La larga noche de Torla no mermó
fuerzas ni ilusión para realizar la ruta elegida, La Senda de Cazadores y Faja de Pelay.
Desde el Camping Río Ara salía temprano y a la hora
establecida, ocho de la mañana, todo estaba dispuesto en la pradería de Ordesa
aquella mañana fresca de julio en la que era conveniente abrigarse.
Desde el
verde espacio se contemplaban las Proas,
cortadas a pico en la orilla izquierda del limpio río Arazas u Ordesa. Imponía
sobremanera el enorme tajo de más de 600 metros y uno pensaba si no sería
demasiado tras la jornada festiva anterior. Sin apenas carga, excepto agua,
algo de comida y cámara fotográfica cruzaba el Arazas y me dirigía hacia el bosque
por donde la senda serpentea hasta la primera de las Proas. La ausencia de
lluvias en los días previos, acompañados de altas temperaturas en el centro del
día, mantenían la senda seca aunque la abundante piedra suelta, los troncos de
árboles y ramajes invitaban a la precaución en un zigzag de más de dos
kilómetros que parecía no concluir. El
ágil ritmo me hizo entrar en calor de inmediato de forma que pronto sobraba
parte de la ropa. Pretendía medir mis fuerzas tras un periodo de inactividad.
Varias veces fue necesario detenerse y tomar aire ante tan acusadas pendientes.
Una vez restablecido, el ritmo volvía a
ser el de antes. Empapado llegaba al último tramo, el que se hizo más exigente
que el resto tal vez por el ansia de conquistar la Proa y probarme a mí mismo
física y mentalmente. No estaba mal de forma; había subido en cerca de media
hora menos que la pronosticada por los amigos de Torla; la verdad es que eran
poco andarines.
Había superado la prueba más
dura, convencerme a mi mismo que a pesar de tiempo inactivo, largo viaje y
fiesta nocturna, era capaz de caminar como en los mejores tiempos, vencer mis
propios miedos. El idealizado paisaje ya era
realidad en aquel hermoso día. Caminando a la sombra del tupido bosque,
poco a poco, la majestuosa naturaleza me
había infundido el ánimo juvenil que todo lo puede. ¿Qué más podemos pedir? Exultante,
gozaba con el panorama que tenía ante mí como el más bello nunca antes
contemplado. ¡Convencido!, no hay fatiga ni desaliento que no venza la ilusión recobrada.
¡Qué espectáculo! Llegar a la
Proa mayor, el mirador y el refugio de Calcilarruego merecía la pena. Era
difícil imaginar que desde allí pudiera contemplarse tanto…, tan hermoso, tan
emotivo…; eso sí, imponía el acercarse al borde del mirador. Después de sosegar
un poco y tomar fruta no podía faltar el
recrearse con la mirada y realizar fotos para el recuerdo. Sin duda, un momento
memorable al divisar el circo de Cotatuero con su gran cascada y la Fraucata
desde aquella balconada.
A partir de aquí, salvo pequeño
tramo, la ruta es suave, siempre cercanos al vacío, con excelentes perspectivas
en todo instante. Impactante la vista de la conocida Brecha de Rolando y el
borde del cañón bajo los pies así como los cortados de la vertiente opuesta. Mirando
hacia lo alto, poco a poco la vegetación arbórea va desapareciendo sobre
nuestras cabezas en la Sierra las Cutas y la Custodia en aquel agreste terreno calcáreo que forma
cornisas conocidas como fajas que pueden considerarse cinglos o cingleras, formaciones
erosivas abundantes en esta litología. En algún punto, entre la verde hierba,
surge el edelweiss o flor de las nieves y los frecuentes pinos negros, bien adaptados a las alturas,
acompañan parte del itinerario. A trechos aparece material derrubial; en todas
direcciones se contemplan las extensas cornisas de la roca madre y la insólita
y generalmente plana estratigrafía. Desde cualquier lugar, las bellas vistas
del grandioso parque sobrecogen al más insensible de los humanos. En
definitiva, el marco más impresionante que hasta entonces hubiera recorrido.
A la sombra de un pino negro
detengo mis pasos y tomo agua fresca bien conservada en la cantimplora. Sentado
sobre la roca, sin alma en la senda, inaudito ante los actuales rosarios
humanos, es mi ser el que palpita y se entusiasma, es emoción contenida ante aquel paisaje que
hollaran cazadores y lugareños al que el francés Lucien Briet encumbrara tras
sus diversos recorridos por el más bello parque de nuestra geografía desde
finales del siglo XIX hasta los años veinte del siguiente siglo. Soy afortunado
al disfrutar en soledad de tanta belleza formal y botánica, de los “sonidos”
del silencio, del canto de aves desconocidas, de la luz amortiguada que se
cuela entre los árboles y del creciente sentimiento de bienestar tras conseguir
el reto marcado de ascender hasta las Proas. No siento cansancio después de
haber realizado lo más complicado. Ahora ya todo es coser y cantar. Conozco
bien el trayecto de descenso desde la Cola de Caballo hasta la Pradera donde
pienso llegar con tiempo suficiente para comer y departir con los amigos que
allí trabajan.
