miércoles, 11 de noviembre de 2015

EL PLACER DE CAMINAR...

Lo que antes  fue estrecho y serpenteante camino de herradura, acotado por muros pétreos,  se ha convertido en  empinada pista que conduce hacia un elevado y suave relieve donde aflora   granito y  resistente cuarzo que culmina en piramidal dique  del que bloques  desgajados  separan parcelas y pagos bien definidos.

El continuado ascenso obliga a respirar profundo al tiempo que se  vuelve la vista atrás ante el panorama que se abre a los ojos del senderista, una gran fosa de dispersos y redondeados montes por donde zigzaguean encajonadas corrientes de agua, pequeños núcleos de población y un horizonte prominente que cual almenas de castillo contornea la región.

Cuando muere la cuesta, acumulaciones de piedras que denotan intervención humana pasada y una viña solitaria tempranamente limpiada que aun viste galas de otoño. Alrededor, campos de bravía faz, cercados unos y abancalados otros. Más delante,  nuevos indicadores de asentamiento humano donde o bien enterrados o cubiertos de piedras quizá se esconda patrimonio similar al de otras áreas de idénticas características.

Las alargadas y estrechas parcelas del alto en las que señoreaba el viñedo hasta los años noventa han visto cómo en poco tiempo robles, grandes retamas y zarzas dominan un paisaje que ha sufrido enormes vaivenes a lo largo de la Historia. Hace siglos esta tierra fue habitada y explotada tal como puede observarse en diferentes puntos. Por razones que desconocemos se produjo el abandono para más tarde volver a ser cultivada y entrar en la actualidad en una nueva etapa de regresión, siendo muy difícil predecir el futuro.

¡Cuantos recuerdos y vivencias  vienen a la mente al recorrer estas altas superficies, abiertas a todos los vientos! A la memoria llegan aquellos días de vendimia, azotados por la lluvia y el viento en los que había que guarecerse en la caseta; aquel octubre de hielo y vendimia con la lumbre encendida de forma permanente junto al majano; aquel Jueves Santo que aunque soleado  el helador aire del norte te dejaba aterido al realizar poda y sarmentera; aquellas suaves últimas vendimias cuando a mediodía se acababa el trabajo y la comida era tranquila entre Risco y Risco con las mejores perspectivas; el gran esfuerzo humano y la solidaridad entre los vecinos; las tardes de holganza y juventud en las que  la cuesta no pesaba y sentado sobre el dique te parecía dominar medio mundo. Alcanzabas lugares, el profundo valle y las altas montañas. Mirabas el abrigo rocoso que protegía del norte y pensabas en las veces que habría servido de cobijo. Esperabas el atardecer, aguardabas hasta el último momento y descendías con la velocidad del rayo.

Todo parece  cambiado; las parras han desaparecido y apenas se ven los bravíos; el gran cerezo lleva seco mucho tiempo; los hermosos castaños desaparecieron fruto del goloseo de pastores y cazadores; el majano desde el  que era más fácil cargar las bestias está rodeado de enormes escobones; en la puerta de la caseta han nacido carrascas que impiden ver la entrada; las paredes del corral están derruidas; frente al risco han crecido los robles que roban parte del panorama…


Hoy, como en otro tiempo, con la ilusión de recobrar paisajes muchas veces transitados, hemos subido la cuesta, recreado, escudriñado; hemos resistido hasta el último suspiro del sol y cuánto y cuánto hemos recordado, lo bueno y menos bueno que experiencia nos ha dado. Hemos apreciado el gran poder de la Naturaleza y lo nimio que es el ser ante las grandes fuerzas que en tan poco tiempo todo lo han cambiado. Por ello, sigamos la ruta que nos hemos trazado, aprendiendo de cuanto nos rodea, disfrutando de las pequeñas a veces grandes cosas y no ambicionando… 







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