“ Esto es lo que tiene
Castilla, que no es bonita ni fea, ni buena ni mala, ni siquiera variada o
monótona, sino sorprendente y extraña, y sobrecogedora. Por eso es difícil
conocerla y aún más amarla. Pero también por eso, quizá, cuando se la conoce,
se le ama y ya no se le puede volver la cara. Castilla es un poco como una
droga de amargos y duros primeros sorbos que no hace efecto alguno al
castellano, que ya es un drogado, un habituado, pero que sobresalta y espanta
al forastero."(1)
Viajar por Castilla,
por la sobrecogedora Castilla de Cela, por la ancha, varia y diversa de
Delibes, por la Castilla de las llanuras y las montañas o por la cultural y
artística, patrimonio de la UNESCO, sigue sin suscitar el interés que cabría
esperar de una región tan rica en paisaje, en historia y en patrimonio. Incluso
entre los propios castellano-leoneses y en aquellos sectores que más de cerca
viven del viaje, hay despreocupación por su entorno inmediato. Unas veces se
debe al desconocimiento de lo propio y valoración de lo ajeno; otras, a la
tendencia a infravalorar lo próximo ante la machacona idea que ofrecen los
medios de comunicación y promoción por el Mediterráneo, las islas o las
montañas periféricas; otras, a las modas que se introducen desde fuera y que
aquí se adoptan con cierta facilidad, llegando a sentir cierto menosprecio
hacia el turista del interior, hacia el turismo endógeno, alternativo, rural y
diferente.
Si muchos castellanos
no conocen, ni aprecian, ni perciben, ni utilizan adecuadamente la región
turística, la mayor parte de los forasteros perciben Castilla a través de ideas
que se han generalizado y que en parte, “sólo en parte", corresponden a
una idea literaria, inmensamente más rica en contenidos y matices que la visión
de lo monótono, pobre, inhóspito y deforestado.
¿Por qué se ha llegado
a esta pobre concepción de Castilla y por qué el viajero y el turista no se
impresionan ante el paisaje y la cultura de Castilla? Tal vez se ha llegado a
esta situación porque en Castilla el paisaje que más se repite es el llano y
éste se confunde con lo monótono, triste y aburrido, a pesar de que como dijera
Unamuno: "Esta meseta de Castilla es toda ella cima"; tal vez porque
la historia de Castilla es "agua pasada" y no interesa a quien ve las
cosas de forma superficial y desconoce u olvida las raíces de España; quizá,
porque la riqueza monumental de Castilla se ve como superposición de piedras
que de manera reiterada aparecen aquí y allá y cansan y aburren porque no se
saben ver ni enseñar.
Desconocimiento y
falta de sensibilidad son responsables de visiones tan paupérrimas y parciales
y de que Castilla no despierte interés. A ello hay que unir las carencias
infraestructurales y el desafortunado enfoque de la promoción y el cuidado
turístico llevado a cabo en la región.
Por otro lado, en
nuestro país sigue de moda el sol, el mar y el folklore del Sur, astro, paisaje
y vida exportado al exterior como lo auténtico y genuino español, vendido
también a miles de españoles que no ven más allá, que "desprecian cuanto
ignoran" y que no viajan por Castilla ni por otras tierras de España
porque no está de moda y porque, como dicen, ¿Qué puede verse en Segovia o en
Soria? Grupos de universitarios, que debieran tener otro concepto del viaje,
del ocio y de la cultura, desean viajar al mar, les encanta... Sin embargo, no
sienten la atracción ni desean conocer aquellas tierras de la región donde
viven. Y no es que queramos quitar méritos ni clientes al mar, parafraseando a
D. Miguel, pero sí queremos y deseamos mayor conocimiento, valoración y respeto
hacia las tierras del interior peninsular, así como una preocupación mayor por
parte de la Administración en cuanto a la creación de infraestructura viaria,
equipamiento ordenado y conservación del paisaje natural y cultural. Hablamos
de equipamiento y conservación porque Castilla, a pesar de entrar dentro de la
consideración de "región no turística", sufre saturación temporal en
ciertas áreas ligadas a la influencia madrileña y vizcaína y en aquellos
lugares "reclamo" que poco a poco y por distintas circunstancias van
siendo descubiertos por el gran público.
