AHORA QUE NOS ENCONTRAMOS
AISLADOS, QUIZÁS SEA CONVENIENTE RECORDAR UNA RECLUSIÓN SECULAR, DE HAMBRE,
MISERIA, EXPLOTACIÓN Y MUCHAS VECES DESPRECIO. LA DE LA COMARCA HURDANA CUYAS
TIERRAS Y GENTES ADMIRO.
NUESTRO ÚLTIMO ITINERARIO: MEANDRO, HURDES, AMBROZ.
Ajenos a los incontables
acontecimientos ciudadanos, de numerosos y multitudinarios partidos de fútbol y
competiciones deportivas, cines, teatros, mítines, manifestaciones…, no
sintiéndonos responsables de nada ni culpando a nadie, realizamos nuestro
último itinerario de invierno con los vecinos de enfrente. Era el retorno a lo
conocido, a la búsqueda de la paz y belleza que siempre encarna esta tierra, a
la búsqueda de las emociones más primigenias, las que surgen del contacto con
la Naturaleza y el hombre que forma parte de ella, como la rama que se adhiere
al tronco o la encina que surge entre las piedras.
Es envidiable el meandro, con sus
aguas de azul reflejo de cielo, con la ístmica isleta de antrópica floresta, con la roca erosionada
de naturaleza pizarreña. Es loable el lugar, deliciosa la senda, la flor del melocotón
bravío, la garbancera en flor o el narciso de las praderas.
Llegamos al corazón de Hurdes de poblados
en ladera, de vertiginosas paredes, de abismos entre canchales, de piedra y más
piedra que sujeta la escasa tierra, la del sudor del hombre, siempre el hombre
encorvado sobre la gleba. La tierra de la mujer laboriosa, la que nunca tuvo
descanso, la que cavaba el huerto, criaba gallinas, bajaba a lavar al río y
subía cargada con la ropa la cuesta...
Quien no conociera estos lugares hace décadas, quien ahora no sea capaz de interpretar el paisaje con sus gentes y su esfuerzo nunca entenderá el valor de estos pueblos desamparados, explotados…, a los que otros hombres y la propia naturaleza recluyeron en la miseria. Fue el suyo aislamiento de siglos, tanto es así que del aislamiento surgió la marginación social…, pero recluidos, marginados y muchas veces despreciados, el poderoso, sin trabajar, cobraba sus rentas.
Nos detenemos en la Fragosa,
buena gente, nada huidiza como algunos piensan y, qué buena tortilla y “matajambre”
como nos dice la dependienta que se llama esta especie de torrija.
Llegamos al Gasco y sin dilación,
descendemos hasta el Malvelilllo e iniciamos la ruta a la cascada de la
Meancera. Las mismas connotaciones de paisaje y gentes salen al paso, las
paratas sobre piedra de ocres tonos, las altas paredes que acotan la corriente
de aguas limpias, melodiosas, las que defienden las minúsculas cortinas, las
que sostienen un frutal o un olivo, las que detienen la erosión de las laderas.
Son la labor de siglos, de generaciones y generaciones enteras, de personas que
trabajaron, trabajaron y legaron esta
herencia heroica que hoy admiramos como la más hermosa de las estéticas.
Valoramos la obra ingente en medio de tan poca tierra; valoramos las personas que aisladas, vivieron hasta no
hace tantos años sin comodidad alguna, comunicadas exclusivamente a través de
sendas. En el Gasco acaba la carretera.
La pendiente vereda,
perfectamente trazada, nos conduce hasta la Meancera. Allí, en el virginal
territorio sin gentes, contemplas el escarpe, escuchas las aguas que se despeñan,
fotografías una y otra vez el prodigioso rincón que en tierra tan hostil es el
mayor regalo sensorial que te puede dar la Naturaleza. Valoras la amistad,
la compañía, la agradable conversación sobre el paisaje natural y antrópico,
sobre el nacido en estos pagos, su secular vida y su obra inmensa.
Cuando vuelves al Gasco
encuentras grata acogida, conversación, buenos pinchos, buen precio y excelente
comida. Te sientas en la terraza y buscas la sombra, es sol de primavera. Tomas
café, conversas y ves las cabras pasar como antaño en San Esteban.
Iniciamos la vuelta para
detenernos en los meandros del Malvelillo. El espectacular serpenteo, fruto de ciclópeas fuerzas, erosión milenaria y
materiales de mayor resistencia proporciona uno de los lugares con encanto de Hurdes que engrandece aún más el
trabajo humano, los caminos, los corrales y los paredones de las márgenes
fluviales.
Las Tierras de Granadilla ya son
diferentes. Los olivares se expanden y expanden por alomados paisajes circundando
las aguas del embalse. Es, desde nuestra óptica personal, la Andalucía de
Cáceres.
Un alto en el camino nos depara
una vista sin igual de las aguas remansadas, el pueblo de Granadilla, el valle
Ambroz y las montañas en rededor.
Aunque con frecuencia visitamos
Cáparra, ¿por qué no volver una vez más? El lugar, entre dehesas, es hermoso y
la historia que atesora fascina a quien visita esta ciudad romana en la Vía de
la Plata. Como también en la Vía de la Plata la población balnearia de Baños de
Montemayor que constituye nuestra última parada.
Joaquín una vez más nos deleitas con un riguroso y original reportaje.
ResponderEliminarEn momentos como este tus seguidores te lo agradecemos enormemente pues dadas las circunstancias, no hay mal que por bien no venga, tenemos tiempo para leer y al paso que vamos vas a tener que seguir produciendo obra para tenernos entretenidos.
Una vez más nos descubres el gran patrimonio cultural, paisajístico y gastronómico que tenemos al lado de casa y que muchas veces no conocemos lo suficientemente bien.
Fuerte abrazo.
Gracias Pedro Luis. Para el próximo itinerario tenéis que animaros. Tenemos pendientes varios que con seguridad os pueden gustar.
EliminarUna excursión muy Bonita y si llevas la sabiduría de Joaquín para disfrutarla a tope
ResponderEliminarSeguro que pronto haremos otra saludos