Hay lugares tan apartados, tan
lejos de la moderna sociedad, que cuesta
creer en su importancia histórica y rico patrimonio. Uno de ellos es
Idanha-a-Velha.
Desde Monsanto nos hemos dirigido a Medelin y
desde esta localidad a Idanha a través de una vía de dominante recto trazado y
sin tráfico alguno. Al llegar a las inmediaciones, nada hace sospechar de lugar
tan importante desde época romana hasta la Baja Edad Media. Y es que esta antigua
fortaleza y sede episcopal parece haber sido olvidada hace tiempo y alejada de
las principales vías de comunicación, hecho que sorprende cuando nos explican
que su historia estuvo ligada a la ruta que unía Bracara Augusta, en el norte
de Portugal, con Emerita Augusta en la vieja Lusitania. Sorprende también la
ubicación, junto al río Ponsul y apenas unos metros por encima del cauce. Sería
por ello que construyeran murallas defensivas de tan inusitada robustez y fábrica tan impecable que habla desde antiguo
de los excelentes maestros de la cantería. La muralla, en parte reconstruida y en
parte expoliada, adopta un trazado tendente a la elipse con un perímetro
superior a los setecientos metros que encierra intramuros el caserío desde los
viejos tiempos hasta la actualidad. Llaman la atención una serie de
construcciones aferradas a la muralla, de escasa altura y vertientes a dos
aguas con desagüe realizado en granito. No menos llamativa es la amplitud de
algunos espacios urbanos y el cuidado empedrado de sus calles.
Junto a la iglesia catedral,
fruto de las excavaciones, se acumulan numerosos restos desde basas, columnas
truncadas, epigrafía en granito y mármol, canalizaciones en granito, bases
pétreas que sirvieron para el anclaje de puertas, estelas… En la parte más elevada del conjunto, al lado
de la torre del homenaje templaria, otro campo arqueológico deja al descubierto
parte de la primitiva cimentación.
Idanha es hoy una población
venida a menos con poco más de cincuenta
habitantes en la que apenas vemos vida en esta tarde de primavera. Una señora
mayor camina con dificultad apoyada en la muleta; otra sestea en los peldaños
de la escalera y algo parecido hace un paisano en la casa de enfrente cerca del
rollo gótico. Dos personas toman cerveza a la puerta del bar y rompen el
silencio que inunda la histórica ciudad.
Antes de partir paseamos extramuros junto al Ponsul y los bien
anclados pasiles; cerca de la puerta norte nos entretenemos observando una
cata arqueológica y los restos cerámicos acumulados.
La visita bien merece la pena
aunque en esta ocasión fuera imposible ver la almazara y el interior basilical.
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