Cuando tenemos ante nosotros un
paisaje, sea una dilatada panorámica o una limitada escena, cada persona
reaccionamos de forma diferente. A veces simplemente miramos, otras
contemplamos, observamos detenidamente, estudiamos, sentimos… No todos tenemos
la misma capacidad de percepción, el mismo conocimiento de los elementos que
conforman el paisaje, la misma sensibilidad ante aquello que nos rodea.
González Bernáldez en su libro Ecología y Paisaje llamaba la atención
sobre fenosistema, lo fácilmente perceptible y, criptosistema, lo escondido que
requiere el conocimiento de indicadores, como dos formas de acercarse al
paisaje que pueden ser perfectamente complementarias. Insistía en los diversos
capítulos del libro en la percepción, en paisaje e historia, en la estética, en los paisajes preferentes, en la educación medioambiental…
No hay duda que a mayor
conocimiento, mayor capacidad de interpretación y posiblemente de valoración
estética o emocional. Pero no siempre sucede así. Hay quienes son capaces de leer
científicamente el paisaje, verlo como un todo funcional y sin embargo son
incapaces de sentir emoción ante los
pequeños detalles que, personas sin
bagaje científico perciben como algo bello, provocador de grandes emociones.
Cuántas
veces hemos visto el rostro de sorpresa y satisfacción ante una formación
rocosa, flores, arbustos o árboles, ante el verdor primaveral, los rojos, ocres y amarillos de
otoño, la nieve, el agua, ante la brisa de una mañana de primavera e incluso
ante la neblina, la lluvia fina o la surgencia que sacia la sed del caminante,
porque en definitiva cualquier elemento físico es un ingrediente del paisaje
que puede manifestarse o no en un
momento determinado introduciendo matices sensoriales que impacten al
perceptor. Por otro lado, cuántas veces
hemos escuchado “me quedaría horas
contemplando esta roca, este árbol, oliendo esta flor, mirando el discurrir de
las aguas, admirando el vuelo ágil de las rapaces, el azul del cielo o el mar,
las envolventes nubes de la cumbre, el grandioso panorama ante mis ojos…”
La sorpresa y emoción no solamente llega a través del paisaje natural; el
paisaje humanizado, enquistado en el natural, suscita preguntas, cautiva por su
utilidad pasada o presente, belleza o singularidad.¿ Quién no es sensible ante
la reciedumbre y hermosa factura de un
viejo puente, de una antigua calzada o
camino de herradura empedrado, una muralla o castillo aislado en medio
de la nada, un románico rural,
excavaciones rupestres entre enmarañados territorios abandonados a su
suerte, las ruinas de urbes hace siglos olvidadas en medio de las dehesas, los seculares bancales que escalonan áreas de montaña, los mil elementos antrópicos
que encuentras en el camino…?
A veces, es tal la belleza del
paisaje, es tanto lo que transmite, tanto lo que recuerda y sugiere…, tal la irradiante
fuerza y felicidad, que te embriaga. Es el
símil de una caricia, de un hermoso gesto o palabra amable, de esa sonrisa que inunda el alma.
Paisaje natural o antrópico es
fuente de reflexión, interpretación, inspiración, conocimiento, disfrute de los sentidos, salud del espíritu
que busca en la naturaleza y la historia un sentido a la existencia; es
auténtica filosofía de la vida.
Las fotos, impresionantes!!!! La literatura engancha y te permite llegar al final con sed de más...
ResponderEliminarUn abrazo Joaquin
Adolfo y Yolanda