún punto, entre la verde hierba, surge el edelweiss o flor de las nieves y los  frecuentes  pinos negros, bien adaptados a las alturas, acompañan parte del itinerario. A trechos aparece material derrubial; en todas direcciones se contemplan las extensas cornisas de la roca madre y la insólita y generalmente plana estratigrafía. Desde cualquier lugar, las bellas vistas del grandioso parque sobrecogen al más insensible de los humanos. En definitiva, el marco más impresionante que hasta entonces hubiera recorrido.

A la sombra de un pino negro detengo mis pasos y tomo agua fresca bien conservada en la cantimplora. Sentado sobre la roca, sin alma en la senda, inaudito ante los actuales rosarios humanos, es mi ser el que palpita y se entusiasma,  es emoción contenida ante aquel paisaje que hollaran cazadores y lugareños al que el francés Lucien Briet encumbrara tras sus diversos recorridos por el más bello parque de nuestra geografía desde finales del siglo XIX hasta los años veinte del siguiente siglo. Soy afortunado al disfrutar en soledad de tanta belleza formal y botánica, de los “sonidos” del silencio, del canto de aves desconocidas, de la luz amortiguada que se cuela entre los árboles y del creciente sentimiento de bienestar tras conseguir el reto marcado de ascender hasta las Proas. No siento cansancio después de haber realizado lo más complicado. Ahora ya todo es coser y cantar. Conozco bien el trayecto de descenso desde la Cola de Caballo hasta la Pradera donde pienso llegar con tiempo suficiente para comer y departir con los amigos que allí trabajan.

Pocas sensaciones tan gratificantes como saborear cada instante, cada paso dado, cada flor…, de intenso azul, blanca, amarilla, de aterciopelada nieve; el sol o la sombra, el aire que respiro, el enorme cortado, el blanco de la caliza, los dispersos neveros frente a mi, el enhiesto y ocre Tozal, el árbol que se aferra al rocoso vacío como gótico pináculo catedralicio, los rodales de amarilla floración en la distancia, el serpenteo de la senda que, desde las alturas, contemplo hacia el circo glaciar, las aguas que se despeñan en gradas continuadas, el pedagógico valle excavado por la ingente fuerza de los hielos cuaternarios, el ágil salto del sarrio pirenaico…  

Desde lejos se contempla el Circo de Soaso. Las nubes impiden ver las Tres Sorores donde Monte Perdido aparece despejado por poco tiempo. Hace calor y una especie de calima resta nitidez al ambiente lejano mientras vas recordando la leyenda escuchada acerca del origen de las Tres Sorores que se ciernen sobre lo más elevado del Parque Nacional.

Los últimos kilómetros son de descenso hasta llegar al Circo de Soaso donde se inicia la subida a Góriz y donde poco más adelante se encuentra la Cola de Caballo.


Bajo la cascada hay un grupo de personas; más cerca de mí, junto al río, una joven se refresca en las gélidas y trasparentes aguas del Arazas.

-¡Hola! Te has quedado rezagada del grupo. ¿Refrescándote?

-¡Hola! No pertenezco a él. Nos adelantaron cuando tomábamos algo en las Gradas. Es verdad, me refresco. Hoy hace calor y estoy cansada.

-Cierto. Esta mañana hacía fresco; después, llevo kilómetros  en los que he sentido bastante calor. Pensaba que eras del grupo que se halla junto a la cascada.

- No…, estoy sola. Mis amigas se han quedado en las Gradas. Decían que estaban hartas de subir y que allí me esperaban si yo quería continuar. Es la primera vez que vengo; no conocía la Cola de Caballo, me apetecía llegar hasta ella. Bueno…, me llamo Sheila. ¿Y tú?

-Yo me llamo Joaquín.

-¿También vienes solo? Me pareció ver una persona descendiendo a buen paso por la senda de enfrente. ¿Eras tú?

- Sí, he subido hasta las Proas y después por la Faja de Pelay he llegado hasta aquí. No he encontrado a nadie en el camino. Merece la pena acceder hasta Calcilarruego. Es impresionante pero la subida hasta el mirador tira bastante. Generalmente camino rápido aunque también me detengo haciendo fotos o tomando notas de algo que me parece interesante.

- Eso es demasiado para mí. No estoy acostumbrada a largos recorridos aunque me encanta disfrutar de la Naturaleza. ¿Has venido en alguna otra ocasión?

- Ésta es la tercera vez que llego hasta Ordesa, sin embargo la Faja de Pelay no la había hecho nunca. Venir hasta la Cola de Caballo es fácil; las otras ocasiones hice este recorrido, el del Circo de Cotatuero y desde allí hasta el Bosque de las Hayas.

- Será fácil para ti. Para mi es un triunfo venir hasta aquí, además sin preparación ninguna.

- Y sin comida alguna por lo que veo.

- No traigo nada. Tomamos chocolate y frutos secos en  las Gradas de Soaso. Mis amigas se quedaron con agua y fruta.

- Yo no cogí mucho para no subir con peso pero tengo agua, algo de embutido y frutas por si te apetece. Yo comeré algo antes de descender.

- Vale, yo también. Te lo agradezco. Necesito reponer fuerzas. Cuando lleguemos, comeremos en el restaurante de la Pradera. Luego viene a recogernos el amigo que nos trajo desde Jaca esta mañana. El tenía que hacer algunas cosas en Ainsa. Nosotras estamos varios días de vacaciones en Jaca y alrededores.

- Mi idea es la de comer también en el restaurante. Trabajan allí dos amigos.

Sheila seca sus pies al sol, se calza, refresca su rostro y manos y dice que está dispuesta a reponerse del esfuerzo. Es una chica muy simpática, parece muy sencilla. Tiene rasgos muy agraciados con permanente sonrisa. Estudia Biología y según dice este tipo de excursiones son prácticas para ella.

Cuando acabamos el refrigerio nos acercamos a la Cola de Caballo,  iniciando a continuación el descenso hacia las Gradas. Hablamos sobre el circo glaciar, los enormes farallones a nuestro paso, la colosal verticalidad del valle en U modelada por masas de hielo de cientos de metros de espesor, las clavijas y el vértigo, sobre el anidamiento del quebrantahuesos, sobre las surgencias Kársticas, sobre sarrios y bucardos, sobre la vegetación que se aferra a la roca, sobre el espectacular Parque, sobre los estudios, sobre la vida en general…


Hubo un momento que me sorprendió con sus palabras y la alusión a su familia.

