¡Quién que lo viviera no recuerda
el olor de jaras y sarmientos en potes y panaderías, el olor del chamusco, el del pan y hornazos al salir del horno, el
aguardiente recién manado, la aceituna machacada y el nuevo aceite, la harina
molida y la atmósfera de polvo en el entorno, el carbón de la fragua y el
hierro incandescente, las chimeneas humeantes y aquella capa de humo que cual
bruma de leña perfumada se elevaba sobre la población! Estos son los olores
recordados de aquellas viejas actividades que tuvieron asiento en nuestros
pueblos cuando eran hervidero de personas, cuando los más diversos oficios
podían ser realizados por los habitantes del lugar, circunstancialmente por
ajenos al municipio, cuando convivían agricultores-ganaderos, cabreros,
herreros, banasteros, cuberos, hojalateros, panaderos y especialistas de otros
oficios desaparecidos.
Eran los años en que las piaras de cabras, ovejas, cerdos y
gallinas andaban por las calles y se guardaban en las cuadras junto a
caballerías, vacas o novillos. Tiempos en los que la población estaba
perfectamente adaptada a aquella vida
en la que los olores del porcino, el caprino o el mular en las calles e incluso
en las casas se concebían como algo natural, tan natural que nadie solía hablar
de ello. Solamente los escasos forasteros urbanos veían un mundo diferente,
maloliente en general, no exento de exotismo para aquellos que sabían leer la
tradición, las costumbres, las formas de vida y en su interior conjugaban los
olores menos agradables y aquellos otros que percibían como maravillosas vivencias.
Nada queda en San Esteban de
aquellas viejas industrias artesanas ni del ganado en calles y cuadras. Desaparecieron fraguas, potes, molinos,
particulares lagares y almazaras. Persisten vestigios, recuerdos de ubicaciones y poco más; ninguna
artesanía en funcionamiento. Todo ruinas. Los oficios de cabreros, muleros,
banasteros, hojalateros etc. hace tiempo que dejaron de existir también.
Entre las tradicionales
artesanías, por disponer de construcciones especiales, conviene citar potes,
almazaras, lagares y molinos.
Fueron abundantes los potes, es decir, las fábricas de
aguardientes y alcoholes. En la segunda mitad del siglo XX quedaban dos que
desaparecieron en la década de los sesenta. Eran el pote del Tío Carlos y el
del Tío Sebastián y otros socios. Anteriormente hubo uno en el Arroyo de Arriba
del que no quedan restos, otro en la margen derecha del Arroyo, junto a la Pesquera
de Abajo, del que permanecen las paredes, cercado que ha servido para huerto.
Existió otro junto al río Alagón, en el Rolletar, que pasó a ser huerto con
posterioridad. Hubo uno en el Charco Montero, en el mismo río Alagón, otro en
la Hastial y otro más en el Regaderón que llamaban del Tío Primitivo, donde
también existiría una almazara a tenor de las tres pequeñas muelas allí
localizadas.
Durante el siglo XIX y principios
del XX debieron ser abundantes los lagares
particulares que poco a poco desaparecieron con la instauración de las prensas.
Una casa en la Santía recibía el nombre de Lagar donde los husos
permanecieron hasta avanzada la primera
mitad del siglo XX, según testimonios. En la Fuente Abajo, en la parte inferior
de actual vivienda existió el Lagar,
que sirvió antaño para vino y después como almazara. En la segunda mitad del
siglo XX se desmanteló. La muela forma parte
de una pared cercana y tanto el huso como la gran viga fueron destruidos.
Antes de que en los años veinte
se estableciera la almazara y alcoholera en el mismo edificio en la Santía, construcción hoy sin servicio,
existió una almazara en la margen izquierda del Arroyo (ahora huerto)
posteriormente trasladada a la Santía (peña de jóvenes), la ya citada de la
Fuente Abajo y la que había en el pote del Tío Sebastián y otros. Parece ser
que en el Regaderón funcionó una almazara más.
Junto al río se establecieron
tres molinos. Cerca del
Puente Nuevo el primero; más abajo el que se abastecía de la Pesquera la Seria
y el último el del Charco Molino. Éste funcionó hasta los años cuarenta. El
edificio que conocemos como El Molino,
en la Santía, fue el último en abrir y en cerrar. Poseía maquinaria moderna
respecto a los de la margen del río y durante años atrajo población de núcleos
cercanos para realizar la molienda. La vivienda sigue en pie y habitada.
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