La agradable tarde de otoño había
deparado gratificantes sorpresas. Avanzaban las horas y se imponía el retorno a
pie hasta la pista donde estaba aparcado el coche. Como la suerte y la
intuición a veces se alían, al unísono que el sol seguía su curso, surgió un
nuevo hallazgo. No sería el último antes de que declinara el día.
Visualizado un conjunto rocoso
prominente, llamaba la atención la peña caballera en difícil equilibrio. Tomando imágenes de la
singularidad granítica, la percepción de un pequeño orificio en la parte superior
fue el móvil, pista e inclinación para subir al peñasco. Lo intuido se
convertía en admirable realidad. En lo alto, un lagar rupestre, sorprendente
por ubicación teniendo en cuenta la situación de otros muchos y la abundancia
de lanchones graníticos a nivel de suelo donde poder excavar.
Aquel promontorio, visualizador
de hermosas perspectivas, planteaba numerosos interrogantes, la labra en altura, el
acceso, los pequeños pasos labrados, las oquedades, unas naturales y otras de
intervención humana… ¿Qué razones tuvo el hombre para elegir y tallar semejante
lugar? ¿Fueron móviles nacidos del alma, de las sagradas creencias, de la
contemplación, de una ocultación económica…? Nunca sabremos los motivos reales
aunque nos preguntemos una y mil veces acerca de ello y nos sintamos perplejos
ante el quehacer humano del pasado.
Junto al peñasco de facies
diversas, vertical, diaclasado, con accesible pendiente, una tumba
semienterrada.
En el camino de vuelta, tres nuevos lagares
rupestres, dos de una cavidad y otro con calcatorium y lacus.
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