martes, 3 de marzo de 2020

VIAJAR POR CASTILLA



“ Esto es lo que tiene Castilla, que no es bonita ni fea, ni buena ni mala, ni siquiera variada o monótona, sino sorprendente y extraña, y sobrecogedora. Por eso es difícil conocerla y aún más amarla. Pero también por eso, quizá, cuando se la conoce, se le ama y ya no se le puede volver la cara. Castilla es un poco como una droga de amargos y duros primeros sorbos que no hace efecto alguno al castellano, que ya es un drogado, un habituado, pero que sobresalta y espanta al forastero."(1)
Viajar por Castilla, por la sobrecogedora Castilla de Cela, por la ancha, varia y diversa de Delibes, por la Castilla de las llanuras y las montañas o por la cultural y artística, patrimonio de la UNESCO, sigue sin suscitar el interés que cabría esperar de una región tan rica en paisaje, en historia y en patrimonio. Incluso entre los propios castellano-leoneses y en aquellos sectores que más de cerca viven del viaje, hay despreocupación por su entorno inmediato. Unas veces se debe al desconocimiento de lo propio y valoración de lo ajeno; otras, a la tendencia a infravalorar lo próximo ante la machacona idea que ofrecen los medios de comunicación y promoción por el Mediterráneo, las islas o las montañas periféricas; otras, a las modas que se introducen desde fuera y que aquí se adoptan con cierta facilidad, llegando a sentir cierto menosprecio hacia el turista del interior, hacia el turismo endógeno, alternativo, rural y diferente.
Si muchos castellanos no conocen, ni aprecian, ni perciben, ni utilizan adecuadamente la región turística, la mayor parte de los forasteros perciben Castilla a través de ideas que se han generalizado y que en parte, “sólo en parte", corresponden a una idea literaria, inmensamente más rica en contenidos y matices que la visión de lo monótono, pobre, inhóspito y deforestado.
¿Por qué se ha llegado a esta pobre concepción de Castilla y por qué el viajero y el turista no se impresionan ante el paisaje y la cultura de Castilla? Tal vez se ha llegado a esta situación porque en Castilla el paisaje que más se repite es el llano y éste se confunde con lo monótono, triste y aburrido, a pesar de que como dijera Unamuno: "Esta meseta de Castilla es toda ella cima"; tal vez porque la historia de Castilla es "agua pasada" y no interesa a quien ve las cosas de forma superficial y desconoce u olvida las raíces de España; quizá, porque la riqueza monumental de Castilla se ve como superposición de piedras que de manera reiterada aparecen aquí y allá y cansan y aburren porque no se saben ver ni enseñar.
Desconocimiento y falta de sensibilidad son responsables de visiones tan paupérrimas y parciales y de que Castilla no despierte interés. A ello hay que unir las carencias infraestructurales y el desafortunado enfoque de la promoción y el cuidado turístico llevado a cabo en la región.
Por otro lado, en nuestro país sigue de moda el sol, el mar y el folklore del Sur, astro, paisaje y vida exportado al exterior como lo auténtico y genuino español, vendido también a miles de españoles que no ven más allá, que "desprecian cuanto ignoran" y que no viajan por Castilla ni por otras tierras de España porque no está de moda y porque, como dicen, ¿Qué puede verse en Segovia o en Soria? Grupos de universitarios, que debieran tener otro concepto del viaje, del ocio y de la cultura, desean viajar al mar, les encanta... Sin embargo, no sienten la atracción ni desean conocer aquellas tierras de la región donde viven. Y no es que queramos quitar méritos ni clientes al mar, parafraseando a D. Miguel, pero sí queremos y deseamos mayor conocimiento, valoración y respeto hacia las tierras del interior peninsular, así como una preocupación mayor por parte de la Administración en cuanto a la creación de infraestructura viaria, equipamiento ordenado y conservación del paisaje natural y cultural. Hablamos de equipamiento y conservación porque Castilla, a pesar de entrar dentro de la consideración de "región no turística", sufre saturación temporal en ciertas áreas ligadas a la influencia madrileña y vizcaína y en aquellos lugares "reclamo" que poco a poco y por distintas circunstancias van siendo descubiertos por el gran público.
