domingo, 10 de mayo de 2020

SAN JUAN DE DUERO


A orillas del Duero, en la “curva de ballesta” como San Polo y San Saturio, nos encontramos uno de los monumentos más paradigmáticos del románico español, San Juan de Duero.

En la margen izquierda del río nos acoge un claustro pretendidamente octogonal si tenemos en cuenta los cuatro chaflanes, irregular y abierto, al lado de sencilla  iglesia de una sola nave. Éstos son los restos que perviven del antiguo monasterio de los Hospitalarios de San Juan  de Jerusalén, orden surgida en torno a las Cruzadas con carácter benéfico que más tarde se transformó en militar como la Orden del Temple.

Si el arte que se mantiene en pie en Soria, ciudad de indiscutible sello románico, es de gran calidad y belleza, Santo Domingo, concatedral de San Pedro, San Juan de Rabanera, el de más sorprendente belleza y originalidad es el de San Juan de Duero, “atrio trenzado”, que cantara el poeta. Este claustro parece desligarse de los patrones imperantes en el románico. Mantiene, es cierto, arcos de medio punto sobre columnas pareadas, capiteles con motivos vegetales o animales fantásticos, tan habitual en dicho estilo, frente a formas arabizantes, bizantinas o mudéjares, representadas por arcos cruzados sustentados en pilares acanalados o columnas, arcos ojivales en herradura, túmidos, arcos entrecruzados con centro colgante…, es decir, recursos que proporcionan movimiento y diversidad a los consabidos dentro de los cánones del  románico.

La seductora arquitectura de este claustro, fuera del ámbito urbano soriano, no ha pasado desapercibida  para los estudiosos del arte; tampoco para los hombres de letras. Es la suya traza de elegante sutileza, desconcertante acrobatismo de ingenio, hálito de inventiva y lucidez en piedra.

                                                            
                                                     
             







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