Este turismo estival y
dominguero preferentemente no puede ser el único, ni tampoco constituir la meta
para Castilla. Es el turismo que tiene cierto parecido con el movimiento de
masas hacia las playas y el sol pero con la diferencia de que no generan
divisas, proporciona escaso empleo y rentabilidad y es, por el contrario, el
turismo que repercute de forma más directa y negativa sobre el paisaje natural
y sobre el hábitat rural de aquellas zonas donde se produce captación.
Castilla dispone de
recursos suficientemente variados como para hacerse acreedora a un turismo
nacional y extranjero, a un turismo de distancias cortas o más prolongadas, a
un turismo relax o viajero, a un turismo de distinta potencialidad económica.
En definitiva, a un turismo diverso en cuanto a origen, tiempo de estancia,
fines y poder adquisitivo. Falta, no obstante, ordenación turística adecuada,
equipamiento realista y rehabilitativo para conseguir un impacto positivo a
nivel económico y el menor impacto negativo posible sobre el medio físico o
sobre el patrimonio. Falta imaginación para llevar a cabo esta tarea que
debiera ser inminente. Falta lograr fórmulas suficientemente atractivas como
para que el turista urbano no sienta el peso de las piedras de cada edificio y
faltan guías que sientan la profesión.
Para lograr conocer y
valorar mejor Castilla es tarea prioritaria la de incentivar el viaje en todos
los sectores educativos de la región, de forma que éste turismo endógeno, al
tiempo que enriquece a la persona genera un movimiento económico. No es menos
necesario enseñar a ver y disfrutar el paisaje, la historia o el arte, así como
a conservar cada uno de los espacios visitados. Es posible viajar y hacer
turismo sin destruir. El turismo, bien conducido, no tiene que seguir siendo la
industria destructora del paisaje, sino la transformadora y potenciadora de
formas de vida, de disfrute y enriquecimiento personal.
Desarrollo de un
itinerario por la región
La lluvia otoñal, tan
esperada por toda la geografía española, acompañaba nuestro inicio de viaje
desde la capital de Salamanca hasta la Tierra de Medina. Cruzamos sin
detenernos Alaejos, de esbeltas torres mudéjares, Nava del Rey y Villaverde,
pueblos extendidos sobre la llanada enorme de la campiña, cuya fisonomía ha
cambiado en las últimas décadas. "Tierras de pan llevar" y algunas
"tierras de vinos" se han convertido en ricos regadíos. Las aguas
subterráneas y las rejas del tractor han roto la imagen de "llanos acerados",
secos y tostados. " Los horizontes sin confines visibles cuya imagen
cambiante está en el firmamento" (2) arrebatan el espíritu viajero, igual
que tiempo atrás sobrecogieran a hombres insignes.
El cielo negro-plomizo se torna más claro y limpio conforme nos acercamos a la histórica Medina, situada junto al alcor que corona el castillo de la Mota. En torno a este tradicional cruce de caminos, de cañadas y cordeles, de carreteras y vías férreas gira la vida de una amplia comarca. Medina, capital financiera, de ferias y mercados, verdadero centro económico hasta la gran crisis de 1597, sigue siendo lugar de captación comarcal y animado mercado las mañanas de los domingos.
El cielo negro-plomizo se torna más claro y limpio conforme nos acercamos a la histórica Medina, situada junto al alcor que corona el castillo de la Mota. En torno a este tradicional cruce de caminos, de cañadas y cordeles, de carreteras y vías férreas gira la vida de una amplia comarca. Medina, capital financiera, de ferias y mercados, verdadero centro económico hasta la gran crisis de 1597, sigue siendo lugar de captación comarcal y animado mercado las mañanas de los domingos.