Este turismo estival y dominguero preferentemente no puede ser el único, ni tampoco constituir la meta para Castilla. Es el turismo que tiene cierto parecido con el movimiento de masas hacia las playas y el sol pero con la diferencia de que no generan divisas, proporciona escaso empleo y rentabilidad y es, por el contrario, el turismo que repercute de forma más directa y negativa sobre el paisaje natural y sobre el hábitat rural de aquellas zonas donde se produce captación.
Castilla dispone de recursos suficientemente variados como para hacerse acreedora a un turismo nacional y extranjero, a un turismo de distancias cortas o más prolongadas, a un turismo relax o viajero, a un turismo de distinta potencialidad económica. En definitiva, a un turismo diverso en cuanto a origen, tiempo de estancia, fines y poder adquisitivo. Falta, no obstante, ordenación turística adecuada, equipamiento realista y rehabilitativo para conseguir un impacto positivo a nivel económico y el menor impacto negativo posible sobre el medio físico o sobre el patrimonio. Falta imaginación para llevar a cabo esta tarea que debiera ser inminente. Falta lograr fórmulas suficientemente atractivas como para que el turista urbano no sienta el peso de las piedras de cada edificio y faltan guías que sientan la profesión.
Para lograr conocer y valorar mejor Castilla es tarea prioritaria la de incentivar el viaje en todos los sectores educativos de la región, de forma que éste turismo endógeno, al tiempo que enriquece a la persona genera un movimiento económico. No es menos necesario enseñar a ver y disfrutar el paisaje, la historia o el arte, así como a conservar cada uno de los espacios visitados. Es posible viajar y hacer turismo sin destruir. El turismo, bien conducido, no tiene que seguir siendo la industria destructora del paisaje, sino la transformadora y potenciadora de formas de vida, de disfrute y enriquecimiento personal.
Desarrollo de un itinerario por la región
La lluvia otoñal, tan esperada por toda la geografía española, acompañaba nuestro inicio de viaje desde la capital de Salamanca hasta la Tierra de Medina. Cruzamos sin detenernos Alaejos, de esbeltas torres mudéjares, Nava del Rey y Villaverde, pueblos extendidos sobre la llanada enorme de la campiña, cuya fisonomía ha cambiado en las últimas décadas. "Tierras de pan llevar" y algunas "tierras de vinos" se han convertido en ricos regadíos. Las aguas subterráneas y las rejas del tractor han roto la imagen de "llanos acerados", secos y tostados. " Los horizontes sin confines visibles cuya imagen cambiante está en el firmamento" (2) arrebatan el espíritu viajero, igual que tiempo atrás sobrecogieran a hombres insignes.
El cielo negro-plomizo se torna más claro y limpio conforme nos acercamos a la histórica Medina, situada junto al alcor que corona el castillo de la Mota. En torno a este tradicional cruce de caminos, de cañadas y cordeles, de carreteras y vías férreas gira la vida de una amplia comarca. Medina, capital financiera, de ferias y mercados, verdadero centro económico hasta la gran crisis de 1597, sigue siendo lugar de captación comarcal y animado mercado las mañanas de los domingos.
Desafortunadas reformas han destruido parte del patrimonio, aunque todavía conserve obras señeras de los siglos XV y XVI, correspondientes a uno de los momentos de esplendor de la ciudad.
Recorriendo las tierras de Olmedo, Íscar , Cuéllar y Cantalejo, las que surcan Adaja, Eresma y Cega, tierras de gran planitud, sólo interrumpida por la cuesta que corona el páramo, por algunos tesos interfluviales así como por la profundización de los cursos principales, podría pensarse en un paisaje de escasa variedad que no atrae a quien lo visita. Sin embargo, cuando se intenta percibir y conocer, de inmediato captamos la diversidad del paisaje natural y cultural. Se perciben las formas, las diferencias litológicas de la caliza del páramo, la arcilla de la campiña o las arenas del Gran Arenal de Castilla, el Pinus pinea o el Pinus pinaster, los campos de remolacha o cereal. Se percibe la historia del medioevo y moderna a través de los lienzos de muralla, las puertas de Olmedo y Cuéllar, del castillo de Iscar, en ruinas o del magno castillo -palacio del duque de Alburquerque. Olmedo, Iscar y Cuéllar nos enriquecen con la gran muestra patrimonial del mudéjar. Nos llegan ecos de los tradicionales encierros de Cuéllar, de su riqueza basada en la artesanía del cuero o el cultivo y molienda de la rubia. Se rememora la literatura del Siglo de Oro a través de El Caballero de Olmedo y la literatura romántica de Espronceda a través de su obra Sancho Saldaña o El castellano de Cuéllar. Vienen al recuerdo las imágenes de los trillos de Cantalejo girando sobre la mies tirados por las mulas y los bueyes.
