jueves, 21 de noviembre de 2019

LA BELLEZA DEL ROMÁNICO

A lo largo y ancho de la geografía española, más en la mitad septentrional y en torno al Camino de Santiago, Camino Francés, hallamos cientos de iglesias de estilo románico, diferentes según los siglos de construcción, territorio, influencia, tamaño, piedra de construcción, decoración, etc. Pero en todas ellas impera el aire de recogimiento que imprimen sus escasos puntos de luz, la piedra siempre presente en sus muros y una aparente sencillez que no  es tal si observamos la educadora escultura y muchas veces la complejidad de lo que se quiere transmitir.


Contemplar una iglesia del románico, ya sea del lombardo, del jaqués, del porticado, del de transición…, nos traslada a la oscura Edad Media, oscura en muchos aspectos y pletórica de imaginación en el arte del románico, arte que sigue emocionándonos y ante el que nos detenemos ensimismados aun desconociendo el significado profundo de aquello que observamos. Continúan extasiándonos las abocinadas puertas y ventanales, los robustos muros pétreos, los pilares y bóvedas, los semicirculares ábsides, la oscuridad que rezuma silencio humano y lentas expresivas palabras del alma.

San Juan de Rabanera, románico soriano, no es la manifestación más conocida de la capital. Santo Domingo, la Concatedral o San Juan de Duero,  son ejemplos  de románico más visitado y con publicidad de la  que carece San Juan de Rabaneda. Ello no es óbice para que bien merezca acercarse hasta ella y disfrutar de la belleza tanto exterior como interior y cuanto transmite la huella artística del medioevo.








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