Dejamos atrás San Vicente de la
Sonsierra por camino terroso y estrecho conducidos por Enrique que con maestría
sortea los obstáculos mientras conduce, fuma sin cesar y habla emocionado de la
riqueza patrimonial de la localidad.
Entre viñas de su propiedad,
zonas rocosas de areniscas de grisáceos tonos, expuestas a todos los agentes,
nos permiten ver algunos lagares rupestres con anclajes y otros deteriorados
por la extracción de material para las edificaciones de muros de cercanía o los
más alejados de chozos de vigilancia del viñedo y construcciones diversas.
A no mucha distancia, cerros
residuales coronados por las areniscas que en parte cubre un pobre matorral.
Entre los resaltes, el Cerro de San Andrés alberga necrópolis con más de
setenta excavaciones, en general bien conservadas. Todo un hito...
De espaldas al cerro se expande
la Sierra de Cantabria de contrastados tonos blancos calcáreos, oscura cobertera
vegetal y ocres del robledal. En el lejano horizonte las cumbres ibéricas
destacan sobre las tierras de la Depresión envueltas en brumas. En las
inmediaciones, los tonos otoñales del viñedo resaltan aún más ante la rosada
luz vespertina de noviembre.
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