¿Acaso se puede tachar de monótono este espacio castellano?
A pocos kilómetros de Cantalejo, allí donde la Sierra de Pradales pierde entidad y parece fundirse con el llano, se abre paso el río Duratón entre hoces y gargantas excavadas en las calizas. Recientemente , dicho espacio ha sido declarado Parque Natural teniendo en cuenta su valor paisajístico y la gran riqueza en fauna que hacen de él un enclave privilegiado para determinadas especies.
Si la llanada requiere sensibilidad y conocimiento para ser mejor percibida, las hoces y su entorno cautivan al instante, máxime en la soleada mañana otoñal del mortecino veranillo de San Martín. Paisaje geomorfológico y botánico, riqueza ornitológica e historia se amalgaman a lo largo de las hoces, desde el embalse de Burgomillodo hasta aguas arriba de Sepúlveda. Paredes tajadas, pliegues y fallas, cuevas naturales utilizadas por el hombre para vivienda o refugio de los animales; chopos, sauces y nogales, enebros y sabinas, mejorana y lavanda. Buitres leonados, águilas, búhos y alimoches; pinturas prehistóricas, ermitas y monasterios. Todo este rico muestrario es huella y vida de las hoces del Duratón, otrora paisaje humanizado y vía reconquistadora. Hoy las hoces se han convertido en espacio de ocio dominguero-estival, de "turistas" poco cuidadosos con el medio, que ya comienza a sentir el impacto de los residuos sólidos abandonados por doquier.


Tras el recorrido por las Hoces y el pequeño refrigerio que nos proporcionan las perrunillas y el anisete de nuestra sierra salmantina, continuamos el itinerario rumbo a Sepúlveda.
El trayecto entre Sebulcor, Villar de Sobrepeña y Sepúlveda, alto, pedregoso y pobre paisaje, entraña al bélico y ascético páramo machadiano, lo contrario al bíblico jardín (3). Es un trozo de planeta por donde cruza el pastor con su rebaño, encontrando cobijo en este inhóspito escenario, en chozos circulares de piedra semejantes a majanos dispersos por las lindes de los campos. Una pequeña población, peña sobre peña, dispersos pegujales, pobre, aromático y espinoso matorral es la escena próxima al viajero. A pocos pasos, el Duratón serpentea encajado dando vida a diferentes especies vegetales en sus orillas y a buitres y rapaces en los cortados. Al otro lado, allá lejos, donde muere la llanura, se eleva gris y azulado el Sistema Central.
Desde la distancia se vislumbra Sepúlveda, asentada sobre el horcajo que definen el Duratón y el Caslilla, erguida sobre la caótica geología que la red fluvial ha ido desmantelando. Descendiendo hacia el Caslilla, el soberbio paisaje natural y la historia se aúnan al primer golpe de vista: "la silla de caballo", las murallas y las puertas de Duruelo y del Portillo. Por encima, las viviendas apiñadas tienden hacia la vertical, acentuada ésta por la pendiente que es necesario salvar para llegar hasta su plaza mayor.
Septem-publica , encaramada sobre bélica geografía, es un hito en la historia de la Reconquista, de los Fueros, de la Mesta y del románico segoviano, además de centro artesano de ferias y mercados, hoy perdidos quizá para siempre. Y es que la geografía juega su baza en la historia: ayer fue el lugar defensivo e inexpugnable, cabeza de Comunidad; hoy es centro venido a menos, apartado de las principales vías de comunicación.
Sepúlveda pierde habitantes y patrimonio aunque haya implantado otra industria - el cordero de figones y restaurantes que mueve tanto o más que la riqueza monumental.