Desafortunadas
reformas han destruido parte del patrimonio, aunque todavía conserve obras
señeras de los siglos XV y XVI, correspondientes a uno de los momentos de
esplendor de la ciudad.
Recorriendo las
tierras de Olmedo, Íscar , Cuéllar y Cantalejo, las que surcan Adaja, Eresma y
Cega, tierras de gran planitud, sólo interrumpida por la cuesta que corona el
páramo, por algunos tesos interfluviales así como por la profundización de los
cursos principales, podría pensarse en un paisaje de escasa variedad que no
atrae a quien lo visita. Sin embargo, cuando se intenta percibir y conocer, de
inmediato captamos la diversidad del paisaje natural y cultural. Se perciben
las formas, las diferencias litológicas de la caliza del páramo, la arcilla de
la campiña o las arenas del Gran Arenal de Castilla, el Pinus pinea o el Pinus
pinaster, los campos de remolacha o cereal. Se percibe la historia del medioevo
y moderna a través de los lienzos de muralla, las puertas de Olmedo y Cuéllar,
del castillo de Iscar, en ruinas o del magno castillo -palacio del duque de
Alburquerque. Olmedo, Iscar y Cuéllar nos enriquecen con la gran muestra
patrimonial del mudéjar. Nos llegan ecos de los tradicionales encierros de
Cuéllar, de su riqueza basada en la artesanía del cuero o el cultivo y molienda
de la rubia. Se rememora la literatura del Siglo de Oro a través de El
Caballero de Olmedo y la literatura romántica de Espronceda a través de su obra
Sancho Saldaña o El castellano de Cuéllar. Vienen al recuerdo las imágenes de
los trillos de Cantalejo girando sobre la mies tirados por las mulas y los
bueyes.
¿Acaso se puede tachar
de monótono este espacio castellano?
A pocos kilómetros de
Cantalejo, allí donde la Sierra de Pradales pierde entidad y parece fundirse
con el llano, se abre paso el río Duratón entre hoces y gargantas excavadas en
las calizas. Recientemente , dicho espacio ha sido declarado Parque Natural
teniendo en cuenta su valor paisajístico y la gran riqueza en fauna que hacen
de él un enclave privilegiado para determinadas especies.
Si la llanada requiere
sensibilidad y conocimiento para ser mejor percibida, las hoces y su entorno
cautivan al instante, máxime en la soleada mañana otoñal del mortecino
veranillo de San Martín. Paisaje geomorfológico y botánico, riqueza
ornitológica e historia se amalgaman a lo largo de las hoces, desde el embalse
de Burgomillodo hasta aguas arriba de Sepúlveda. Paredes tajadas, pliegues y
fallas, cuevas naturales utilizadas por el hombre para vivienda o refugio de
los animales; chopos, sauces y nogales, enebros y sabinas, mejorana y lavanda.
Buitres leonados, águilas, búhos y alimoches; pinturas prehistóricas, ermitas y
monasterios. Todo este rico muestrario es huella y vida de las hoces del
Duratón, otrora paisaje humanizado y vía reconquistadora. Hoy las hoces se han
convertido en espacio de ocio dominguero-estival, de "turistas" poco
cuidadosos con el medio, que ya comienza a sentir el impacto de los residuos
sólidos abandonados por doquier.
Tras el recorrido por
las Hoces y el pequeño refrigerio que nos proporcionan las perrunillas y el
anisete de nuestra sierra salmantina, continuamos el itinerario rumbo a
Sepúlveda.
El trayecto entre
Sebulcor, Villar de Sobrepeña y Sepúlveda, alto, pedregoso y pobre paisaje,
entraña al bélico y ascético páramo machadiano, lo contrario al bíblico jardín
(3). Es un trozo de planeta por donde cruza el pastor con su rebaño,
encontrando cobijo en este inhóspito escenario, en chozos circulares de piedra
semejantes a majanos dispersos por las lindes de los campos. Una pequeña
población, peña sobre peña, dispersos pegujales, pobre, aromático y espinoso
matorral es la escena próxima al viajero. A pocos pasos, el Duratón serpentea
encajado dando vida a diferentes especies vegetales en sus orillas y a buitres
y rapaces en los cortados. Al otro lado, allá lejos, donde muere la llanura, se
eleva gris y azulado el Sistema Central.
