Era mayo, el tiempo acompañaba con días soleados y más que agradables temperaturas, incluso en las montañas pirenaicas donde la nieve quedaba relegada a las altas cumbres y de manera muy residual a ciertas umbrías de menor altitud.
La ruta desde la Pradera hasta la
Cola de Caballo estaba libre de nieve y no ofrecía dificultad en una jornada
templada en la que los senderistas eran escasos al margen del grupo de
estudiantes de Turismo.
Este recorrido era el primero que
realizábamos de cierta entidad en cuanto a distancia. Fue necesario mentir un poco respecto a los kilómetros y al mismo
tiempo halagar las excelencias de la ruta para que nadie se desanimara.
Conforme íbamos subiendo y contemplando cascadas, cortados, bosques de pinos,
hayas, el sotobosque de boj y ágiles ardillas las preguntas se repetían, ¿no
llegamos? Ya en las Gradas de Soaso y el Circo del mismo nombre algunos vieron
el cielo abierto; los más elevados picos eran perceptibles y las verticales
paredes del semicircular Soaso preludiaban el final del ascenso. Al fondo quedaba la Cola de Caballo. Habían sido
cerca de nueve kilómetros de subida y todos los alumnos habían llegado hasta el final.
Lógicamente era necesario hacer el recorrido de vuelta. Unos más cansados que
otros pero todos respondieron.
Transcurridos los años,
componentes de aquel grupo, me han comentado que fue una experiencia tan
estupenda que han repetido el itinerario varios veranos.
Bonito recorrido ..... si nos quitamos los humanos,todo lo demás permanece y con más vitalidad
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