-Mi madre es licenciada y como sabe que yo y mis hermanos vamos bien en los estudios nunca nos dice nada, solamente “si podéis, ayudar a los compañeros de clase y ser educados, tratar siempre a las personas como os gustaría que os trataran a vosotros; no seáis presumidos por sacar buenas notas”. Mi padre no ha estudiado pero es una persona de gran sensibilidad y práctica. Siempre nos repite lo mismo en el mejor de los sentidos, “estudiar en los libros, razonar, pensar, ser críticos. Pero no solo en los libros, también a vuestro alrededor, en la naturaleza que lo tiene todo. Relacionaros con la gente, siempre con educación.  Hablar con todo el mundo, con el pastor, el agricultor y quienes encontréis a vuestro paso. De todos se aprende. Donde menos penséis hallaréis  gente que os enseñará algo y vosotros también enseñaréis; en el viaje por la vida  descubriréis parte de vuestra felicidad a la vez que hacéis felices a otros”.

Ante aquellas palabras no pude por menos que reaccionar.

-¡Estupendo! Eso es educar bien a los hijos si ellos lo entienden.

- Creo que nosotros tenemos esa lección bien aprendida.

- Me alegra encontrar personas así. ¿Será esa forma de pensar la que te ha llevado a conversar con un desconocido como yo? En la montaña nos saludamos todos pero no siempre es posible entablar conversación y hacer recorrido juntos salvo en momentos de dificultad.

- Te he dicho que me gusta hablar, escuchar y aprender. Me has  inspirado confianza. Has compartido comida conmigo y tu conversación me resulta muy agradable.

- Ya veo que te gusta hablar y relacionarte. Tu forma de expresarte y la sensación de felicidad que trasmites  inspira confianza también.

- Esa es otra de las lecciones que nos infundieron nuestros padres tanto a mi como a mis hermanos, “ser felices, sonreír para vuestro interior y para los demás; vuestra sonrisa de felicidad puede ayudar y hacer felices a quienes estén a vuestro alrededor”.

- Gracias Sheila. Me alegra escuchar estas palabras. Eres muy joven pero hablas, piensas como si tuvieras muchos años y  mucha experiencia.

Al llegar al inicio de las Gradas sus amigas ya no están. Han dejado una nota sobre la piedra en la que estuvieron tomando los frutos que decía, “estamos en la cascada final de las Gradas; allí nos vemos”.

-¡Sheila, mira…! En este pequeño espacio de hierba vi por primera vez la flor de las nieves. Había tres, una mayor y dos muy pequeñitas. Después no he vuelto a verla en estos lugares, sí a mayor altitud. Esta mañana la he apreciado en dos puntos en la Faja de Pelay.

- No la he visto nunca excepto en fotos. Me encantaría poder verla in situ pero creo que cada vez es más complicado a pesar de su protección. Nos comentaron en Jaca que hay personas que las recogen y después aparecen en tiendas de regalos. No lo veo muy lógico.

Realizamos unas fotos y seguimos caminando al encuentro de las amigas de Sheila. Desde la parte superior de la cascada vemos un grupo numeroso que juega con el agua, realiza fotos, se recrea. Sus amigas están sentadas hablando. Al llegar hicimos las presentaciones y comenzamos a caminar juntos. El ritmo de sus amigas era cansino; no me extrañó que no llegaran al final. Charlaban, charlaban…, no parecía que observaran la grandeza de cuanto tenían alrededor. Su paso no era el mío y por lo que pude ver tampoco el de Sheila que aunque decía que no estaba acostumbrada se movía con soltura. Llevaba el ritmo de experta senderista, al menos en el descenso.

Tras un pequeño trayecto decidí seguir por mi cuenta. Ir tan lento me cansaba más; por otro lado quería recrearme en la Cascada del Estrecho y en el Bosque de las Hayas.

Sheila habló con sus amigas; tras ello se puso a mi lado para continuar ruta. Llegamos hasta  el  Bosque de las Hayas lugar donde desemboca la estrecha senda que sale de Cotatuero. Le expliqué a Sheila que la hice en una ocasión y que pasé miedo. No volvería a hacerla en las mismas condiciones. Yo iba solo pero un padre con un niño de ocho años me pidió que si podía ayudarle. El niño iba en medio y yo que iba el primero tenía que mirar continuamente atrás, especialmente en algún paso complicado. Me preocupaba que hubiera cualquier percance.

-Joaquín, ¿siempre haces los recorridos solo? Es un poco arriesgado.

-No siempre. Depende de la zona, el interés que ofrezca desde el punto de vista natural o cultural y por supuesto si me apetece disfrutar de forma muy especial. Cuando empleo muchas horas a pie voy solo y cuando quiero estudiar el paisaje o las diferentes manifestaciones también. Mis largos recorridos y charlas con las gentes de los lugares suelen ser aburrido para otras personas y a mi me encanta. Ya se que puede parecer extraño, que en circunstancias es arriesgado pero hasta ahora me ha dado buen resultado y muchas satisfacciones.

-Yo he salido muchas veces con la familia, amigos y con la Facultad; jamás se me ocurriría hacer una excursión solita aunque quizás tengas razón que para disfrutar de la Naturaleza y estudiarla como a mí me gusta sea la forma más conveniente.

El Bosque fue la excusa perfecta para hablar acerca de las hayas. Aunque Sheila no conocía in situ los hayedos de nuestra geografía tenía  buen conocimiento de su distribución y características. Hablamos sobre los del Moncayo que estaban cerca de su casa y los había visitado  con la Facultad y su familia. Yo los conocía a través de varias de mis excursiones moncaínas. A la par que hablamos de las hayas comentamos sobre Veruela y Bécquer, sobre Trasmoz, Vozmediano y el Queiles, La Virgen del Moncayo, la cumbre del mismo nombre y cómo no, de la mudéjar Tarazona.

-Sheila, ¿cómo sabes tanto de literatura relacionada con Bécquer y el Marqués de Santillana?

