domingo, 27 de mayo de 2012

EXCURSIÓN: DESDE FUENTES DE ABAJO A LOS RISCOS DE LOS PAJARES

EXCURSIÓN:
DESDE FUENTES DE ABAJO A LOS RISCOS DE LOS PAJARES

Es una bella mañana, luminosa y tibia como muchas de nuestras estaciones intermedias. Hemos madrugado y tras el desayuno nos aprestamos a iniciar el recorrido hasta el punto más elevado de San Esteban, Los Riscos de Los Pajares.

Equipados con lo indispensable, mochila con agua y pequeño refrigerio, mapa topográfico, prismáticos y cámara de fotos iniciamos la marcha desde la calle La Roza para continuar después por La Santía. Caminamos cara al sol, frente a los cegadores primeros rayos de la mañana. El Alagón, a nuestra izquierda, murmura entre los canchales de granito y hasta El Molino y viejo matadero acompaña el ritmo entre la sin par sinfonía de mirlas,  ruiseñores, herrerillos,  oropéndolas, jilgueros…

Salvado el primer tramo en cuesta llegamos al Chorrito y sin dilación seguimos por la carretera que conduce a Los Santos y Guijuelo. Señeros olivos asociados a la vid llaman la atención viajera por los enormes tocones y el magistral vuelo. Son imágenes que fija la retina y guarda la cámara  para revivir más tarde. ¡Cuántas generaciones habrán visto pasar estos olivos y cuántas los habrán contemplado camino de los campos de labor o de los mercados!...

La pendiente se suaviza al llegar al cruce de caminos de Los Caminales. En este lugar, la verde pradería del Vínculo contrasta con el tradicional terrazgo donde siguen dominando los cultivos mediterráneos.

Al pasar el Cementerio, tres majestuosos olivos muestran la indeleble huella del hacha y el corvillo en coces adiposos repletos de nudosidades y turgencias. Es imposible no fijarse en estos milenarios habitantes de nuestra geografía serrana y no preguntarse por su origen  e historia tan longeva.

Con paso firme pasamos junto a tempraneros cerezos y llegamos a las Olivas de Juan Vicente y el Camino de los Protestantes, amplia vía ésta que tiempo atrás seguían hombres y bestias en manada hasta los mercados y ferias de Béjar. ¡Qué trajín el de estos ancestrales caminos hace menos de medio siglo y qué gran curiosidad la que despertaban entre los niños de la población!

Continuamos la ruta de asfalto entre las paredes de los bancales que enmarcan el primitivo camino arriero  convertido en carretera. Apenas hay un tramo sin  aprovechamiento por parte del hombre y donde no se perciba la historia de los antiguos cultivos.

Hemos pasado cerca del que dicen fue el más productivo de los olivos de la zona, el del tío Argimiro. El fuego destructor convirtió en ceniza una vida de siglos que ahora vuelve a surgir con brío en forma de finas varas que renacen del antiquísimo tronco.

En la curva de “Majahonda” abandonamos la carretera. Aquí quedan los antes feraces huertos cubiertos de zarzas y maleza que ocultan también la pequeña corriente del regato del Bardal. ¡Qué triste sino han corrido tantos y tantos campos, sustento histórico de los habitantes serranos!

Iniciado el ascenso por el irregular y lechoso firme vamos ganando altura y percibiendo uno de los más bellos panoramas de esta gran hondonada labrada por el Alagón y sus afluentes. Continuamos bajo el robledal del Bardal,  masa arbórea atlántica exponente de una de las ricas y variadas  discontinuidades geográficas. A la izquierda un pilar de corriente intermitente. Como en otros casos, el abandono  y crecimiento de plantas de porte en el manantial reduce el caudal a épocas de lluvia.

El penetrante y agradable olor de la madreselva nos acompaña por momentos.

