Aquella mañana de julio no habíamos madrugado. La noche había estado divertida en el rehabilitado Morillo de Tou donde entre cerveza y cerveza, animada charla y discusión acerca de la ajedrea nos marchamos tarde a dormir; en buen estado, es cierto, porque el alcohol en las capillas de la iglesia estaba más que bendecido.
Impresiona ver la enorme pared
por donde se despeña el Cinca en una sucesión de cascadas que salvan 1300
metros desde el Balcón de Pineta hasta el fondo del valle. Bello es divisar el
panorama, no tanto para alguno de los miembros del grupo intentar ascender por lo que parece una
barrera infranqueable.
Todo está decidido, vamos a
llegar hasta el lago helado de Marboré y el glaciar de Monte Perdido. Conforme subimos,
en continuo serpenteo, pocos son los que siguen nuestros pasos; muchos los que
descienden al no atreverse a pasar el gran nevero o encontrar hielo en el
último trecho. Paco lleva las cuerdas por si fuera necesario atarse; José
continúa incrédulo, piensa que es imposible la aventura y que le estamos
tomando el pelo. Imponen algunos tramos de la senda, más todavía la gran
pendiente del nevero y el hielo que se resiste antes de alcanzar el Balcón de
Pineta. Analizado el paso, con cuidado cruzamos el hielo sin necesidad de
cuerdas y ya estamos en el mirador más soberbio que imaginarse pueda, el BALCÓN
DE PINETA.
En seguida pisamos nieve y
caminamos hasta el lago Helado de Marboré que como su nombre indica está helado.
Una gruesa capa de hielo permite caminar por su superficie de tal manera que
dos montañeros cruzan la lámina blanca camino de la Brecha y la Tucarroya.
Realizamos comida junto al lago,
tomamos más diapositivas que fotos y nos aprestamos a descender con el sumo
cuidado que requiere especialmente el pendiente nevero.
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