-Es lógico. Mi madre es profesora de Lengua y Literatura. Nos ha empapado de estos y otros autores y todo lo que tiene que ver con la zona donde vivimos, sitios sobre los que ellos escribieron.

- Me has dejado perplejo cuando has nombrado a los Siete Infantes de Lara y los Campos de Araviana. Creo que es algo poco conocido.

-Es posible. A mi madre le ha gustado visitar aquellos lugares sobre los que hay leyendas y éste es uno de ellos. Hubo tiempos en los que salíamos con frecuencia los cinco de familia; mi madre nos explicaba una y mil cosas de cada uno de estos paisajes, nos leía in situ y también en casa.

-¡Qué suerte la tuya y qué bien has aprovechado el tiempo!

-Es verdad. En casa siempre hubo mucho ambiente de estudio; eso tiene que notarse.

 Descendimos hasta la base de la cascada del Estrecho. Estaba espectacular. Allí comenzó a hablarme acerca de las aguas esmeraldas de los ríos calcáreos, de la fauna acuática, muy en especial del desmán de los Pirineos y luego  del bucardo. Se apreciaba que estaba bien informada y que sus estudios de  Biología le gustaban. Decía que el bucardo tenía los días contados, que posiblemente viviera en la vertiente izquierda del río*, sobre los abruptos roquedos.

Sin buscarlo había encontrado una grata compañía de viaje. Estaba muy a  gusto  y disfrutaba de sus explicaciones. Sheila hablaba siempre con mesura; sabía lo que decía. Es más, al conocimiento y al verbo bien utilizado acompañaba siempre la sonrisa. Mis intervenciones eran menores que en otras ocasiones; estaba sorprendido de sus conocimientos a pesar de su juventud.

El camino desciende en zigzag y a la izquierda se encuentra la cascada de la Cueva. Otra parada más, nuevas fotos y siempre la amena conversación sobre tan bellos lugares. Al llegar al Puente de Arripas, sobre la Cascada del Abanico, decidimos seguir la margen izquierda del Arazas ya que Sheila había subido por la otra orilla. El bosque es majestuoso, la senda fácil y entretenida donde a trechos encontramos el lirio pirenaico y flores desconocidas para mí que para Sheila ofrecen gran interés. Al lado de la senda, un ramo de flores todavía frescas y la señal de haber establecido una tienda de campaña lo cual nos sorprendió ya que lo uno y lo otro está completamente prohibido. ¡En la viña del señor hay de todo! Como en otros puntos del Parque es habitual ver las ardillas saltar y gatear por los árboles ¡Es una delicia! Aquí, la senda está más distante de la corriente, es más umbría, sin inconveniente alguno para caminar en esta época del año.

Sin darnos cuenta hemos llegado al inicio del camino que asciende a las Proas, el seguido por mí esta mañana. Hemos cruzado el Arazas, entrado en la Pradera y esperamos la llegada de las amigas de Sheila. Tardaban y hemos ido a refrescar la garganta. Era conveniente después de una larga caminata sin parar de hablar.

-Joaquín, te invito a una cerveza.

-No Sheila, invito yo.

-Ya me has invitado antes a tomar algo contigo.

-Es igual; vale, nos invitamos mutuamente.

- Perfecto. Así no discutimos.

El salmantino Ciri estaba en su puesto de trabajo, como siempre activo y muy pendiente de la clientela.

-Pero bueno… ¿ya estás aquí? Tú no has hecho la Senda de Cazadores. Es imposible después de  las cervezas de la noche y lo tarde que te marchaste. Te fuiste después de las tres de la mañana al camping ¿Qué ruta has hecho?

-La que ayer decidí; la Faja de Pelay. Me dormí inmediatamente y a las siete desperté. Me costó desperezarme un poquito pero bien…

- No te creo. ¿Cómo has podido levantarte tan pronto?

- Mi objetivo era realizar la ruta y aunque me ha costado al principio he conseguido lo que buscaba. Bien…, aquí Sheila; aquí Ciri. Sheila te lo puede corroborar. Me vio cuando llegaba a Soaso por la Faja de Pelay. Desde allí hemos caminado juntos hasta aquí. Sabe un montón sobre esta zona y otras. ¡Ay si  todos los estudiantes tuvieran el mismo interés que ella, si supieran la mitad de la mitad!

- No exageres. Conozco algo pero me gustaría saber mucho más. Me he preocupado de estudiar y leer un poco sobre el Parque Nacional. Ya dije antes que estas excursiones son como prácticas para mí.

-Sheila, y… ¿este rollo de tío no te ha aburrido de tanto hablar? Joaquín, cuando sabe sobre algo, se explaya en exceso.

- No tanto. No me he aburrido en absoluto. Yo también hablo mucho pero me gusta escuchar.

- Natural que ahora tengáis tanta sed. Tomad otra cerveza. Con el calor que hace lo agradeceréis. Sheila.., ¿cómo te atreves a caminar sola?

- Comencé el itinerario con tres amigas. Llegamos juntas hasta las Gradas de Soaso. Después hemos seguido derroteros distintos. No hemos discutido; ellas son de movimientos lentos y hablan mucho más que yo. No creo que tarden en llegar. Comemos en  el restaurante.

- Muy bien. Perdonar, tengo tarea.

Las amigas de Sheila se lo habían tomado con mucha calma. Aparecieron en el restaurante cuarenta y cinco minutos más tarde. Comimos en la misma mesa y cada uno dio su versión del recorrido. Era evidente que las tres amigas de Sheila no habían disfrutado de la misma forma del itinerario por el cansancio, el exceso de conversación ajena al medio, la no observación, una sensibilidad y practicidad escasa comparada con la que yo había observado en Sheila.

A las seis de la tarde el amigo de Jaca estaba en la Pradera para recogerlas. Sheila se despidió de forma efusiva, me dio las gracias que yo le devolví porque aquella jornada, además de cumplir  el sueño de realizar la Faja de Pelay, sin esperarlo, había aprendido y disfrutado de los conocimientos, del saber estar de aquella joven universitaria como  pocas veces.

-Adiós Sheila, gracias. Te veo en Salamanca.

- Adiós Joaquín. Puedes estar seguro que en las próximas vacaciones voy a verte. Gracias, un beso.