Estamos en la Cruz del Monte,  mirador natural sobre las sierras de Francia y Béjar  donde el camino traza un ángulo de noventa grados. Tomada la curva, un impresionante matorral de  bardas y jaras, muchas en flor, sustituye al bosque de robles, paisaje que no nos abandonará hasta la cima.

Dejamos a nuestra izquierda la Peña del Lagarto y en poco tiempo estamos en los corrales de Los Pajares; sobre éstos, Los Riscos, arrosariada formación de blanquecino cuarzo que destaca elevada por encima de las casetas. Desde el primer corral a nuestra izquierda, ascendemos a través de sendas casi perdidas entre el matorral de bardas y jaras cuya apariencia se asemeja más a “pieds de chévres” abiertos por el ganado que a caminos creados por el hombre. Las pegajosas jaras impregnan el ambiente mientras cantueso, mejorana y tomillo desprenden agradable olor al ser pisados por la bota andariega.
 
Llegados a la cumbre la grandiosidad del panorama compensa el pequeño esfuerzo de la subida. Desde el acastillado relieve se domina gran parte de la cuenca salmantina del Alagón, las Sierras de Béjar y Francia, la prodigiosa disección fluvial y las múltiples discontinuidades de un paisaje rico en matices: cientos de bancales abandonados; otros cubiertos de vides, olivos y frutales, obra de esfuerzo secular; montes de oscuro matorral, bosques de encinas, quejigos, robles y alcornoques; umbrosos castañares bajo los que prosperan durillos, madroños y arces; meandros encajados bajo redondeces de montañas gastadas y geologías ruiniformes; pequeños pueblos concentrados entre la fronda vegetal y los cultivos; nevadas cumbres de Candelario y Béjar que reverberan la luz solar...

Sentados sobre el blanco dique disfrutamos de la paz ambiental, del envolvente perfume de la naturaleza, del vuelo del águila, de la suave brisa que mesa nuestros rostros y de la más excelsa panorámica que pudiéramos soñar. Qué cúmulo de agradables sensaciones suscita nuestra excursión, sensaciones que nos posibilita la vida del siglo XXI y que con toda seguridad no pudieron gozar nuestros antepasados, hombres y mujeres que vivieron en un paisaje para subsistir,  no para disfrutar. Aquí el tiempo discurre lento en el silencio de la humana voz entre sentimientos profundos difíciles de explicar.

Es momento de descanso y recuperación de fuerzas antes de caminar de Risco en Risco, ver y comentar  los mil y un recursos que ofrece la bellísima geografía.

Desde tan privilegiado balcón vamos situando cada uno de los abundantes y sugerentes topónimos : Los Pajares, La Jara , El Bardal, La Dehesa, Valmedroso, Majallana, Majadal, Muñiquero, Lagarejos, Pozahoz, Matón Lobero, Pajar Quemado, Peña del Hituero..... Dos de ellos reclaman nuestra atención, Valmedroso y Peña del Hituero. En el Libro de la Montería de Alfonso XI hemos leído que un lugar llamado Valmedroso era un buen sitio para el oso durante la otoñada y el invierno al tiempo que se hacen alusiones a Santibáñez, San Esteban, Monleón, Valero, Rando y las Yeguarizas ¿Será acaso éste el valle en el que era cazado el oso durante el siglo XIV? El Valmedroso al que nos referimos es valle resguardado, perpendicular al Alagón y a los Riscos. Humanizado en el pasado a través del establecimiento de huertos y cultivos de frutales, poco a poco recupera el aspecto bravío ante el abandono generalizado. Castaños, robles, cerezos y chopos de ribera le proporcionan singular belleza durante el otoño; en primavera y verano, bullen con intensidad oropéndolas, mirlos, ruiseñores, “gayas” y “pegas”.