Del enorme tesoro artístico, parte se desmorona mientras el resto apenas si es disfrutado por el viajero. Las iglesias de San Justo y Santiago presentan pobre y ruinoso aspecto exterior. San Salvador, obra bien conservada, es la primera de su género (1093), de ese románico segoviano con pórtico hacia el sur y torre exenta con numerosos vanos. El santuario de la Virgen de la Peña ofrece un rico muestrario escultórico en la portada, no muy común por estos pagos, teniendo en cuenta las fechas de ejecución. En ella sobresalen el Crismón, Plantócrator, el Tetramorfos y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Los numerosos añadidos a la inicial obra románica de los siglos XII y XIII han desfigurado la primitiva traza. Desde las proximidades de la iglesia se observa otra de las puertas de la ciudad, la puerta de la Fuerza, solitaria sobre el dilacerado paisaje de calizas mesozoicas .
Mientras románico y mudéjar, castillo, casas solariegas y rincones porticados enriquecen nuestro conocimiento histórico artístico, figones y restaurantes sacian el hambre del camino, de las subidas y bajadas por las empinadas calles.
Camino de Pedraza y ascendiendo hacia el mirador de Zuloaga, Sepúlveda aparece esplendorosa entre los pliegues cenicientos y la sinfonía de color otoñal, teñido en esta vertiente umbrosa de verde, amarillo y ocre marcescente.
Desde la Velilla, siguiendo el arroyo de los Batanes, el roquero castillo de Pedraza nos recibe iluminado por los soles vespertinos. Majestuoso e inexpugnable, ocupa el espolón abrupto de la plataforma calcárea que sirve de asiento a uno de los núcleos rurales que mejor conserva la primitiva estructura en la región. Pedraza, "Señorío de pastores" (4) de la trashumancia medieval y moderna, cabeza de Comunidad venida a menos, sorprende por las formas y el uso de materiales en calles, casas y plaza porticada. Nido de artistas, continuadores de la huella de Zuloaga, posee todo el encanto del conjunto monumental cuidado, con restaurantes y hostería dependiente de la red de Paradores Nacionales, tienda de productos naturales y de restauración, reclamo suficiente para el turista, principalmente madrileño. La labor restauradora y de rehabilitación continúa viva en Pedraza, que ve como parte de sus habitantes encuentra en el turismo una importante fuente de ingresos.
Si el impacto turístico resulta positivo en la rehabilitación llevada a cabo en Pedraza, no cabe decir lo mismo de la influencia que la marea (5) madrileña ejerce sobre la también segoviana población de Riaza. El viejo urbanismo de "calles anchas y empedradas y de casas airosas y balcones de madera", que describiera Camilo José Cela (6), no es el que se observa en las nuevas formas de construcción introducidas del exterior y que son fiel exponente de la incidencia urbanística del turismo, incluso en el medio rural. Este paisaje turístico-rural bien puede ser incluido en el estilo "Kitsch", propio de tantos ámbitos masificados, sin identidad ni originalidad alguna.
Los elevados campos detríticos que circundan Riaza, con grandes manchas de robledal, frescos y apacibles durante el estío, atraen la corriente madrileña, que halla la ansiada naturaleza verde al aire libre no rodeada de asfalto y hormigón. Es espacio de ocio estival e invernal con la utilización de la estación de esquí de La Pinilla, así como concurrido lugar los fines de semana al haberse convertido en área de residencia secundaria.
Robledales y bardales, encinar y carrascal riazanos dan paso a la extensa campiña desnuda, roja laterítica de Ayllón. En el borde campiñés, sobre ladera resguardada, se estrecha el viejo Ayllón, detrás de la puerta de la Villa y la muralla, en la margen derecha del Aguisejo, que en otro tiempo actuaría como foso natural. Diversas edificaciones de corte urbano han rebasado la corriente fluvial y se extienden a los largo de la carretera que conduce a Segovia. Por otro lado, sillares y madera labrada denotan rango, posición y gusto en obras como el Palacio de los Contreras, mientras que canto rodado, ladrillo y adobe alternan en construcciones más modestas, las que componen la mayor parte del antiguo caserío.
Por encima de la villa se alza la torre de La Martina, único estandarte de lo que fuera un enorme castillo. Desde allí, Ayllón se observa a vista de pájaro, al igual que la campiña, el río, las huertas y las choperas. A cierta distancia, cubierto por las nubes , se adivina el macizo de Ayllón.
