HACIA LOS CANCHOS DE LOSA PARDA.
Atrás quedan el “Prao Majuejo” y
el “Prao Buenavida”. Surgen los primeros rayos de sol al tiempo que los
senderistas siguen la amplia vía que tradicionalmente conducía a Valdelacasa.
La mañana es apacible. Se respira olor a hierba seca, olor que incrementa la suave brisa en el
prolongado silencio de los campos. Es sábado y aún no se escuchan los tractores
de los ganaderos que cada mañana frecuentan los ganados. Los caminantes siguen
su curso bastón en mano y mochila a la espalda por la pista sin tránsito.
Acaba territorio de San Esteban y
los caminos de concentración de los Santos nos acercan al cruce de caminos y la
Cañada Real Soriana Occidental entre el ya despierto bullicio del rabilargo y
las bandadas de inquietos abejarucos que
surcan el cielo entre incesantes e
inconfundibles chillidos. Los paneles informativos anuncian rutas de mayor o
menor envergadura así como explican las Vías pecuarias que recorren estas
tierras. Al borde del camino, una remozada cruz de granito recuerda un trágico suceso sobre el que
desconocemos qué ocurrió. Posiblemente una muerte en alguna reyerta. Una pareja
que llega al lugar ha oído hablar de ello; también desconoce a ciencia cierta qué aconteció.
A nuestra izquierda, soberbias
paredes acotan los prados del vacuno donde entre el césped reseco crecen robles
y fresnos. En el interior, las casetas de lajas de granito, guardan pienso, sirven de refugio a
la ganadería y ocasionalmente al hombre.
A poca distancia comienzan los
almohadillados y espinosos piornales que viven entre las fisuras del granito o
las arenas de descomposición pétrea. Es enteco suelo en el que salvo estas
plantas acomodadas al frío, al viento y pobreza de nutrientes no permite el
desarrollo de otra vegetación. Allá donde el suelo es más profundo, en las pequeñas vaguadas, las bardas y el roble sustituyen a las espinosas plantas.
Se asciende con suavidad hacia el
combado afloramiento del batolito granítico donde la vida desaparece por
completo a la par que han quedado impresas las huellas seculares de extracción
de piedra. Es la ancestral labor de cantería que tanto han explotado los
vecinos pueblos, de forma particular el de los Santos. Estamos en los CANCHOS
DE LOSA PARDA, testigo de cantería, de refugio del conejo entre el extenso
piornal y de la más grande tormenta que
recuerdan los nacidos por estos pagos.
Nos encontramos en el punto más elevado. Hace fresco y luce el
sol para agrado de caminantes. Reina de
nuevo el silencio en las amplias soledades del ingente, resistente, inhóspito
y yermo suelo, interrumpido de tarde en
tarde por el mugido de alguna vaca o el menos agradable ruido de motor en la lejana
carretera.
Entre el gran domo y otro de menor entidad se expande una hermosa pradería cercada con su alargada caseta y dos bellos rodales de robles. Más lejos, el verde melojo ocupa grandes extensiones. Al fondo, la montaña se eleva con grises y azulados tonos, formas aserradas o redondeces de vieja geología.
¡Cuántas sierras, pueblos y
lugares de menor entidad se contemplan desde aquí! ¡Cuántas pequeñas cosas colman
de satisfacción la visita al emergente, magistral y compacto bloque!
Permanecemos durante tiempo en lo
alto sin que nadie asome por allí ni perturbe la paz de esta bravía Naturaleza.
A punto de partir, tres ciclistas pasan entre los piornos siguiendo el camino
que nosotros realizaremos de retorno. Es hora de volver.
Que maravilla Joaquín, nos llevas de ruta contigo aunque estemos lejos de esas tierras llenas de silencio, para mi tan necesario y mal valorado. Muchas gracias, un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Maria. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo.
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