En opuesta dirección se halla la Peña del Hituero, escarpada roca de blanco y ocre, peña de frustrada minería, cobijo de murciélagos y arácnidos, primitivo lugar de anidamiento de la cigüeña negra, posadero de buitres... ¿Será la Peña simple límite municipal? ¿Tendrá que ver con la división de los antiguos reinos o será acaso mojón de más antiguas demarcaciones? La Peña separa, de forma aproximada, tierras de la Sierra de Francia de otras de la Sierra de Béjar, paisajes, vida y cultura diferentes. Se ubica a medio camino entre la Ruta de la Plata y el curso del Alagón y es sabido que los límites de los viejos reinos de Castilla y León se encontraban al oeste de la citada ruta y al este de susodicho río. No lejos de la Peña abundan numerosos vestigios del pasado que hablan de prístina ocupación.

A nuestros pies, el disperso y arruinado caserío de los Pajares, reducido territorio de viejísima e interesante historia.

Desde nuestra atalaya, con la ayuda del topográfico y los prismáticos localizamos pueblos y paisajes, perceptibles unos y ocultos otros por la desgajada orografía. Vemos algunas casas de San Esteban y Santibáñez, el Tornadizo, San Miguel y adivinamos la situación de Linares de Riofrío al otro lado de la Histórica Sierra Mayor, la sierra que se prolonga hasta Tamames y que constituye una de las microcomarcas salmantinas, La Calería.

Valero, imperceptible, ocupa el fondo del abismo que se abre en San Miguel. La expresión lanzada desde lo alto, “valeros como podáis”, nos acerca al reto sorprendente del hombre frente a la naturaleza, la más anfractuosa, dura y esquiva del medio serrano, pero no por ello menos atractiva y subyugante.  Es como el símbolo del paisaje más arcaico y primitivo, domeñado por la mano del hombre con armónicos bancales que trepan por las laderas, caminos empedrados que se asoman al vacío, vestigios de canales y molinos junto a los arroyos y un largo repertorio de lejanas huellas. El hombre de esta  tierra es todo él gesta de tenacidad y sudor, de búsqueda de recursos de subsistencia en suelos esqueléticos de pizarra primero y de empresas de inaudita trashumancia después. Las abejas que trashuman por las tierras de España y Portugal son el milagro de las últimas décadas y quien desconozca este hecho difícilmente puede explicar el nuevo urbanismo de Valero, urbanismo de motor, costosos y confortables edificios en su interior que ha roto la imagen de uniformidad y tranquilidad del pasado.

Valero, señalado por sus aguas y quebradas, su miel y polen es también señero por sus fiestas tempraneras, atronadoras y taurinas. El más madrugador de los eventos taurinos de España tiene lugar en esta localidad y tal como reza el dicho popular, “el veintinueve de enero, toro en Valero”.

Divisamos el Pico Cervero y el Castillo Viejo protegiendo el intrincado valle de Las Quilamas, escenario de leyendas y riquezas surgidas y acumuladas en los lejanos tiempos de la invasión musulmana. Es corriente oír a los lugareños que “entre Quil y Quilama hay más oro y plata que en toda España”, dicho que está en relación con la supuesta ocultación del tesoro de Alarico en el que fuera el reino de Quilama, la mora del Castillo y de la Cueva, la hija del Conde Don Julián y el amor de Don Rodrigo, último rey godo.

Al margen de las leyendas, más o menos fantásticas, más o menos engarzadas con hechos históricos, las inhóspitas Quilamas constituyen un paisaje sorpresa de desgarrada geografía rocosa, de encinares, castañares y robledales, de brezos, jaras y carrascas; un refugio de jabalíes, lobos cervales y rapaces, tierra de soledad hollada por  pastores de ágil y seguro paso que otean lejanos horizontes desde los castros que circundan el valle.