Pocas sensaciones tan
gratificantes como saborear cada instante, cada paso dado, cada flor…, de
intenso azul, blanca, amarilla, de aterciopelada nieve; el sol o la sombra, el
aire que respiro, el enorme cortado, el blanco de la caliza, los dispersos
neveros frente a mi, el enhiesto y ocre Tozal, el árbol que se aferra al rocoso
vacío como gótico pináculo catedralicio, los rodales de amarilla floración en
la distancia, el serpenteo de la senda que, desde las alturas, contemplo hacia
el circo glaciar, las aguas que se despeñan en gradas continuadas, el
pedagógico valle excavado por la ingente fuerza de los hielos cuaternarios, el
ágil salto del sarrio pirenaico…
Desde lejos se contempla el Circo
de Soaso. Las nubes impiden ver las Tres Sorores donde Monte Perdido aparece
despejado por poco tiempo. Hace calor y una especie de calima resta nitidez al
ambiente lejano mientras vas recordando la leyenda escuchada acerca del origen
de las Tres Sorores que se ciernen sobre lo más elevado del Parque Nacional.
Los últimos kilómetros son de
descenso hasta llegar al Circo de Soaso donde se inicia la subida a Góriz y
donde poco más adelante se encuentra la Cola de Caballo.
Bajo la cascada hay un grupo de
personas; más cerca de mí, junto al río, una joven se refresca en las gélidas y
trasparentes aguas del Arazas.
-¡Hola! Te has quedado rezagada
del grupo. ¿Refrescándote?
-¡Hola! No pertenezco a él. Nos
adelantaron cuando tomábamos algo en las Gradas. Es verdad, me refresco. Hoy
hace calor y estoy cansada.
-Cierto. Esta mañana hacía
fresco; después, llevo kilómetros en los
que he sentido bastante calor. Pensaba que eras del grupo que se halla junto a
la cascada.
- No…, estoy sola. Mis amigas se
han quedado en las Gradas. Decían que estaban hartas de subir y que allí me
esperaban si yo quería continuar. Es la primera vez que vengo; no conocía la
Cola de Caballo, me apetecía llegar hasta ella. Bueno…, me llamo Sheila. ¿Y tú?
-Yo me llamo Joaquín.
-¿También vienes solo? Me pareció
ver una persona descendiendo a buen paso por la senda de enfrente. ¿Eras tú?
- Sí, he subido hasta las Proas y
después por la Faja de Pelay he llegado hasta aquí. No he encontrado a nadie en
el camino. Merece la pena acceder hasta Calcilarruego. Es impresionante pero la
subida hasta el mirador tira bastante. Generalmente camino rápido aunque
también me detengo haciendo fotos o tomando notas de algo que me parece
interesante.
- Eso es demasiado para mí. No
estoy acostumbrada a largos recorridos aunque me encanta disfrutar de la Naturaleza.
¿Has venido en alguna otra ocasión?
- Ésta es la tercera vez que llego
hasta Ordesa, sin embargo la Faja de Pelay no la había hecho nunca. Venir hasta
la Cola de Caballo es fácil; las otras ocasiones hice este recorrido, el del
Circo de Cotatuero y desde allí hasta el Bosque de las Hayas.
- Será fácil para ti. Para mi es
un triunfo venir hasta aquí, además sin preparación ninguna.
- Y sin comida alguna por lo que
veo.
- No traigo nada. Tomamos
chocolate y frutos secos en las Gradas
de Soaso. Mis amigas se quedaron con agua y fruta.
- Yo no cogí mucho para no subir
con peso pero tengo agua, algo de embutido y frutas por si te apetece. Yo
comeré algo antes de descender.
- Vale, yo también. Te lo
agradezco. Necesito reponer fuerzas. Cuando lleguemos, comeremos en el restaurante
de la Pradera. Luego viene a recogernos el amigo que nos trajo desde Jaca esta
mañana. El tenía que hacer algunas cosas en Ainsa. Nosotras estamos varios días
de vacaciones en Jaca y alrededores.
- Mi idea es la de comer también
en el restaurante. Trabajan allí dos amigos.