Desde la distancia se
vislumbra Sepúlveda, asentada sobre el horcajo que definen el Duratón y el
Caslilla, erguida sobre la caótica geología que la red fluvial ha ido
desmantelando. Descendiendo hacia el Caslilla, el soberbio paisaje natural y la
historia se aúnan al primer golpe de vista: "la silla de caballo",
las murallas y las puertas de Duruelo y del Portillo. Por encima, las viviendas
apiñadas tienden hacia la vertical, acentuada ésta por la pendiente que es necesario
salvar para llegar hasta su plaza mayor.
Septem-publica ,
encaramada sobre bélica geografía, es un hito en la historia de la Reconquista,
de los Fueros, de la Mesta y del románico segoviano, además de centro artesano
de ferias y mercados, hoy perdidos quizá para siempre. Y es que la geografía
juega su baza en la historia: ayer fue el lugar defensivo e inexpugnable,
cabeza de Comunidad; hoy es centro venido a menos, apartado de las principales
vías de comunicación.
Sepúlveda pierde
habitantes y patrimonio aunque haya implantado otra industria - el cordero de
figones y restaurantes que mueve tanto o más que la riqueza monumental.
Del enorme tesoro
artístico, parte se desmorona mientras el resto apenas si es disfrutado por el
viajero. Las iglesias de San Justo y Santiago presentan pobre y ruinoso aspecto
exterior. San Salvador, obra bien conservada, es la primera de su género
(1093), de ese románico segoviano con pórtico hacia el sur y torre exenta con
numerosos vanos. El santuario de la Virgen de la Peña ofrece un rico muestrario
escultórico en la portada, no muy común por estos pagos, teniendo en cuenta las
fechas de ejecución. En ella sobresalen el Crismón, Plantócrator, el
Tetramorfos y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Los numerosos añadidos
a la inicial obra románica de los siglos XII y XIII han desfigurado la
primitiva traza. Desde las proximidades de la iglesia se observa otra de las
puertas de la ciudad, la puerta de la Fuerza, solitaria sobre el dilacerado
paisaje de calizas mesozoicas .
Mientras románico y
mudéjar, castillo, casas solariegas y rincones porticados enriquecen nuestro
conocimiento histórico artístico, figones y restaurantes sacian el hambre del
camino, de las subidas y bajadas por las empinadas calles.
Camino de Pedraza y
ascendiendo hacia el mirador de Zuloaga, Sepúlveda aparece esplendorosa entre
los pliegues cenicientos y la sinfonía de color otoñal, teñido en esta
vertiente umbrosa de verde, amarillo y ocre marcescente.
Desde la Velilla,
siguiendo el arroyo de los Batanes, el roquero castillo de Pedraza nos recibe
iluminado por los soles vespertinos. Majestuoso e inexpugnable, ocupa el
espolón abrupto de la plataforma calcárea que sirve de asiento a uno de los
núcleos rurales que mejor conserva la primitiva estructura en la región. Pedraza,
"Señorío de pastores" (4) de la trashumancia medieval y moderna,
cabeza de Comunidad venida a menos, sorprende por las formas y el uso de
materiales en calles, casas y plaza porticada. Nido de artistas, continuadores
de la huella de Zuloaga, posee todo el encanto del conjunto monumental cuidado,
con restaurantes y hostería dependiente de la red de Paradores Nacionales,
tienda de productos naturales y de restauración, reclamo suficiente para el
turista, principalmente madrileño. La labor restauradora y de rehabilitación
continúa viva en Pedraza, que ve como parte de sus habitantes encuentra en el
turismo una importante fuente de ingresos.