Más allá queda el regato de la Palla, Garcibuey y Villanueva; Miranda, Cepeda y Sotoserrano; Sequeros y San Martín; Las Casas, Mogarraz y Monforte; Madroñal y Herguijuela; La Alberca, La Peña y Las Batuecas... Contemplamos con nitidez la Peña de Francia, el sacro pedestal que domina el Campo Charro y las comarcas del Norte de Extremadura. A sus pies, entre la masa arbórea, la turística Alberca, de típicas calles y rincones, de tradiciones revividas para el forastero, de tiendas “artesanas”, delicia de urbanos visitantes. Más lejos intuimos el seductor valle de Batuecas, reducto de fantástica naturaleza y bellos escenarios de primitivos pobladores.  ¡Qué interesantes rincones esconden estos pueblos y valles de la Sierra de Francia!...

La otra sierra, la de Béjar, se halla a tiro de piedra. Bajo la enorme mole blanca se divisa estupendamente el armónico conjunto de Candelario, el pueblo de las calles pendientes y empedradas, de los canales de agua, de las sólidas viviendas de entradas doblemente resguardadas. Candelario presume de paisaje, tipismo y animación veraniega cuando la población se multiplica con la llegada de turistas, pero también se enorgullece de la tradición chacinera, gran estímulo de desarrollo en los pasados siglos.

Béjar, la bella capital de comarca, ya “no es lo que era”. Venida a menos su industria textil, las ferias y el comercio, Béjar no encuentra salida satisfactoria que le restituya el esplendoroso pasado. Desde aquí revivimos visitas y monumentos de la ciudad, la calle Mayor, la plaza y el Palacio Ducal, San Francisco, La Judería, el Museo Mateo Hernández, el Museo Judío, La Antigua, la Corredera, El Castañar, el Bosque y tantos lugares que hablan de la rica historia y gran actividad cuando se tejía la lana de media España.

Hay en la Sierra de Béjar otra bella localidad, imperceptible desde nuestra atalaya. Es la preciosa población de Montemayor del Río, lugar de paso de la antigua Vía Tartésica, la Vía de la Plata y las rutas de trashumancia. Es como un paraíso olvidado, reducto de paz, de hermosos bosques a orillas del Cuerpo de Hombre y de fantásticos y umbrosos castañares.  Al amparo del castillo, situado en lo más elevado de un cerro, se extiende el caserío hasta las márgenes del río. Allí, los hacendosos cesteros y banasteros trabajan sin cesar en la prestigiosa artesanía que difunden por buena parte de la geografía española y también por el exterior.

Más cerca de nuestro estupendo mirador se hallan dos pequeños núcleos limítrofes con el municipio de San Esteban: Cristóbal y Valdefuentes de Sangusín. Éste último con el sobrenombre del incomparable valle por el que históricamente se han establecido las comunicaciones y el tránsito de la submeseta norte a la sur y viceversa. ¡Qué agradables sensaciones nos ha causado siempre cruzar el Valle  Sangusín en diferentes direcciones, ver las verdes praderías, las fresnedas, la nieve sobre la sierra, la ganadería extensiva y la cada vez más reducida cabaña trashumante!

Observamos ligeramente Valdelacasa en medio de la gran ruta de la antigüedad. Muy cerca de este lugar, proximidades de Valverde de Valdelacasa, dicen los historiadores que se encontraba una de las importantes mansiones de descanso de la Ruta de la Plata, la mansión Ad Lippos, séptima desde Mérida según escribe César Morán.

A la izquierda de Valdelacasa está el pueblo de los Santos, núcleo que se expande sobre lanchones de granito y cuyo caserío tiende hacia la horizontalidad, vivo contraste entre esta arquitectura y la del vecino y serrano pueblo de San Esteban.

Contemplamos a más distancia el Pico Monreal, paisaje privilegiado de gratos recuerdos viajeros. Más lejos aún la alta cuenca del río Alagón y la Sierra Menor. Sobre la misma, los molinos eólicos mueven sus gigantescas  aspas mientras a sus pies descansa la población natal de Gabriel y Galán  de la que dicen por aquí que “si has visto Frades has visto todos los lugares”.

