Desde las honduras del gran surco
de esa “Sierra más profunda que elevada”, Cancho, Tiriñuelo y Castañar se
recortaban sobre el inmenso, nítido y virginal firmamento de finales de junio
en una mañana calmada de agradable sol.
Camino de Sierra Mayor, con el Campo Charro en lontananza, todo parecía trastocado; era un paisaje de nubes de fría apariencia, similares a las que
por aquí conocen como “nubes o nieblas de cercellás” cuya frialdad trae
consigo las blancas o duras cencelladas.
A poca distancia de la Honfría de
Linares iniciamos ruta hacia el Pico Cervero bajo el manto gris, nieblas
deambulantes y frescas que como fluidas cortinas se abrían hacia la fronda de
castaños, robles y los helechales del
verde sotobosque. No era fácil presagiar que entre San Juan y San Pedro, cuando
los rigores del verano suelen ser ahornagantes, el día deparara tan placentero estado para caminar.
En las proximidades de la Hoya
Cervera, en parte despejada de arbolado y donde el vacuno pastaba dulcemente,
comenzaban a abrirse claros que auguraban
cielo azul, lejanos horizontes
serranos y presumibles bancos de nieblas
en algunas de las áreas circundantes. No nos equivocábamos en nuestras
apreciaciones atmosféricas ni tampoco en los aprendidos metros del Cervero a
pesar de los equívocos carteles previos al definitivo.
En alguno de nuestros descansos
fotográficos, libres de nieblas cercanas, con el sol como compañero, el estupendo olor del tomillo que pisa la bota andariega, el vuelo de numerosas mariposas, expandíamos la mirada hacia nuestro lugar de origen con el monte del Castañar
perfectamente visible, la Sierra de Béjar, Gredos, las Montañas tras la Sierra
y los pueblos de esa microcomarca conocida como la Calería. Más allá el Campo
Charro en el que perduraban los grises cielos que ocultaban parte de la
dilatada llanura.
Hacia el rellano anterior a la cumbre, ralea el arbolado, reluce el amarillo de la genista y la piedra se convierte en protagonista de las alturas. Y desde la pequeña meseta, como esperando nuestra llegada, qué panorama más excelso, el despejado valle de las Quilamas, dédalo erosivo de inusitada belleza y..., al fondo, la Peña y la Hastiala con cordón nuboso ceñido a sus faldas, a veces coronando el sacro lugar.
Si nada en nuestro recorrido
había pasado inadvertido, ni el hipérico, ni el tomillo fino, ni el auténtico,
ni la cigarra, ni los colores y olores del monte…, la cima del Cervero
representaba el culmen a una feliz mañana. El Cervero, acastillado y sacralizado, donde Marce deseaba posar, es regalo de
perspectivas, de paisajes contrastados, de límpido aire, del bienestar que se
respira en la Naturaleza y te invita a soñar.
Tras tranquilo descenso, buen
vino y embutido en las mesas de la Honfría, parada en San Miguel, y cómo no en
San Esteban, concluimos con magnífica comida y atención de José Manuel y Marisa.
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