*¡Qué razón tenía Sheila cuando hablaba de que el bucardo, la endémica cabra del Pirineo, tenía los días contados! Pocos años más tarde, en enero del 2000, encontraron al último ejemplar muerto bajo un árbol en la Faja de Pelay. 

viernes, 18 de noviembre de 2016

PATRIMONIO


Introducido entre la insondable espesura, dominio de robles, escaramujos,  espino albar, zarzas y altas retamas, el pasado domingo acertaba a localizar un nuevo lagar rupestre en el pago del Rachón, apenas perceptible para quienes no están acostumbrados a ver este patrimonio.



Esta mañana, en el mismo pago,  observábamos dos interesantes lagaretas, la primera de pila mayor circular de dos metros de diámetro, en medio de un bosquete de robles de más fácil apreciación que la anterior y posteriormente otro magnífico lagar con asiento junto al pilón donde poder colocar el recipiente para la recogida del mosto. Rodeado éste de retamas, resultaba fácil de ver. 

  

jueves, 6 de octubre de 2016

RUTA DE LOS LAGARES RUPESTRES, DONDE LA NATURALEZA Y EL ARTE SE DAN LA MANO.


Despierta los sentidos, abre tu mente y descubre la Naturaleza; percibe cada lugar, el árbol, la roca, la flor;  escucha el paisaje que te habla, el viento, el agua, el canto de los pájaros, el raudo paso del corzo o el inconfundible vuelo de la perdiz; palpa el suave liquen, el mullido musgo, la aterciopelada joven hoja del roble y la dura roca; saborea los frutos de la tierra en cada una de las estaciones; huele las flores, las hojas y la tierra, aprecia sus formas y colores. ¡Siente, siente…, mientras caminas...!  

Contempla el arte vivo que el paisaje natural te proporciona y la secular huella del humano en forma de bancales, fuentes, eras, corrales, construcciones diversas, lagares rupestres..., y cuando todo ello  recale en tu interior exclamarás:

 ¡Qué mayor arte que el de la Naturaleza y  la prístina historia donde todo se conjuga y nada distorsiona, donde nuestros antepasados crearon un arte, el arte de la supervivencia a la par que dejaron huella artística indeleble en un paisaje que a retazos hoy disfrutamos!
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Desciende de tu coche y sitúate frente al pueblo de San Esteban  y la Peña; recréate, sumérgete en estos pueblos y esta Sierra, la Sierra de Francia, de la que somos parte importante aunque muchos nos olviden.


Observa el panel de inicio de la Ruta de los Lagares Rupestres y comienza a caminar entre las paredes que acotan el amplio  camino. No pierdas de vista los hermosos olivos ni las viñas o huertos; piensa que ese humanizado paisaje ha sido fundamental históricamente para los habitantes del lugar.

Si realizas ruta en período de lluvias verás que el agua discurre en superficie; sortea las aguas que conforman el intermitente regato Lázaro y las que vienen desde las Lanchas y no olvides fotografiar el olivo de tres troncos, Olivo de la Cofradía.

Cuando llega lo duro de la cuesta nos encontramos en las Lanchas, alisados granitos que por el desvío del antiguo trayecto apenas se perciben. Cornicabras, escaramujos y espinos son algunos de los arbustos del entorno en el borde de campos de cultivo. Sigue ascendiendo hasta el Mirador del Guijarral y desde allí, además de las escenas de tradicional vendimia en el panel, mira qué bello es San Esteban y los montes del Castañar, el Cancho y el Tiriñuelo. En la lejanía verás la Peña de Francia y un poquito de la Sierra de Béjar en dirección opuesta.

 Te darás cuenta que por momentos has cambiado de litología y que por alusión a la misma se le ha denominado al lugar Guijarral. Por favor, no confundas la pila de granito a la derecha del camino, antiguo registro de agua, con un lagar. Nada tiene que ver.

Llanea por escaso trecho, observa los magníficos almeces de tu izquierda y los fresnos de la abandonada y pendiente pradera. Atención con las plantas que crecen en el humedal del camino; no equivoques la mortal cicuta, “pella” para los lugareños, con perejil gigante, frecuente error en muchos senderistas.

Nuevamente el camino se empina hasta el primer lagar visitable en el Pago de Bajenoso. Si realizas ruta en primavera multitud de flores te acompañarán; si tienes suerte verás los cerezos en flor, gran placer para los sentidos ver como se tiñen de blanco y como el zumbido de las abejas no cesa. Las amarillas retamas te dejarán olor inconfundible mientras vas salvando la cuesta y un indicador a tu izquierda te mostrará dónde se halla el lagar rupestre. Sube con calma y cuida no resbalar en la arena suelta o en la húmeda piedra. Ya ante el lagar, aprecia que tiene dos recipientes realizados en granito, roto el agujero de comunicación entre ambos y una excavación paralela a la pila mayor; es el anclaje de prensa.


Observa el  panel informativo y descansa en el banco de piedra; mira hacia las profundidades del territorio que denominamos Callejones y no pierdas de vista la ladera de enfrente donde los bancales reptan hasta las alturas. ¡Qué buenos caldos salían de las viejas cepas pero qué duro era sacar fruto a estas tierras! Si es otoño gozarás de los más bellos matices en el abigarrado matorral y árboles de porte alcanzando tu vista hasta el hermoso marco de San Esteban cuyo castañar es un haz iluminado antes de perder la hoja.


Sigue camino y a poca distancia verás el indicador del segundo lagar de Bajenoso. Aunque está deteriorado merece la pena observar sus dimensiones y la muy evidente pendiente para el fluir del mosto. El pilón está desgajado de la pila mayor, en posición opuesta a la natural. Acércate al mirador de la Erita Pedro Miguel y la destruida Peña el Lechón. Ensimísmate en el paisaje de rocas, matorral, de aguas en el abismo, de paredones abandonados; lee el paisaje como quien lee un libro con atención. Es delicioso ver cómo surgen los narcisos, cómo florecen las peonías, qué saludable es el cantueso, qué penetrante  el olor de la lechetrezna en flor que a tantos insectos atrae.  Pero, ¡ojo!, hay plantas que es mejor no tocar si no las conoces, como tampoco se debe deteriorar aquel patrimonio natural o el cultural que lleva siglos de existencia.