Si el impacto
turístico resulta positivo en la rehabilitación llevada a cabo en Pedraza, no
cabe decir lo mismo de la influencia que la marea (5) madrileña ejerce sobre la
también segoviana población de Riaza. El viejo urbanismo de "calles anchas
y empedradas y de casas airosas y balcones de madera", que describiera
Camilo José Cela (6), no es el que se observa en las nuevas formas de
construcción introducidas del exterior y que son fiel exponente de la
incidencia urbanística del turismo, incluso en el medio rural. Este paisaje
turístico-rural bien puede ser incluido en el estilo "Kitsch", propio
de tantos ámbitos masificados, sin identidad ni originalidad alguna.
Los elevados campos
detríticos que circundan Riaza, con grandes manchas de robledal, frescos y
apacibles durante el estío, atraen la corriente madrileña, que halla la ansiada
naturaleza verde al aire libre no rodeada de asfalto y hormigón. Es espacio de
ocio estival e invernal con la utilización de la estación de esquí de La
Pinilla, así como concurrido lugar los fines de semana al haberse convertido en
área de residencia secundaria.
Robledales y bardales,
encinar y carrascal riazanos dan paso a la extensa campiña desnuda, roja
laterítica de Ayllón. En el borde campiñés, sobre ladera resguardada, se
estrecha el viejo Ayllón, detrás de la puerta de la Villa y la muralla, en la
margen derecha del Aguisejo, que en otro tiempo actuaría como foso natural.
Diversas edificaciones de corte urbano han rebasado la corriente fluvial y se
extienden a los largo de la carretera que conduce a Segovia. Por otro lado,
sillares y madera labrada denotan rango, posición y gusto en obras como el
Palacio de los Contreras, mientras que canto rodado, ladrillo y adobe alternan
en construcciones más modestas, las que componen la mayor parte del antiguo
caserío.
Por encima de la villa
se alza la torre de La Martina, único estandarte de lo que fuera un enorme
castillo. Desde allí, Ayllón se observa a vista de pájaro, al igual que la
campiña, el río, las huertas y las choperas. A cierta distancia, cubierto por
las nubes , se adivina el macizo de Ayllón.
Ayllón, bien conocido
en la historia por figuras como don Álvaro de Luna, el Marqués de Villena, San
Vicente Ferrer o el judío profeta, es también capital de Comunidad, que integra
pueblos de las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara. Los fines que se
persiguen a través de la mancomunidad tienen que ver con la administración y
disfrute de pastos, leñas y frutos. El éxodo rural o la despoblación más
absoluta se ha adueñado de algunos pueblos de la Comunidad , y sin embargo ha
comenzado la colonización turística. La Sierra de Ayllón aparece en numerosos
programas de turismo verde y los "pueblos negros" han empezado a ser
punto de mira de quienes buscan solaz y descanso en el medio rural.
Desde la misma
población de Ayllón, la carretera asciende hasta las altas tierras del suroeste
Soriano. La ondulada faz de estos campos de labor cambia de tonalidad a cada
instante, proporcionando un gran placer a la vista. Barbechos, tierras recién
labradas que esperan la sementera y campos de miés nacidos alternan en este
amplio panorama. Sobre la llanura aparecen visibles las raíces de pliegues
anticlinales calcáreos que constituyen una potente enriscada cortada en su
frente suroriental. Una veintena de buitres sobrevuela el lugar como esperando
caer sobre la carroña.
En el cielo oscurece
más y más y una fina lluvia comienza a caer. Tras un rápido descenso surge como
nacido de la tierra misma el pequeño núcleo de Cuevas de Ayllón. Vigorosos
estratos de areniscas de intenso color rojizo forman la margen derecha del río
Pedro, la misma roca que ha servido para construir la mayor parte de las casas
del pueblo. Varios edificios nuevos rompen con la tradicional arquitectura
rural, los palomares redondos y cuadrangulares están en su mayor parte arruinados,
abandonados como los huertos de la ribera y como muchas de las casas. De nuevo,
la carretera se empina y entre el monte de encinas y matorral se encuentran más
campos de labor; las casetas del ganado, próximas unas de otras, parecen
mimetizarse con el medio, son de bajas paredes de piedra y tejados rojos,
apenas sobresalen del suelo en estas tierras frías y de fuertes vientos, son
como verdaderas excrecencias del terreno, tal como diría Unamuno. Aunque por
estas fechas no se ven rebaños de ovejas, éstas constituyen una de las bases
que la economía de la zona. Es el terreno propicio para la oveja ojalada, de
talla pequeña y especial pigmentación, acostumbrada a los rigores de las altas
plataformas que se extienden desde el Duero hasta el Sistema Central. Aquí y en
la provincia de Guadalajara esta oveja, casi cabra, adquiere gran difusión.