Guardamos topográfico y otros útiles de viaje para emprender descenso hacia el Muñiquero. La senda que nos conduce hacia tan sorprendente e interesante lugar está cuajada de flores. Entre todas destacan las moradas del cantueso, las rosas de peonía, las del espino albar y una tupida ladera de blancos y amarillos cual si de un tapiz se tratara.

A más de novecientos metros sobre el nivel del mar, sobre roca triangular similar a barco varado, una impresionante excavación rupestre despierta el interés de los excursionistas. Nada parecido en la mente y  retina de ninguno de ellos. Es una obra singular sobre sólido granito que nuestros antepasados utilizaron para el primer proceso en la elaboración del vino. Hay quienes tienen otras teorías… Si hacemos caso a especialistas de talla internacional, es una magna obra que bien pudo realizarse en momentos de esplendor de Roma y donde se pisarían miles de kilos de uvas.

Iniciamos retorno por la pista de los Lagarejos hacia Majallana. La amplitud y el buen estado del piso nos conducen sin dificultad rodeados de un precioso bosque de robles con apariencia impenetrable en algunos tramos.

Llegamos a Majallana donde los cerezos que poco tiempo atrás contemplábamos cuajados de flores, ya han perdido su virginal atuendo. Paramos un instante en lo que fue era de césped y en las de duro granito; entramos en el cercado de piedra, en el viejo corral que seguramente está en el origen del topónimo. No hay duda que la tierra que pisamos ha tenido hábitat y aprovechamiento ancestral; otras huellas próximas lo delatan y nos sirven de indicador para tal aseveración.

El grupo camina hacia el pago de las Huertitas entre viñas abandonadas, antiguos campos de fresas, viejos huertos cubiertos de zarzas y montaraces fincas de  robles. Todo es descenso hasta la confluencia con el camino de Rando. Desde aquí, un buen trecho de camino sencillo de transitar, sin cuesta alguna en la umbrosa orientación. A nuestro encuentro, en medio del bosque autóctono, dos invasores rodales de pinos, las aguerridas huestes de las que hablaba Rosalía de Castro en tierras de Galicia.

En un recodo del camino, los restos de prístinas viviendas y otras referencias dignas de reseñar. Hacemos especial énfasis en el asentamiento y las pilas próximas, nueva nota de sorpresa para quienes viniendo de lejanas tierras nunca habían visto nada similar.

Los excursionistas se concentran, toman vino de la bota y observan un amplio espacio cubierto de gamones en flor. Muy  cerca, entre la verde hierba que crece bajo los robles, el bello color de la peonía. Arriba, grandes y enhiestos bloques, menhires naturales que se recortan en el azul celeste surcado por varios buitres leonados.

Ya en la cuesta de Valmedroso, querencioso valle de desaparecidas especies, se observa en la lejanía la ubicación de San Esteban. Vemos paisajes otrora productivos hoy arruinados,  la Era Genal, las fuentes del Roble y el Guijo y en la opuesta  ladera, margen derecha del Alagón, una escalinata que desde el cauce del río asciende hasta la ermita de la Cabeza.

A distancia del camino discurre el Alagón entre pedregoso lecho, pequeñas cascadas y soberbias oquedades de escultóricas formas. Es el valle encajado de uve perfecta desgarrado por la milenaria erosión de las aguas.

La ligera brisa del mediodía, en el pago de Bajenoso,  alivia el cansancio físico de los excursionistas menos avezados al tiempo que se inicia el descenso hacia el Guijarral y se percibe la gran hondonada donde se halla San Esteban. ¡Lástima que el tendido eléctrico sea un obstáculo en esta hermosa balconada!

En poco tiempo hemos descendido hasta la bodega cooperativa y el punto de partida. Ahora sólo queda refrescarse y acudir a la programada comida.

Joaquín Berrocal Rosingana.


http://desdefuentesdeabajo.blogspot.com

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