De vuelta al camino principal, observa a tu derecha la sucesión de paredones, los enormes berrocales y la piramidal montaña cuya cresta es de duro cuarzo.

Sigue por planos derroteros y de vez en cuando asómate hacia el Alagón. Las chorreras de la zona y la musicalidad de las aguas son un aliciente más en el camino. Si te acercas  apreciarás las abstractas, naturales y escultóricas formas que jalonan el curso del río, verdadero arte de naturaleza pétrea.

En el umbrío Bajenoso muchas veces sopla el viento como el de una corriente y es necesario abrigarse; otras, es una suave brisa que te acaricia cuando haces la ruta temprano en las mañanas de estío. Aprende a disfrutar de los cambios de tiempo, incluso cuando la fina lluvia te acompaña, te cubres con el impermeable y el paraguas y sientes un especial olor de tierra mojada, de hierba fresca, de verde hoja o planta en flor, respiras hondo, te embriagas y gozas del especial placer que sentimos los humanos ante la madre Naturaleza.

Aprecia los geranios silvestres en el borde del camino, la maruja sobre las aguas, las formas rocosas, las lígneas y ramificadas esculturas, reliquias del fuego; detente en la Fuente el Guijo y más adelante en la del Roble. Es el Pago de Valmedroso donde los huertos que se regaban de ambas fuentes, por riguroso orden, están abandonados. Las bestias de carga ya no sacian su sed en ellas  ni tampoco viandantes o vecinos.

Ya estamos en el regato de  Valmedroso. ¡Qué viejo y curioso topónimo! Tan viejo como que aparece citado en la Baja Edad Media cuando en la zona más intrincada, aguas arriba de donde te encuentras  el oso tenía su guarida durante la otoñada y el invierno. Te hallas en primoroso lugar, boscoso y bravío tras abandonarse viñas y huertos de las inmediaciones, paisaje en el que son frecuentes  los trinos de pequeños insectívoros, donde quizá escuches el canto de la mirla, el vuelo de la pega o la gaya y avanzada la primavera de la bella oropéndola; en ocasiones, la berrea del corzo en la espesura. Es paisaje arbóreo, de matorral  y de diminutas flores que gradualmente verás florecer a lo largo de la primavera: la prímula, el botón de oro, el cerezo silvestre, el espino albar, la Orquídea mascula, el Gladiolus ilirycus…

Valmedroso te ofrece un otoño de irresistibles tonalidades de chopos, cerezos silvestres, castaños, nogales, robles…, un lugar donde, si eres sensible, en los silencios humanos tus sentidos te harán vibrar.  

Tras la gran curva se inicia la cuesta de Valmedroso, llevadera si no exageras tu ritmo. A tu izquierda, después de pasar dos huertos cultivados, quedan los bancales abandonados de otros antiguos huertos y sobre ti, esqueletos de ígneo proceso y,  cual resto de fortaleza, las paredes de antiguo corral estratégicamente ubicado.

Has llegado a la bifurcación hacia el Prado Concejo. Si te apetece ver un nuevo lagar, el panel de tu situación, acceder hasta las eras y el ciclópeo bloque no lo dudes aunque te demores y la cuesta requiera esfuerzo. El ingente menhir es todo un hito en el camino, es un monumento natural que desafía la gravedad y que muchos artistas hubieran deseado crear. ¿Acaso no es esta enorme roca de múltiples caras una obra de arte regalo de la Naturaleza?  ¡Qué gran soledad y paz se respira en el elevado y granítico solar frente a lo que fue algarabía de trilla sobre la gran losa, todavía vigente en el último tercio del pasado siglo! Sí, para los incrédulos, aquí , en esta tierra, fueron muchas las eras sobre  lanchones de granito.


Si haces la ruta en solitario podrás saborear la Naturaleza de manera muy especial. Puedes ver las diversas caras de la peña caballera, la erosión de cercano bloque, los bolos bajo el sitio donde te encuentras, pueblos en lejanía como San Esteban, San Miguel o el Tornadizo, montes de las Quilamas y más distante aún, el cordal donde se elevan la Peña y la Hastiala. A veces, el vuelo del leonado, del milano real o el negro, de la cigüeña negra, del águila culebrera… Es posible que en la paz del apartado lugar y henchido de satisfacción interior suene una música de fondo, tu música  preferida muchas veces escuchada, como si fuera emitida por el paisaje que te rodea.  

Si vas en compañía, departe con amigos o familiares, disfruta del descanso y refrigerio y permite que los niños alcancen los asientos fruto de la corrosión granítica. No olvides merodear por el ventilado Prado Concejo y dependiendo de la época del año admira cuánta y variada belleza entraña esta tierra, desde los erosionados granitos  a las rupícolas plantas,  las  gamonas en flor, las peonías, los azulados jacintos, los contrastados verdes, los inmaculados cielos azules o tal vez los días de nieblas vaporosas que parecen introducirte en un mundo mágico y mistérico al contemplar el monumental menhir…

Retorna al camino principal para introducirte en  el Pago de las Huertitas; camina y siente bajo el bosque mixto de robles, castaños, cerezos silvestres, fresnos… El arbolado te protegerá de los vientos, del frío y del calor a la par que te conducirá  por una de las bellísimas discontinuidades del camino.

Mientras te recreas escudriñando el tupido arbolado, escucha el musical fluir del río no lejano, observa cómo se desliza el agua por las piedras, cómo crece el narciso de las praderas, cómo se puebla de gamones la cuesta, cómo los bellos robledales se cubren de los rizados líquenes de verde y gris. Y quizás…, mientras haces camino, recuerdas los versos de Rosalía:

Que tan bello apareces, ¡oh roble!
De este suelo en las cumbres gallardas
Y en las suaves graciosas pendientes
Donde umbrosas se extienden tus ramas,
Como en rostro de pálida virgen
Cabellera ondulante y dorada
Que en lluvia de rizos
Acaricia la frente de nácar.

Tienes muy cerca el primer lagar de las Huertitas, bello y bien conservado, mejor que ninguno de los hasta ahora vistos. Camina unos pasos a tu izquierda y te sorprenderás, te maravillarás, te interrogarás acerca de sus autores, el tiempo, los materiales de excavación, los fines… Es lógico que lo hagas. ¿Quién que reflexione, contemple y aprecie este patrimonio no lo hará?


