Es evidente que este hostil
territorio de nimia tierra hábil para el cultivo, de acusadas pendientes de orientación norte, bolos y desgajados granitos, abundantes bardas, escobones, piornos y
barceos, no fue impedimento suficiente para el aprovechamiento por parte del
hombre. La huella visible así lo atestigua al igual que la memoria que pervive
de actividad en el pasado siglo. Por
razones que desconocemos, posible presión demográfica, búsqueda de aislamiento
y ocultación, compaginar caza, recogida de los frutos del bosque, agricultura y
ganadería, proximidad de pequeños
piélagos en el cercano río…, lo cierto es que el hombre, hace siglos
eligió este apartado lugar para establecerse.
Nada podemos decir acerca del
lagar que se halla en el interior del corral, si fue primero que los muros de
granito o se realizó después, cuándo se excavó la lagareta, cuándo dejó de
utilizarse, por qué se estableció aquí y
no en otros sitios fuera del recinto con abundante roquedo y pendiente
suficiente para facilitar el trabajo de excavación..? No es el único caso en
el que localizamos lagares entre las paredes de prístinos apriscos.
Hace varias décadas a pesar de lo
abrupto del terreno, estrechas sendas, en parte trazadas por el caprino,
permitían el acceso a este recóndito paisaje de utilidad manifiesta. Junto al
corral se conserva la desvencijada caseta- vivienda y un pequeño chivitero para
proteger las crías de alimañas y rapaces.
Desaparecidas las cabras y sin
otro tránsito que el de los habitantes del bosque y el esporádico de los cazadores, diferentes plantas van
restaurando el paisaje que tal vez
dominó al principio de los tiempos, convirtiéndose en aventura el acercarse a
tan singular emplazamiento.
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