Escribía Azorín, "¿No amáis las montañas? ¿No son vuestras amigas las montañas? ¿ No produce su visita en vuestro espíritu una sensación de reposo, de quietud, de aplacamiento, de paz, de bienestar?"...
En el puerto de Panderrueda reinaba la paz, la calma, el bienestar, un delicioso aire de libertad, la sensación agradable del espíritu que tiene ante sí el bello panorama de las Cumbres del Macizo Central de los Picos de Europa, el cíngulo montañoso origen de las aguas del Cares y el imponente mar de nubes bajo el que se encuentran los pueblos del Valle de Valdeón.
Contrastando con la paz del momento crecía la inquietud, la incertidumbre si la Ruta del Cares, la Garganta Divina, no ofrecería dificultades al siguiente día. Llegó la hora en la que el Puerto se cubrió y fue necesario retroceder hasta Riaño para establecer la tienda. Las opciones de realizar la senda entre Caín y Poncebos parecían escasas si no había un cambio radical.
El viento de la noche fue un gran aliado. El mar de nubes se fue diluyendo y aunque no fue posible ver el sol durante la jornada, el camino no ofreció dificultad en ningún instante.
¿Cuántos viandantes aquella mañana de junio? Dos que caminaban en opuesta dirección y el senderista solitario disfrutando ida y vuelta de la preciosa ruta cuando el turismo, "la marea", no había invadido puertos, altas cumbres y desfiladeros.
¡Qué añoranza de las aguas esmeralda, de las surgencias kársticas, del olor de los tilos en flor, de la hermosa fronda del bosque mixto, de la apacible conversación en Caín y qué decir del retorno al viejo Riaño donde todo resultaba familiar!
Si tenéis interés en otras vivencias podéis ver el siguiente enlace:
http://desdefuentesdeabajo.blogspot.com/2015/12/riano-en-el-recuerdo_10.html
El viento de la noche fue un gran aliado. El mar de nubes se fue diluyendo y aunque no fue posible ver el sol durante la jornada, el camino no ofreció dificultad en ningún instante.
¿Cuántos viandantes aquella mañana de junio? Dos que caminaban en opuesta dirección y el senderista solitario disfrutando ida y vuelta de la preciosa ruta cuando el turismo, "la marea", no había invadido puertos, altas cumbres y desfiladeros.
¡Qué añoranza de las aguas esmeralda, de las surgencias kársticas, del olor de los tilos en flor, de la hermosa fronda del bosque mixto, de la apacible conversación en Caín y qué decir del retorno al viejo Riaño donde todo resultaba familiar!
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