Estás inmerso en Las Huertitas, zona de muy viejo poblamiento, de abundantes huertos y cultivos en el pasado y hoy de preciosos rincones boscosos donde no es necesario invocar    el “torna, roble, árbol patrio, a dar sombra cariñosa a la escueta montaña…”

Camina con los  cinco sentidos puestos en esta hermosa fraga en la que tantas y tantas cosas te pueden seducir, desde el delicado olor de las violetas acogidas al fresco y umbrío muro, las paredes de los cercados recubiertas de musgo, la más que agradable madreselva, el tierno verde del fresno y ¡cómo no!, el peculiar anclaje de prensa  del segundo lagar de las Huertitas.


Estás a un paso de Randino,  punto donde hallas más restos de primitivo hábitat que en todo el recorrido. Diversas estructuras, algunas circulares, pueden apreciarse en el entorno de los tres lagares, uno de ellos de única cavidad. Los otros dos son perceptibles sin que  se haya llevado a cabo  su total limpieza. De esta forma podrás darte cuenta de la dificultad que entraña a veces localizar estas lagaretas. Las cercanas peñas donde una prominencia hace las veces de mesa natural pueden servirte para descansar, tomar notas, fotografías o un pequeño refrigerio. Escucharás el canto del cuco y verás el vuelo de las rapaces, el rápido corzo en las mañanas o atardeceres y en el suelo las huellas de  jabalíes que hozan por doquier. Y si  la suerte te acerca en un día de otoño y te sumes en un banco de niebla difusa, entre la hermosa arboleda, tal vez te transportes a las brumas norteñas, cobijo de leyendas, entre los encendidos tonos de hojas que susurran y gotean. Si eres amante de las setas, sin duda encontrarás diversidad de ellas aunque no todas sean comestibles. Si eres desconocedor, olvídate y déjalas en su lugar para que otros puedan apreciarlas.

Todavía estás en las Huertitas, tierra de grandes vaivenes a largo de los tiempos que si eres observador habrás ido descubriendo. Te llegará el olor del pino invasor donde hubo viñedo en la segunda mitad del pasado siglo, verás más robles y castaños y no lejos otro rodal de pinos de particular repoblación antes de llegar a la curva que te conduce hacia el Jardito, área de muy buen fresón en las décadas de los sesenta y setenta.

Comienzas a ascender suavemente el trastocado paisaje en el que las viñas son retamares, y los huertos y tierras de fresas extensa pradería cuajada a trechos de robles.  ¡Qué cambio tan radical el sufrido en apenas treinta años! Del aprovechamiento integral de las aguas se ha pasado a la pérdida de los manantiales o a la aparición de saucedas que absorben en su totalidad el líquido elemento.

Pasarás junto a una poza a tu derecha de la que chupan robles y  la trepadora hiedra, tan aferrada por sus raíces aéreas a los troncos por donde escala que con el tiempo es posible que los robles lleguen a caer o se sequen. No es extraño ver entre su follaje distintas aves que aprovechan sus frutos o anidan ni tampoco la libación tardía de abejas en una planta por otro lado venenosa para los humanos.

Salvando un último tramo de cuesta te vas acercando a Majallana, topónimo que fácilmente te explicarás. Sobrevive el magnífico corral que nos habla de la importancia ganadera pasada ya que en el presente no juega papel alguno como tampoco las eras de césped o piedra que en el lugar se establecieron. Es un resto más de la prístina Historia. Sobre el lanchón de granito te espera mesa y asiento por si te apetece hacer un alto en el camino y contemplar la preciosa vista sobre la Peña de Francia y los núcleos lejanos. Si el día es frío o sopla el viento, bastante frecuente,   puedes recurrir a refugiarte en el interior del corral donde sus paredes te guarecerán. Cuando domina la calma, sentarse y disfrutar de tan especial sitio es una delicia para el senderista.

A tu izquierda observarás una viña y un estupendo campo de cerezos; es la reliquia de territorio muy humanizado a lo largo del siglo XX y que fruto de la alta emigración ha quedado abandonado.

Te quedan poco más de doscientos metros de pendiente para decir adiós a las cuestas. Hacia los Lagarejos subes entre el dominante bosque de robles cuyo suelo se puebla de prímulas, violetas y peonías durante la primavera. Es también el viejo ámbito del  desaparecido caprino en el estío aprovechando el sotobosque sobre todo de bardas.

Has llegado al dique de cuarzo y ya comienzas a llanear por los Lagarejos entre el mismo bosque que te ha acompañado, con la novedad del tojo, alguna jara y la carqueixa, también el extenso pinar a tu derecha  donde en tiempos crecieron las fresas. En el frecuente barrizal de la cuneta, de nuevo la huella del jabalí que se revuelca.

Tras un tramo de abundante sombra  en lo que fueron los huertos del Prado Barrero, llegas al Muñiquero. Han desaparecido los árboles, prospera el matorral y las plantas aromáticas y tienes ante ti un amplio panorama que te llenará de satisfacción. ¡Abre los ojos y mira en cualquier dirección! Delante de tus ojos observa desde la Sierra Menor a las montañas de Ávila, el Macizo Central de Gredos, la Sierra de Béjar y las sierras del norte de Extremadura.

Estás en el punto más elevado del recorrido a más de 900 metros sobre el nivel del mar y hace rato que no ves ningún lagar. ¿Quieres quedarte estupefacto? Abre la cerca y no olvides cerrarla a la salida, gira hacia tu izquierda y en un santiamén llegas ante una bella y grandiosa obra de arte, el lagar del Muñiquero. Te surgirán muchas preguntas, como a tantos y tantos visitantes que te han precedido. No pienses en lugar sacro o  ritual. Si acaso, el vino de Dionisos,  Baco y de tantas y tantas fiestas es el auténtico ritual.


¡Qué maravilla de lugar! Cuánta tierra en rededor para admirar paisajística e históricamente. Si pisas sobre el cantueso o el llamado por aquí “tomillo fino” sentirás el agradable olor de las aromáticas y medicinales plantas; si miras en cercanía, descubrirás nueva era sobre granito y no lejos el núcleo de trashumancia local de los Pajares. Más distante, podrás adivinar el principal paso entre la Meseta norte y sur,  de la Ruta Tartésica, de la Vía de la Plata, de las Cañadas Reales y las vías de reconquista y repoblación. Allá, bajo las nevadas cumbres de la Sierra, el hermoso pueblo de Candelario. ¡Recréate, siente esta bella Naturaleza, merece la pena!