En los alrededores de
Montejo de Tiermes pocos campos están sin labrar. Las tierras rojas y negras,
sin duda feraces, están condicionadas por las frías temperaturas. Los pocos
habitantes que aquí viven se han mecanizado, como denota la abundante
maquinaria que se encuentra en el entorno del pueblo. También en Montejo
aparece alguna casa nueva que introduce modelos completamente foráneos.
Llegando a Tiermes,
los cultivos van desapareciendo y el matorral de Cistus, mejorana y bardas
ocupa amplias extensiones, adquiriendo desarrollo el bosque de robles entre
Tiermes y la sierra. Algunas corpulentas sabinas dispersas y rastreros y
cónicos enebros ponen su nota criófila y colonizadora en el paisaje.
El viento sopla con
fuerza desde el suroeste, mientras sobre la sierra de Pela se ciernen negros
nubarrones amenazantes. El intenso frío, el viento y la cara gris del día no
impiden nuestro recorrido por la ciudad celtibérica y romana, visigoda y
cristiana. La roca es el testimonio de un pasado glorioso. Las plataformas
areniscas, modeladas por hombre y la naturaleza son testigos de la historia en
el corazón de celtiberia, de la historia arévaca bañada en sangre por el enemigo
vencedor allá por el 98-94 antes de Cristo, según refieren los historiadores
romanos; testigos de la sumisión a Roma, de la crisis del Imperio y de las
nuevas invasiones; testigos del románico y la devoción medieval, de las fiestas
y las romería a Tiermes ; testigos de la labor arqueológica y del asombro de
los visitantes que atónitos observan las formas de la roca labrada: mechinales,
viviendas rupestres, tumbas, cubos de muralla, puertas, acueducto y canales.
Desde la acrópolis
celtibérica a 1233 metros, el paisaje otoñal luce en todo su esplendor, tanto
en los robledales ocres y amarillos como en la intensidad del color ribereño de
los chopos y saucedas del río Manzanares.
Nuestro recorrido por
Tiermes acaba con la visita del museo y la proyección de un vídeo sobre el
yacimiento. Pocos son los visitantes que acuden a este lugar y, sin embargo, es
una lección viva de paisaje, historia y arte.
Iniciamos el retorno
por que el camino andado, por rutas de trashumancia y castillos, rutas serranas
de poesía y buena gastronomía para recalar en Sotosalbos, el Saltus Albus de
los romanos, pequeño núcleo donde se encuentra una de las joyas de la
arquitectura segoviana románica. Su párroco es fiel guardián de iglesia y
museo, hombre interesado por cuanto concierne a Sotosalbos y comarca, escritor
difusor de la cultura que entrañan estos rincones de la Sierra de Segovia.
Segovia, punto final
del itinerario, colma los deseos de conocimiento de la ciudad interior,
histórica y monumental, patrimonio de la UNESCO. Avistada desde el mirador de
la carretera de Valladolid, muestra algunas de las fases de crecimiento urbano
y los símbolos más señeros y publicitarios de la ciudad: la urbe medieval
defensiva en lo alto de "La Peña", albergando Alcázar, catedral y la
más esbelta torre románica - la de San Esteban -. En el extremo opuesto al
Alcázar, la genial obra romana: el acueducto y la plaza del Azoguejo , punto de
unión con los arrabales medievales y la ciudad nueva. A nuestros pies, el
Eresma y el barrio de San Lorenzo, arrabal industrioso que conserva una
destacada plaza.
