Escribía José Saramago en su
libro Viaje a Portugal: “Hay lugares por donde se pasa, hay lugares adonde se va.
Monsanto es de éstos”.
¿Y quién que haya leído o visto
imágenes sobre el lugar no siente curiosidad por visitar tan mágico emplazamiento?
¿Y quién que una vez lo visitó no se siente atraído de nuevo?
Emergiendo desde una llanura
irregular, cuajada de pequeñas aldeas y resaltes de menor entidad, un inselberg
majestuoso de moles berroqueñas, santificado desde los orígenes, domina un
amplio panorama en rededor.
El granito, formando bolos, peñas
caballeras, superficies alisadas, curiosas formas, se convierte en protagonista
de esta escenografía ciclópea que las fuerzas telúricas elevaron y la erosión
fue limando a lo largo de una prolongada historia. El hombre lo convirtió en
santuario, baluarte defensivo y lugar donde habitar aprovechando la oportunidad
para entretejer un laberinto viario en el que los enormes bloques formaran
parte de las paredes de sus casas o sirvieran de cobijo a los animales
domésticos. Tal es la magnitud rocosa que el caserío es nimia estructura en
esta salvaje naturaleza.
Asentado sobre la falda, el caserío de Monsanto es la cuidada joya de calles empedradas, del sabio uso del granito por parte de los maestros canteros en las paredes de sus casas, en cada rincón local, en las escaleras de acceso a las plantas de vivienda, en los corrales y pocilgas, en los cercados de los pequeños huertos o parcelas. Una joya impoluta adornada de bellas flores, algún frutal y coronada por rojos tejados que destacan en el paisaje desde kilómetros de distancia.
Cuando acaba el caserío, un
camino empedrado asciende hasta la cima donde se halla la ermita de San Miguel,
la de San Juan y el castillo cimero, todo ello conformado por esmerados
sillares sabiamente acoplados. En diferentes sitios, piedras irregulares
acumuladas, tumbas antropomórficas, un gran pilón, escaleras labradas sobre la
roca, pequeñas pilas y hoyos de difícil interpretación… Y como si la naturaleza
pétrea buscara ser algo más que abiótica materia, se engalana con el humilde
matorral y flores que surgen en las fisuras
dando color a las alturas de
Monsanto.
El hombre que conquistó y habitó
este territorio en la antigüedad seguramente tuvo fundadas razones para hacerlo aunque el hombre
de hoy se plantee numerosas interrogantes. Así Saramago se pregunta:
“¿Qué gente vivió dentro de este castillo? ¿Qué hombres y qué mujeres
soportaron el peso de las murallas? ¿Qué palabras se gritaron de torre a torre,
qué otras se murmuraron frente a estos peldaños o junto a esta cisterna? Por
aquí anduvo Gualdim Pais con sus pies de hierro y su orgullo de maestre de los
templarios. Aquí humilde gente sostuvo, con los brazos y el pecho
ensangrentado, las piedras asaltadas. El viajero quiere oír razones y encuentra
preguntas. ¿Por qué fue? ¿Para qué fue? ¿Habrá sido sólo para que yo, viajero,
aquí esté hoy? ¿Tienen las cosas tan escaso sentido?”
Mientras estas palabras recordamos, con la
mente en hombres y mujeres afanados, desde tan notable enclave dilatamos la
vista entre aldeas de rojos tejados, pequeños montes islas y verdes
cada vez más escasos campos de cultivo de esta tierra tan cercana y tan atractiva.
Bonito pueblo y buen reportaje.
ResponderEliminarEnhorabuena Joaquín, lo tendremos en cuenta para alguna escapada.