Desde aquí el trayecto es llevadero. Haz camino de placer y no pienses en el frío, el calor o el cansancio. Disfruta del bello rosal silvestre, del endrino, los diferentes acianos, el diente de león…, y repara en los dañinos y pendencieros rabilargos que en bandadas surcan bajos los cielos. Sigue llaneando hasta llegar a las desvencijadas construcciones de los Pajares, mira las nieves manantial de aguas puras de la sierra y no pierdas de vista los prados, teñidos de verde y el amarillo  jaramago. Quizá te llega el olor del vacuno, el sonido del cencerro de la vaca parida y afilada cornamenta. Estás en el campo y esos olores y esos sonidos forman parte del medio ambiente cercano.


Ya no verás los grandes rebaños de cabras y ovejas ni el mular o el porcino pastoreado, ni olerás las fresas de final de temporada ni escucharás la gaita y el tambor ni tampoco a los niños correteando. Es historia pasada. Seguramente no sabes que aquí vivieron familias de forma permanente y otras de temporada, que los niños iban a la escuela de San Esteban cada día andando y que por turno riguroso cada día, desde San Miguel de Mayo hasta después de vendimia, desde San Esteban se venía a ordeñar las cabras de cada vecino. Era la tradición de la “duda”, una especie de vecería establecida entre los propietarios del ganado caprino.

Fíjate en la arquitectura que, aunque en gran parte demolida, te muestra características muy diferentes a las de San Esteban y otros pueblos de la Sierra de Francia; la de los Pajares es más cercana a la de los pueblos del llano. La altitud y las condiciones climatológicas han sido primordiales en ello.

En un antiguo corral de caprino podrás ver un pequeño lagar, uno de los doce hasta el momento localizados en este pago y no te despidas de este excelso mirador serrano sin ver las obras de arte que representan sus eras ni los balcones y ventanas que desde la primera de las eras  te acercan a la Sierra de Béjar donde también podrás ver lagar empedrado si eres observador. 

Debes saber que al lado hubo ermita y culto en tiempos ya lejanos y también romerías, meriendas por San Juan y San Pedro y hasta carreras de mulos y caballos.

Tus piernas te llevan fácil  descendiendo hacia el inicio de  travesía por parajes que merecen ser admirados. A tu izquierda no pierdas de vista la cambiante Sierra de Béjar y sobre el plano elevado de tu derecha observa el ruiniforme, acastillado y arriscado dique de cuarzo. ¡Qué señera altitud desde donde dominar tanto espacio, deleitarse, soñar…!

Todavía puedes ver otra era, la del tío Pablo; también un lagar de la misma familia que debes contemplar por lo bien conservado, el escenario y el anclaje para prensa.

En primavera las jaras te impregnarán del pringoso olor de sus hojas mientras observas el paisaje teñido del blanco de sus efímeras flores.  Contrastarás el albo color de la jara en flor y el albar espino y el  morado del cantueso; te llamará la atención el verde y rojo de la cornicabra que apunta, el claro verde del roble  y el oscuro de la encina y alcornoque.

Desciendes sin cesar por bello territorio  en cualquier época del año. Preciosas las estaciones de primavera y  otoño, el invierno abrigado y el estío placentero si haces la ruta temprano.

Cuando oigas el fluir de las aguas del  regato de la Jara, escucha su melodía mientras caminas y detente en la Cruz del Monte. Dos mesas con respectivos asientos te esperan; unos miran hacia la Sierra de Béjar;  los otros, hacia San Esteban, Santibáñez  y la Peña de Francia.  http://desdefuentesdeabajo.blogspot.com.es/2014/12/pena-de-francia.html
  
Dominas un extenso panorama, cambiante con las estaciones, los días y las horas. Ora contemplas los almendros en flor con el pueblo de rojos tejados, el gris castañar y el verde Cancho; ora los cerezos en flor, los incipientes verdes del castañar, el oscuro del Cancho y el gris azulado de la Peña; ora una bella tarde soleada que te retiene largo tiempo y te invita a soñar; ora un cíngulo de nubes bajo monte sagrado;  ora un mundo multicolor de otoño dorado; ora un bruñido atardecer que parece pintado.



Dirige tus pasos por el tradicional camino arriero bajo el  robledal del Bardal, bosque de tipo atlántico otrora recorrido por los niños en busca de nidos cuando la mentalidad, los juegos y las circunstancias eran bien distintos de los actuales. Escucha cómo taladra el pico carpintero, cómo va de rama en rama el pequeño carbonero, cómo canta el petirrojo, cómo vuela entre los árboles el arrendajo…, y mientras escuchas y observas,  probablemente te detenga un olor muy especial; es la maravillosa madreselva. Acércate y goza de uno de los perfumes más embriagadores del campo. A tu derecha verás el denominado pilar del Bardal, ahora muchas veces sin agua. Antaño, el caudal fue muy bien aprovechado para abrevar el mular camino de los campos de cultivo y los mercados. Si miras de frente verás un enorme roquedal granítico que aunque parezca mentira fue en otras épocas humanizado.

Llegas a la carretera que conduce de San Esteban  a los Santos y ya pisas duro asfalto. Estás en Majahonda desde donde advertirás campos de cultivo, vid, olivos, frutales..., todo ello sostenido por los viejos muros que nos legaron nuestros antepasados, una obra colosal digna de admirar. En primavera, en los bordes de la carretera, infinidad de lupinos, espinos en flor, guindos y otros frutales te alegrarán la vista mientras vas acercándote a los majestuosos olivos que jalonan el final de ruta. Detente ante estas catedrales vivas de robustos troncos centenarios, verdadero arte lignario, realiza fotos, valora el tiempo transcurrido desde su plantación, su producción, conservación y piensa que como los lagares y otros recursos vistos es un patrimonio que es necesario apreciar, disfrutar y mantener para los habitantes de los siglos venideros. 