Sheila seca sus pies al sol, se
calza, refresca su rostro y manos y dice que está dispuesta a reponerse del
esfuerzo. Es una chica muy simpática, parece muy sencilla. Tiene rasgos muy
agraciados con permanente sonrisa. Estudia Biología y según dice este tipo de
excursiones son prácticas para ella.
Cuando acabamos el refrigerio nos
acercamos a la Cola de Caballo,
iniciando a continuación el descenso hacia las Gradas. Hablamos sobre el
circo glaciar, los enormes farallones a nuestro paso, la colosal verticalidad
del valle en U modelada por masas de hielo de cientos de metros de espesor, las
clavijas y el vértigo, sobre el anidamiento del quebrantahuesos, sobre las
surgencias Kársticas, sobre sarrios y bucardos, sobre la vegetación que se
aferra a la roca, sobre el espectacular Parque, sobre los estudios, sobre la
vida en general…
Hubo un momento que me sorprendió
con sus palabras y la alusión a su familia.
-Mi madre es licenciada y como
sabe que yo y mis hermanos vamos bien en los estudios nunca nos dice nada,
solamente “si podéis, ayudar a los compañeros de clase y ser educados, tratar
siempre a las personas como os gustaría que os trataran a vosotros; no seáis
presumidos por sacar buenas notas”. Mi padre no ha estudiado pero es una
persona de gran sensibilidad y práctica. Siempre nos repite lo mismo en el
mejor de los sentidos, “estudiar en los libros, razonar, pensar, ser críticos.
Pero no solo en los libros, también a vuestro alrededor, en la naturaleza que
lo tiene todo. Relacionaros con la gente, siempre con educación. Hablar con todo el mundo, con el pastor, el
agricultor y quienes encontréis a vuestro paso. De todos se aprende. Donde
menos penséis hallaréis gente que os
enseñará algo y vosotros también enseñaréis; en el viaje por la vida descubriréis parte de vuestra felicidad a la
vez que hacéis felices a otros”.
Ante aquellas palabras no pude
por menos que reaccionar.
-¡Estupendo! Eso es educar bien a
los hijos si ellos lo entienden.
- Creo que nosotros tenemos esa
lección bien aprendida.
- Me alegra encontrar personas
así. ¿Será esa forma de pensar la que te ha llevado a conversar con un
desconocido como yo? En la montaña nos saludamos todos pero no siempre es
posible entablar conversación y hacer recorrido juntos salvo en momentos de
dificultad.
- Te he dicho que me gusta
hablar, escuchar y aprender. Me has
inspirado confianza. Has compartido comida conmigo y tu conversación me
resulta muy agradable.
- Ya veo que te gusta hablar y
relacionarte. Tu forma de expresarte y la sensación de felicidad que trasmites inspira confianza también.
- Esa es otra de las lecciones
que nos infundieron nuestros padres tanto a mi como a mis hermanos, “ser
felices, sonreír para vuestro interior y para los demás; vuestra sonrisa de
felicidad puede ayudar y hacer felices a quienes estén a vuestro alrededor”.
- Gracias Sheila. Me alegra
escuchar estas palabras. Eres muy joven pero hablas, piensas como si tuvieras
muchos años y mucha experiencia.
Al llegar al inicio de las Gradas
sus amigas ya no están. Han dejado una nota sobre la piedra en la que
estuvieron tomando los frutos que decía, “estamos en la cascada final de las
Gradas; allí nos vemos”.
-¡Sheila, mira…! En este pequeño espacio
de hierba vi por primera vez la flor de las nieves. Había tres, una mayor y dos
muy pequeñitas. Después no he vuelto a verla en estos lugares, sí a mayor
altitud. Esta mañana la he apreciado en dos puntos en la Faja de Pelay.
- No la he visto nunca excepto en
fotos. Me encantaría poder verla in situ pero creo que cada vez es más
complicado a pesar de su protección. Nos comentaron en Jaca que hay personas
que las recogen y después aparecen en tiendas de regalos. No lo veo muy lógico.
Realizamos unas fotos y seguimos
caminando al encuentro de las amigas de Sheila. Desde la parte superior de la
cascada vemos un grupo numeroso que juega con el agua, realiza fotos, se
recrea. Sus amigas están sentadas hablando. Al llegar hicimos las
presentaciones y comenzamos a caminar juntos. El ritmo de sus amigas era
cansino; no me extrañó que no llegaran al final. Charlaban, charlaban…, no
parecía que observaran la grandeza de cuanto tenían alrededor. Su paso no era
el mío y por lo que pude ver tampoco el de Sheila que aunque decía que no
estaba acostumbrada se movía con soltura. Llevaba el ritmo de experta
senderista, al menos en el descenso.
