lunes, 14 de enero de 2019

TERAPIA...


Parece que fue ayer cuando lo que hoy son robles, castaños, quejigos, alcornoques y denso matorral entre grandes rocas, hace varias décadas fue una sucesión de paredones que sorteaba los bloques rocosos serpenteando ladera arriba. Allí creció la vid, olivos, frutales y se irrigaron productivos huertos en pequeños bancales.

Aún recordamos el arreglo de caminos, el recebo de las parras, la tarea de sarmentar, la recogida de almendras, las uvas de Jerez, los ricos higos de la pequeña higuera junto al manantial y cómo no, las  vendimias con los cestos paredón abajo y las caballerías descendiendo con pesadas cargas por las estrechas veredas.

Hollar esta tierra entre el inextricable matorral es hoy una aventura y ubicar los lugares a donde tantas veces fuimos es ardua tarea.


Muchas veces nos hemos preguntado cómo, ante la hostil apariencia de este paisaje, el hombre primitivo pudo asentarse, algo que es indudable por la huella milenaria que dejó tras de sí y, cómo el del siglo XX llegó a aprovechar hasta el más pequeño de los ostugos entre los granitos. ¿Hubo presión demográfica y  ante la necesidad encontraron aquí lo necesario para vivir? ¿Sintieron una especial querencia por esta ladera protegida?

En tiempos recientes hemos conocido personas con edad que a diario visitaban y trabajaban este territorio; otros, sin tierras ya que cultivar, sentimos una especial atracción por este singular paisaje que a menudo escudriñamos y que tantas emociones  nos provoca; es terapia,  purificación...



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