Si nos has acompañado, si has hecho camino con nosotros, seguro que has sentido, disfrutado y valorado este rico patrimonio de San Esteban de la Sierra.

Joaquín Berrocal Rosingana.



sábado, 16 de julio de 2016

HACIA SALAMANCA...


Atrás quedaron la verde Sierra de Francia y el umbral serrano de la Calería, la microcomarca de las Bardas y la Huebra, la divisoria fluvio-climática de  Sierra Menor, los peniplanos de monte hueco del encinar, las tierras de pan llevar del entorno salmantino y…, henos ya, en escaso tiempo, en el remozado Arrabal de la ciudad.

Luce el sol de comienzos de verano con la fuerza a que nos tiene acostumbrados entre San Juan, San Pedro y Santiago, el cielo es de intenso azul y solamente algún remedo de nube, que aparenta crecer con el avance del día, se cierne sobre el firmamento.

Caminamos por la Carretera de la Fregeneda en dirección hacia el puente romano, la maravillosa obra del siglo I reconstruida en diversas ocasiones y sobre todo tras la gran avenida de San Policarpo  en 1626 que inundó la zona ribereña, penetró por las vaguadas de la Palma y Arroyo Santo Domingo y arrasó numerosas viviendas, llevándose por delante cerca de 150 vidas. Nos detenemos en tan majestuosa fábrica, contemplamos el río y apreciamos el primitivo vado, paso previo antes de la construcción romana  por donde seguramente pasaron las tropas de Anibal para conquistar la ciudad y por donde, desde siempre, cruzarían los animales silvestres trashumantes en busca de alimentos en sus migraciones temporales. Desde aquí  echamos un vistazo al puente Enrique Estevan, construcción de principios del siglo XX que sirvió para aliviar el tráfico por el puente romano, única vía de acceso desde el sur hasta esa fecha; miramos hacia adelante y topamos con las viviendas extramuros bien restauradas; arriba, la Facultad de Matemáticas, Ciencias y el pequeño jardín intermedio, todo ello sobre el escarpe arenisca de la Peña Celestina, primitiva ubicación defensiva al igual que la más antigua del Cerro San Vicente y lugar de literaria evocación. Dirigimos la vista hacia el cielo y allí, recortadas sobre inmaculado azul, las torres catedralicias, primor visual para el visitante.

A la salida del puente, el verraco ibérico, ancestral vestigio de vieja ciudad vetona y, por la simbología atribuida,  deidad protectora o hito en las tradicionales rutas de trashumancia en los más remotos tiempos. No podía estar mejor elegido el lugar de ubicación.

A pocos metros, el monumento a Lazarillo de Tormes, en la ribera del río que le vio nacer, en el que se inició la pícara aventura tan maravillosamente recreada en la literatura  que sirve hoy para la realización de un bello itinerario turístico literario por tierras castellanas.

Nos acompaña el olor de hierba cortada y el frescor del césped recién regado; llega el sutil aroma del tilo en flor, de la candela del castaño, de  la celinda oculta en el seto… ¡Qué placer sentir el olor a campo en plena urbe! Miramos hacia la iglesia de Santiago del Arrabal,  la que en principio fue de fábrica románico-mudéjar y con las diversas reformas han convertido en obra que poco debe guardar de los orígenes si no es el uso del ladrillo. Nos fijamos en el crucero (picota)  y la bellísima estampa que compone con la calle Tentenecio y la torre de la catedral.

Deambulamos bajo los trastocados lienzos de muralla, de alguna de las varias cercas  que a lo largo de los tiempos tuvo Salamanca. A poca distancia el singular edificio de la Casa Lis, la obra modernista que acoge en su interior el Museo de Art Nuveau y Art Deco más importante de España y entre los primeros a nivel mundial. Toda una joya cuyas vidrieras exteriores sorprenden y trasmiten  especial delicadeza a nuestros acompañantes al igual que la luz, el  color y la piedra que baña la urbe salmantina.

¡Qué hermoso es levantar la vista hacia el “alto soto de torres” tal como escribiera Don Miguel de Unamuno y cuán grande es el “enhechizo” del que habla Cervantes! Y es que Salamanca es la ciudad que nunca cansa, que siempre te sorprende y entusiasma, quizá por la forma de verla y recorrerla, de sentirla y recordarla cuando de ella te ausentas. Una indescriptible atmósfera en la que se mezcla su ubicación, la lejana Historia, el arte de los más diversos períodos, la ciudad vivida durante tantos años, el mundo estudiantil con todo lo que representa,  el clima que se respira en sus calles…, envuelve al propio y al extraño cautivados por todo aquello que rodea la vida del ciudadano.

Hoy de nuevo hemos vuelto a Salamanca para transitarla y sentirla  de cerca y ¡qué decir!, volvemos a tomarle el pulso y disfrutarla mientras seguimos  caminando por el Paseo Rector Esperabé, próximos al verde césped bajo la muralla y el Jardín de Calixto y Melibea, solar ocupado antaño por las demolidas casas de la muralla que generaron no poca polémica. Cruzamos de una acera a la otra para ampliar perspectivas y gozar de las magnas obras que apuntan al cielo.

Nos hemos acercado al acogedor rincón dedicado al poeta Ledesma de contrastados verdes, moradas lavandas, piedras carcomidas por el tiempo y terrosa adobera reliquia  de antiguas casas a cuya espalda se eleva la torre del Marqués de Villena y la Cueva de Salamanca, referente en el mundo de la nigromancia. Enfrente   contemplamos la iglesia de  San Polo, recobrada a retazos de aquel amasijo de casas y locales que conocimos en la infancia cuando desde aquí partía la “serrana”. ¡Qué transformaciones ha sufrido el lugar! Un hotel ocupa la cabecera de la antigua iglesia mudéjar a la par que el espacio de ábsides y nave  se han  convertido en terraza del edificio hotelero.

Al inicio de la calle San Pablo, el estimulante olor a guiso casero despierta el apetito de uno de nuestros acompañantes que pronto sugiere un alto en el camino y nada mejor que comenzar en las Caballerizas con un poquito de jamón aunque sea temprano.   

Nuestro recorrido de hoy acaba aquí.  



Otro día caminaremos intramuros y disfrutaremos más de la bella Salamanca, sus calles, monumentos y tapas.