Adentrarse en Segovia
por la calle Juan Bravo o la calle Real y llegar hasta alguna de sus plazas es
introducirse en la propia historia de la ciudad, jalonada por el románico, los
torreones y las esculturas comuneras. Es el encuentro con la plaza mayor, las
tiendas artesanas, la catedral, el barrio de las Canongías y, al fondo, en el
espolón, el Alcázar Trastámara, bajo cuyo escarpe fluyen el Eresma y el
Clamores.
En las calles no
faltan transeúntes que acuden a Segovia incentivados por la riqueza patrimonial
y prestigio gastronómico simbolizado en Cándido, Mesonero Mayor de Castilla.
Sin duda, esta no es la ciudad que visitaron extranjeros como Madame d´Aulnoy y
Saint-Simon, que pensaron morir de hambre y no encontrar alojamiento. Si tiene
más parecido con la encontrada por Doré y Davillier hacía 1860 y de la cual
dicen que es un centro de satisfactoria comida y alojamiento y una pintoresca y
completa ciudad medieval en la que muchos turistas no se detienen por verdadero
desconocimiento.
Abandonamos Segovia y
mientras el autocar rueda camino de Salamanca, el "trasatlántico
místico" (7) iluminado parece avanzar en nocturno crucero por la enorme
llanada regional.
(1) Cela, C. J.: Judíos, moros y cristianos. Ed. Destino, vol. 70. Barcelona, 1979.
(2) Expresiones utilizadas por Claudio Sánchez Albornoz , referentes a Castilla en su libro Ensayos sobre Historia de España.
(3) Paráfrasis de los versos machadianos de Campos de Castilla en el poema “Por Tierras de España”
(4) Pedraza, Señorío de Pastores es eltítulo del libro publicado por la parroquia de Sotosalbos, de Emiliano Alvarado y Pablo Sainz Casado, con fotos de Felix Sanz Capa.
(5) Forma de referirse a la gran corriente turística madrileña en tierras segovianas utilizada por J. G. Fernández en su libro Castilla ( entre la percepción del espacio y la tradición erudita).
(6) Cela, C. J.: Ob. Cit.
(7) José Ortega y Gasset se refiere a la catedral de Segovia con las siguientes palabras: “A la mano siniestra, allá lejos, navega entre trigos amarillos la catedral de Segovia, como un enorme trasatlántico místico, que anula con su corpulencia el resto del caserío”.
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García Fernández, J.: Castilla ( entre la percepción del espacio y la tradición erudita ). Selecciones Austral, Madrid,1985.
Linage Conde, A.: Sepúlveda y el cañón del Duratón. Ed. Lancia, León, 1989.
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Martínez de Pisón, E.: Segovia: evolución de un paisaje urbano. Colegio de Ingenieros de Caminos, C. y P. , Madrid, 1976.
Machado, A.: Campos de Castilla. Ed. Cátedra, Madrid, 1986.
Madoz, P.: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. Ed. Ámbito, facsímil- Valladolid, 1984.
Municio Gómez, L.: Pedraza y su Tierra, retazos de historia. Segovia , 1986.
Ortega y Gasset, J.: Paisajes. Madrid, 1983.
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Santamaría, J. M.: Los bosques de Castilla y León. Ed. Ámbito, Valladolid, 1987.
Santamaría, J. M.: Segovia románica. Publicaciones Caja de Ahorros Segovia, 1988.
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Soriano, M.: Castillos y palacios de Segovia. Ed. Ámbito, Valladolid, 1987.
Villar Castro J. y otros: Geografía de Castilla y León: Las Ciudades. Ed. Ámbito , Valladolid, 1989.
Artículo publicado por la revista Estudios Turísticos, número 107, año 1990.
Berrocal Rosingana y la colaboración de los alumnos Báez Álvarez, Hernández Romero, Martínez Martínez , Sánchez García, Tapia Nieto y Zorrilla Hernández.
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