El pasado sábado, cuando los
primeros rayos de sol penetraban entre castaños, robles y acebos de la Honfría,
iniciábamos nuestro particular recorrido hasta el Hueco de Valero y el espectacular
Castil de Cabra. Al concluir la espléndida pista, la senda se estrecha entre jaras, brezos y carrascas para convertirse en
más diáfana al cruzar el umbroso encinar que conduce a la soberbia pedriza de
angulosos cantos de crioclastia y al corral que resguardaba el caprino en el
pasado. Cruzada la pedriza, nuevamente
se produce estrechamiento y el primitivo camino apenas se percibe en algunos
tramos. Las plantas ribereñas ofrecen agradable sombra junto al regato de Bieco
que discurre con menguado caudal. Traspasado el arroyo, enormes escobones
pueblan el antiguo pastizal y descansadero del ganado que poco a poco
desaparecen al ascender entre las movedizas piedras hasta la parte más elevada
de Castil de Cabra, donde poder observar los antiquísimos restos del maltratado
yacimiento, la espeluznante caída hacia el Quilama, su erosionado y
zigzagueante cauce que se va cubriendo de alisos, el Cervero, Castillo Viejo,
la Peña Buitrera, la Media Fanega…
No hay duda que el paisaje de las
Quilamas, rocoso y dilacerado, enormemente hostil, complicado de hollar, legendario
como pocos, es a pesar de la dificultad que entraña el tránsito, uno de los
territorios más seductores que el senderista puede encontrar en las
proximidades de donde nos hallamos.
¿Será cierto el dicho que entre
Quil y Quilama hay más oro y plata que en toda España? ¿Será solamente leyenda
cuanto se dice del rey Don Rodrigo y su amada Quilama…?
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