Tras un pequeño trayecto decidí
seguir por mi cuenta. Ir tan lento me cansaba más; por otro lado quería
recrearme en la Cascada del Estrecho y en el Bosque de las Hayas.
Sheila habló con sus amigas; tras
ello se puso a mi lado para continuar ruta. Llegamos hasta el Bosque de las Hayas lugar donde desemboca la estrecha senda que sale
de Cotatuero. Le expliqué a Sheila que la hice en una ocasión y que pasé miedo.
No volvería a hacerla en las mismas condiciones. Yo iba solo pero un padre con
un niño de ocho años me pidió que si podía ayudarle. El niño iba en medio y yo
que iba el primero tenía que mirar continuamente atrás, especialmente en algún
paso complicado. Me preocupaba que hubiera cualquier percance.
-Joaquín, ¿siempre haces los recorridos
solo? Es un poco arriesgado.
-No siempre. Depende de la zona,
el interés que ofrezca desde el punto de vista natural o cultural y por
supuesto si me apetece disfrutar de forma muy especial. Cuando empleo muchas
horas a pie voy solo y cuando quiero estudiar el paisaje o las diferentes
manifestaciones también. Mis largos recorridos y charlas con las gentes de los
lugares suelen ser aburrido para otras personas y a mi me encanta. Ya se que
puede parecer extraño, que en circunstancias es arriesgado pero hasta ahora me
ha dado buen resultado y muchas satisfacciones.
-Yo he salido muchas veces con la
familia, amigos y con la Facultad; jamás se me ocurriría hacer una excursión
solita aunque quizás tengas razón que para disfrutar de la Naturaleza y estudiarla
como a mí me gusta sea la forma más conveniente.
El Bosque fue la excusa perfecta
para hablar acerca de las hayas. Aunque Sheila no conocía in situ los hayedos
de nuestra geografía tenía buen
conocimiento de su distribución y características. Hablamos sobre los del
Moncayo que estaban cerca de su casa y los había visitado con la Facultad y su familia. Yo los conocía a
través de varias de mis excursiones moncaínas. A la par que hablamos de las
hayas comentamos sobre Veruela y Bécquer, sobre Trasmoz, Vozmediano y el Queiles,
La Virgen del Moncayo, la cumbre del mismo nombre y cómo no, de la mudéjar
Tarazona.
-Sheila, ¿cómo sabes tanto de
literatura relacionada con Bécquer y el Marqués de Santillana?
-Es lógico. Mi madre es profesora
de Lengua y Literatura. Nos ha empapado de estos y otros autores y todo lo que
tiene que ver con la zona donde vivimos, sitios sobre los que ellos
escribieron.
- Me has dejado perplejo cuando
has nombrado a los Siete Infantes de Lara y los Campos de Araviana. Creo que es
algo poco conocido.
-Es posible. A mi madre le ha
gustado visitar aquellos lugares sobre los que hay leyendas y éste es uno de
ellos. Hubo tiempos en los que salíamos con frecuencia los cinco de familia; mi
madre nos explicaba una y mil cosas de cada uno de estos paisajes, nos leía in
situ y también en casa.
-¡Qué suerte la tuya y qué bien
has aprovechado el tiempo!
-Es verdad. En casa siempre hubo
mucho ambiente de estudio; eso tiene que notarse.
Descendimos hasta la base de la cascada del
Estrecho. Estaba espectacular. Allí comenzó a hablarme acerca de las aguas
esmeraldas de los ríos calcáreos, de la fauna acuática, muy en especial del
desmán de los Pirineos y luego del
bucardo. Se apreciaba que estaba bien informada y que sus estudios de Biología le gustaban. Decía que el bucardo
tenía los días contados, que posiblemente viviera en la vertiente izquierda del
río*, sobre los abruptos roquedos.
Sin buscarlo había encontrado una
grata compañía de viaje. Estaba muy a
gusto y disfrutaba de sus
explicaciones. Sheila hablaba siempre con mesura; sabía lo que decía. Es más,
al conocimiento y al verbo bien utilizado acompañaba siempre la sonrisa. Mis
intervenciones eran menores que en otras ocasiones; estaba sorprendido de sus
conocimientos a pesar de su juventud.
