Es frecuente escuchar en nuestra tierra expresiones como, "la noche se va a venir en agua" o "la noche se vino en agua", lo que quiere decir que se predice o que ya aconteció.
Así sucedió la noche del 16 al 17 de marzo de 2018. El viento venía hostigado, las ramas de higueras y laureles rechinaban, la lluvia comenzó a caer con fuerza y la corriente del Regaderón bramaba al son del aire huracanado. No era la musical melodía de las aguas de los arroyos impolutos; no, era el furibundo rugido del agua desbordada.
Amaneció el día con ráfagas de lluvia y nieve, con la tierra de los huertos saturada y las cumbres luciendo vestimenta blanca.
Había que decidir si hacíamos la excursión proyectada o nos quedábamos en casa. Decidimos que lloviera o nevara iríamos al puente de Rando.
Nos acercamos en coche hasta el Ventorro donde la nieve recién caída estaba blanda, el verde de los prados se había transformado en manto blanco y el ganado, impasible a la nieve o al frío, nos miraba con desconfianza.
Continuamos camino hasta el puente de Rando donde la nieve poco a poco parecía diluirse. Observamos la corriente brava, el ocre tono de los arrastres y los retazos de nieve entre el impresionante berrocal frontal.
Era el tiempo de tomar un "Calcatorium", unas tapas de chorizo, queso y pan. Momento inolvidable.¿No os parece amigos acompañantes?
Iniciamos camino de retorno y como si los hados se hubieran aliado con nosotros, la nieve desaparecía vertiginosa quedando reducida a los altos. Las praderas adquirían otra dimensión, el regato del Rodero o Rando se había desbordado, el vacuno pastaba apacible y confiado.
Finalizando nuestro recorrido la nieve se había esfumado. Peña de Francia y Castillo Viejo seguían vestidos de blanco.
Amaneció el día con ráfagas de lluvia y nieve, con la tierra de los huertos saturada y las cumbres luciendo vestimenta blanca.
Había que decidir si hacíamos la excursión proyectada o nos quedábamos en casa. Decidimos que lloviera o nevara iríamos al puente de Rando.
Nos acercamos en coche hasta el Ventorro donde la nieve recién caída estaba blanda, el verde de los prados se había transformado en manto blanco y el ganado, impasible a la nieve o al frío, nos miraba con desconfianza.
Continuamos camino hasta el puente de Rando donde la nieve poco a poco parecía diluirse. Observamos la corriente brava, el ocre tono de los arrastres y los retazos de nieve entre el impresionante berrocal frontal.
Era el tiempo de tomar un "Calcatorium", unas tapas de chorizo, queso y pan. Momento inolvidable.¿No os parece amigos acompañantes?
Iniciamos camino de retorno y como si los hados se hubieran aliado con nosotros, la nieve desaparecía vertiginosa quedando reducida a los altos. Las praderas adquirían otra dimensión, el regato del Rodero o Rando se había desbordado, el vacuno pastaba apacible y confiado.
Finalizando nuestro recorrido la nieve se había esfumado. Peña de Francia y Castillo Viejo seguían vestidos de blanco.
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