Ayllón, bien conocido en la historia por figuras como don Álvaro de Luna, el Marqués de Villena, San Vicente Ferrer o el judío profeta, es también capital de Comunidad, que integra pueblos de las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara. Los fines que se persiguen a través de la mancomunidad tienen que ver con la administración y disfrute de pastos, leñas y frutos. El éxodo rural o la despoblación más absoluta se ha adueñado de algunos pueblos de la Comunidad , y sin embargo ha comenzado la colonización turística. La Sierra de Ayllón aparece en numerosos programas de turismo verde y los "pueblos negros" han empezado a ser punto de mira de quienes buscan solaz y descanso en el medio rural.




Desde la misma población de Ayllón, la carretera asciende hasta las altas tierras del suroeste Soriano. La ondulada faz de estos campos de labor cambia de tonalidad a cada instante, proporcionando un gran placer a la vista. Barbechos, tierras recién labradas que esperan la sementera y campos de miés nacidos alternan en este amplio panorama. Sobre la llanura aparecen visibles las raíces de pliegues anticlinales calcáreos que constituyen una potente enriscada cortada en su frente suroriental. Una veintena de buitres sobrevuela el lugar como esperando caer sobre la carroña.
En el cielo oscurece más y más y una fina lluvia comienza a caer. Tras un rápido descenso surge como nacido de la tierra misma el pequeño núcleo de Cuevas de Ayllón. Vigorosos estratos de areniscas de intenso color rojizo forman la margen derecha del río Pedro, la misma roca que ha servido para construir la mayor parte de las casas del pueblo. Varios edificios nuevos rompen con la tradicional arquitectura rural, los palomares redondos y cuadrangulares están en su mayor parte arruinados, abandonados como los huertos de la ribera y como muchas de las casas. De nuevo, la carretera se empina y entre el monte de encinas y matorral se encuentran más campos de labor; las casetas del ganado, próximas unas de otras, parecen mimetizarse con el medio, son de bajas paredes de piedra y tejados rojos, apenas sobresalen del suelo en estas tierras frías y de fuertes vientos, son como verdaderas excrecencias del terreno, tal como diría Unamuno. Aunque por estas fechas no se ven rebaños de ovejas, éstas constituyen una de las bases que la economía de la zona. Es el terreno propicio para la oveja ojalada, de talla pequeña y especial pigmentación, acostumbrada a los rigores de las altas plataformas que se extienden desde el Duero hasta el Sistema Central. Aquí y en la provincia de Guadalajara esta oveja, casi cabra, adquiere gran difusión.
En los alrededores de Montejo de Tiermes pocos campos están sin labrar. Las tierras rojas y negras, sin duda feraces, están condicionadas por las frías temperaturas. Los pocos habitantes que aquí viven se han mecanizado, como denota la abundante maquinaria que se encuentra en el entorno del pueblo. También en Montejo aparece alguna casa nueva que introduce modelos completamente foráneos.
Llegando a Tiermes, los cultivos van desapareciendo y el matorral de Cistus, mejorana y bardas ocupa amplias extensiones, adquiriendo desarrollo el bosque de robles entre Tiermes y la sierra. Algunas corpulentas sabinas dispersas y rastreros y cónicos enebros ponen su nota criófila y colonizadora en el paisaje.
El viento sopla con fuerza desde el suroeste, mientras sobre la sierra de Pela se ciernen negros nubarrones amenazantes. El intenso frío, el viento y la cara gris del día no impiden nuestro recorrido por la ciudad celtibérica y romana, visigoda y cristiana. La roca es el testimonio de un pasado glorioso. Las plataformas areniscas, modeladas por hombre y la naturaleza son testigos de la historia en el corazón de celtiberia, de la historia arévaca bañada en sangre por el enemigo vencedor allá por el 98-94 antes de Cristo, según refieren los historiadores romanos; testigos de la sumisión a Roma, de la crisis del Imperio y de las nuevas invasiones; testigos del románico y la devoción medieval, de las fiestas y las romería a Tiermes ; testigos de la labor arqueológica y del asombro de los visitantes que atónitos observan las formas de la roca labrada: mechinales, viviendas rupestres, tumbas, cubos de muralla, puertas, acueducto y canales.

Desde la acrópolis celtibérica a 1233 metros, el paisaje otoñal luce en todo su esplendor, tanto en los robledales ocres y amarillos como en la intensidad del color ribereño de los chopos y saucedas del río Manzanares.
