Desde el árido promontorio, la torre de la Martina, vestigio de lo que
fuera una imponente fortaleza, es vigía del cobijado Ayllón vestido de gris-ocre
piedra, adobe y teja, mirador de la elevada laterítica campiña y de las
azuladas sierras que cierran el horizonte.
Bajo la
torre, cuevas horadadas en las pétreas entrañas. A sus pies, iglesias,
conventos, palacios, restos de muralla y las viviendas del pueblo llano que se
expanden en singular trazado intramuros hasta las proximidades del
Aguisejo, límite del primitivo poblamiento. Más allá, viviendas de nueva construcción, silo y naves industriales que circundan la vía de comunicación.
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