El camino desciende en zigzag y a
la izquierda se encuentra la cascada de la Cueva. Otra parada más, nuevas fotos
y siempre la amena conversación sobre tan bellos lugares. Al llegar al Puente
de Arripas, sobre la Cascada del Abanico, decidimos seguir la margen izquierda
del Arazas ya que Sheila había subido por la otra orilla. El bosque es
majestuoso, la senda fácil y entretenida donde a trechos encontramos el lirio
pirenaico y flores desconocidas para mí que para Sheila ofrecen gran interés. Al
lado de la senda, un ramo de flores todavía frescas y la señal de haber
establecido una tienda de campaña lo cual nos sorprendió ya que lo uno y lo
otro está completamente prohibido. ¡En la viña del señor hay de todo! Como en
otros puntos del Parque es habitual ver las ardillas saltar y gatear por los
árboles ¡Es una delicia! Aquí, la senda está más distante de la corriente, es
más umbría, sin inconveniente alguno para caminar en esta época del año.
Sin darnos cuenta hemos llegado
al inicio del camino que asciende a las Proas, el seguido por mí esta mañana.
Hemos cruzado el Arazas, entrado en la Pradera y esperamos la llegada de las
amigas de Sheila. Tardaban y hemos ido a refrescar la garganta. Era conveniente
después de una larga caminata sin parar de hablar.
-Joaquín, te invito a una
cerveza.
-No Sheila, invito yo.
-Ya me has invitado antes a tomar
algo contigo.
-Es igual; vale, nos invitamos
mutuamente.
- Perfecto. Así no discutimos.
El salmantino Ciri estaba en su
puesto de trabajo, como siempre activo y muy pendiente de la clientela.
-Pero bueno… ¿ya estás aquí? Tú
no has hecho la Senda de Cazadores. Es imposible después de las cervezas de la noche y lo tarde que te
marchaste. Te fuiste después de las tres de la mañana al camping ¿Qué ruta has
hecho?
-La que ayer decidí; la Faja de Pelay. Me dormí
inmediatamente y a las siete desperté. Me costó desperezarme un poquito pero
bien…
- No te creo. ¿Cómo has podido
levantarte tan pronto?
- Mi objetivo era realizar la
ruta y aunque me ha costado al principio he conseguido lo que buscaba. Bien…,
aquí Sheila; aquí Ciri. Sheila te lo puede corroborar. Me vio cuando llegaba a
Soaso por la Faja de Pelay. Desde allí hemos caminado juntos hasta aquí. Sabe
un montón sobre esta zona y otras. ¡Ay si
todos los estudiantes tuvieran el mismo interés que ella, si supieran la
mitad de la mitad!
- No exageres. Conozco algo pero
me gustaría saber mucho más. Me he preocupado de estudiar y leer un poco sobre
el Parque Nacional. Ya dije antes que estas excursiones son como prácticas para
mí.
-Sheila, y… ¿este rollo de tío no
te ha aburrido de tanto hablar? Joaquín, cuando sabe sobre algo, se explaya en
exceso.
- No tanto. No me he aburrido en
absoluto. Yo también hablo mucho pero me gusta escuchar.
- Natural que ahora tengáis tanta
sed. Tomad otra cerveza. Con el calor que hace lo agradeceréis. Sheila.., ¿cómo
te atreves a caminar sola?
- Comencé el itinerario con tres
amigas. Llegamos juntas hasta las Gradas de Soaso. Después hemos seguido
derroteros distintos. No hemos discutido; ellas son de movimientos lentos y
hablan mucho más que yo. No creo que tarden en llegar. Comemos en el restaurante.
- Muy bien. Perdonar, tengo
tarea.
Las amigas de Sheila se lo habían
tomado con mucha calma. Aparecieron en el restaurante cuarenta y cinco minutos
más tarde. Comimos en la misma mesa y cada uno dio su versión del recorrido.
Era evidente que las tres amigas de Sheila no habían disfrutado de la misma
forma del itinerario por el cansancio, el exceso de conversación ajena al
medio, la no observación, una sensibilidad y practicidad escasa comparada con
la que yo había observado en Sheila.
A las seis de la tarde el amigo
de Jaca estaba en la Pradera para recogerlas. Sheila se despidió de forma
efusiva, me dio las gracias que yo le devolví porque aquella jornada, además de
cumplir el sueño de realizar la Faja de
Pelay, sin esperarlo, había aprendido y disfrutado de los conocimientos, del
saber estar de aquella joven universitaria como
pocas veces.
-Adiós Sheila, gracias. Te veo en
Salamanca.
- Adiós Joaquín. Puedes estar
seguro que en las próximas vacaciones voy a verte. Gracias, un beso.
*¡Qué razón tenía Sheila cuando hablaba de que el
bucardo, la endémica cabra del Pirineo, tenía los días contados! Pocos años más
tarde, en enero del 2000, encontraron al último ejemplar muerto bajo un árbol en la Faja de Pelay.