Han pasado años desde la última
visita a la Laguna Negra y el posterior ascenso a Urbión, tierras sorianas que
nunca te defraudan, que recorres emocionado y no dejan de sorprenderte,
fascinarte…, aunque muchas veces las hayas hollado.
Es una apacible mañana de otoño de luz radiante, cielo nítido azulado, verdes ramajes del extenso pinar, grises troncos de hayas que han perdido su ropaje, amarillos
robles dispersos, oscuras y sombrías rocas del enorme cantil que acompaña mi marcha.
Reina el silencio mientras
caminas y observas; te detienes y escuchas el grato y melodioso discurrir de la
menguada corriente en año de sequía; la suerte te regala por instantes el agateador común al tiempo que sobrevuelan
las altas copas de los pinos rapaces de porte. Llega el olor del descamado pino de truncada
cresta y grises barbas, la humedad de recientes aunque escasas lluvias, de las
hojas que circundan el tronco del haya, del agradecido musgo saturado. Respiras
profundo; no puedes dejar escapar el mágico instante que te proporciona tan agradables
sensaciones. Contemplas la pequeña fuente que surge bajo los grandes bloques
otrora modelados por la fuerza del glaciar, sobrepasas el viejo tejo, recuerdas tus diversos viajes y
te preguntas qué te hizo descubrir y
gozar estos lugares; ¡fue el estudio del
paisaje…, fue la literatura machadiana…! En esos instantes recurres a los versos de
Machado, a Campos de Castilla, a La Tierra de Alvargonzález y, al contemplar
las hayas vienen a la mente:
Las hayas son la leyenda.
Alguien, en las viejas hayas,
Leía una historia horrenda,
De crímenes y batallas.
¿Quién ha visto sin temblar
Un hayedo en un pinar?
Conforme te acercas a la laguna
de aguas apresadas por el gran circo morrénico, te asaltan los versos que por la Tierra de Pinares toda resuenan:
“La tierra de Alvargonzález
Se colmará de riqueza,
Y el que la tierra ha labrado
No duerme bajo la tierra”
Ya en el borde de la Laguna
Negra, recorres la pasarela, contemplas las gélidas y tranquilas aguas, fijas
la mirada en los enormes depósitos de la margen opuesta donde el serbal, el
haya, el pino…, crecen entre bloques en
cuesta bajo la gran muralla pétrea que ciñe
la hermosa lámina de agua. Y nada tan hermoso como de nuevo leer a Machado y
embeberse del paisaje que nos rodea:
….”agua transparente muda
Que enorme muro de piedra,
Donde los buitres anidan
Y el eco duerme, rodea;
Agua clara donde beben
Las águilas de la sierra,
Donde el jabalí del monte
Y el ciervo y el corzo abrevan;
Agua pura y silenciosa
Que copia cosas eternas;
Agua impasible que guarda
En su seno las estrellas”.
Sobre el alto farallón destaca el
verde de los pinos frente a los cenicientos abedules recortados sobre el azul
celeste, pinos que ralean en las
elevadas tierras hace tiempo recorridas para observar y disfrutar las lagunas
de estas sierras. Tal vez, con más tiempo, intentemos nuevamente la atractiva
empresa. No la descartamos.
Allá donde acaba la pasarela hay
restos de la nieve caída en los días pasados. Al tomar contacto con ella no
puedes sino recordar aquella jornada en la que la nieve todo lo cubría y la
laguna era un duro bloque de hielo. De ello hace lustros, cuando daba igual
pisar la nieve, subir por verticales paredes, recorrer kilómetros sin fin y
siempre sin apreciar riesgos.
Cuesta abandonar el lugar pero es
obligado. Con cuerpo y alma reconfortados, al disfrutar de tan excelsa escena,
por hoy nos despedimos de esta laguna de leyenda.
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