Nuestro recorrido por Tiermes acaba con la visita del museo y la proyección de un vídeo sobre el yacimiento. Pocos son los visitantes que acuden a este lugar y, sin embargo, es una lección viva de paisaje, historia y arte.
Iniciamos el retorno por que el camino andado, por rutas de trashumancia y castillos, rutas serranas de poesía y buena gastronomía para recalar en Sotosalbos, el Saltus Albus de los romanos, pequeño núcleo donde se encuentra una de las joyas de la arquitectura segoviana románica. Su párroco es fiel guardián de iglesia y museo, hombre interesado por cuanto concierne a Sotosalbos y comarca, escritor difusor de la cultura que entrañan estos rincones de la Sierra de Segovia.
Segovia, punto final del itinerario, colma los deseos de conocimiento de la ciudad interior, histórica y monumental, patrimonio de la UNESCO. Avistada desde el mirador de la carretera de Valladolid, muestra algunas de las fases de crecimiento urbano y los símbolos más señeros y publicitarios de la ciudad: la urbe medieval defensiva en lo alto de "La Peña", albergando Alcázar, catedral y la más esbelta torre románica - la de San Esteban -. En el extremo opuesto al Alcázar, la genial obra romana: el acueducto y la plaza del Azoguejo , punto de unión con los arrabales medievales y la ciudad nueva. A nuestros pies, el Eresma y el barrio de San Lorenzo, arrabal industrioso que conserva una destacada plaza.
Adentrarse en Segovia por la calle Juan Bravo o la calle Real y llegar hasta alguna de sus plazas es introducirse en la propia historia de la ciudad, jalonada por el románico, los torreones y las esculturas comuneras. Es el encuentro con la plaza mayor, las tiendas artesanas, la catedral, el barrio de las Canongías y, al fondo, en el espolón, el Alcázar Trastámara, bajo cuyo escarpe fluyen el Eresma y el Clamores.
En las calles no faltan transeúntes que acuden a Segovia incentivados por la riqueza patrimonial y prestigio gastronómico simbolizado en Cándido, Mesonero Mayor de Castilla. Sin duda, esta no es la ciudad que visitaron extranjeros como Madame d´Aulnoy y Saint-Simon, que pensaron morir de hambre y no encontrar alojamiento. Si tiene más parecido con la encontrada por Doré y Davillier hacía 1860 y de la cual dicen que es un centro de satisfactoria comida y alojamiento y una pintoresca y completa ciudad medieval en la que muchos turistas no se detienen por verdadero desconocimiento.
Abandonamos Segovia y mientras el autocar rueda camino de Salamanca, el "trasatlántico místico" (7) iluminado parece avanzar en nocturno crucero por la enorme llanada regional.

(1) Cela, C. J.: Judíos, moros y cristianos. Ed. Destino, vol. 70. Barcelona, 1979.
(2) Expresiones utilizadas por Claudio Sánchez Albornoz , referentes a Castilla en su libro Ensayos sobre Historia de España.
(3) Paráfrasis de los versos machadianos de Campos de Castilla en el poema “Por Tierras de España”
(4) Pedraza, Señorío de Pastores es eltítulo del libro publicado por la parroquia de Sotosalbos, de Emiliano Alvarado y Pablo Sainz Casado, con fotos de Felix Sanz Capa.
(5) Forma de referirse a la gran corriente turística madrileña en tierras segovianas utilizada por J. G. Fernández en su libro Castilla ( entre la percepción del espacio y la tradición erudita).
(6) Cela, C. J.: Ob. Cit.
(7) José Ortega y Gasset se refiere a la catedral de Segovia con las siguientes palabras: “A la mano siniestra, allá lejos, navega entre trigos amarillos la catedral de Segovia, como un enorme trasatlántico místico, que anula con su corpulencia el resto del caserío”.

Bibliografía:
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Argente Oliver, J. L. ; Díaz Díaz, A., y otros: Tiermes, guía del yacimiento arqueológico y museo. Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Bienestar Social, Soria, 1988.
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Artículo publicado por la revista Estudios Turísticos, número 107, año 1990.
 Berrocal Rosingana y la colaboración de los alumnos Báez Álvarez, Hernández Romero, Martínez Martínez , Sánchez García, Tapia Nieto y Zorrilla Hernández.




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