Atrás quedaron la verde Sierra de
Francia y el umbral serrano de la Calería, la microcomarca de las Bardas y la
Huebra, la divisoria fluvio-climática de Sierra Menor, los peniplanos de monte hueco
del encinar, las tierras de pan llevar del entorno salmantino y…, henos ya, en
escaso tiempo, en el remozado Arrabal de la ciudad.
Luce el sol de comienzos de
verano con la fuerza a que nos tiene acostumbrados entre San Juan, San Pedro y
Santiago, el cielo es de intenso azul y solamente algún remedo de nube, que aparenta
crecer con el avance del día, se cierne sobre el firmamento.
Caminamos por la Carretera de la
Fregeneda en dirección hacia el puente romano, la maravillosa obra del siglo I reconstruida
en diversas ocasiones y sobre todo tras la gran avenida de San Policarpo en 1626 que inundó la zona ribereña, penetró
por las vaguadas de la Palma y Arroyo Santo Domingo y arrasó numerosas
viviendas, llevándose por delante cerca de 150 vidas. Nos detenemos en tan
majestuosa fábrica, contemplamos el río y apreciamos el primitivo vado, paso
previo antes de la construcción romana por donde seguramente pasaron las tropas de
Anibal para conquistar la ciudad y por donde, desde siempre, cruzarían los
animales silvestres trashumantes en busca de alimentos en sus migraciones
temporales. Desde aquí echamos un
vistazo al puente Enrique Estevan, construcción de principios del siglo XX que
sirvió para aliviar el tráfico por el puente romano, única vía de acceso desde
el sur hasta esa fecha; miramos hacia adelante y topamos con las viviendas
extramuros bien restauradas; arriba, la Facultad de Matemáticas, Ciencias y el
pequeño jardín intermedio, todo ello sobre el escarpe arenisca de la Peña
Celestina, primitiva ubicación defensiva al igual que la más antigua del Cerro
San Vicente y lugar de literaria evocación. Dirigimos la vista hacia el cielo y
allí, recortadas sobre inmaculado azul, las torres catedralicias, primor visual
para el visitante.
A la salida del puente, el
verraco ibérico, ancestral vestigio de vieja ciudad vetona y, por la simbología
atribuida, deidad protectora o hito en
las tradicionales rutas de trashumancia en los más remotos tiempos. No podía
estar mejor elegido el lugar de ubicación.
A pocos metros, el monumento a
Lazarillo de Tormes, en la ribera del río que le vio nacer, en el que se inició
la pícara aventura tan maravillosamente recreada en la literatura que sirve hoy para la realización de un bello
itinerario turístico literario por tierras castellanas.
Nos acompaña el olor de hierba
cortada y el frescor del césped recién regado; llega el sutil aroma del tilo en
flor, de la candela del castaño, de la
celinda oculta en el seto… ¡Qué placer sentir el olor a campo en plena urbe!
Miramos hacia la iglesia de Santiago del Arrabal, la que en principio fue de fábrica
románico-mudéjar y con las diversas reformas han convertido en obra que poco
debe guardar de los orígenes si no es el uso del ladrillo. Nos fijamos en el crucero
(picota) y la bellísima estampa que
compone con la calle Tentenecio y la torre de la catedral.
Deambulamos bajo los trastocados
lienzos de muralla, de alguna de las varias cercas que a lo largo de los tiempos tuvo Salamanca.
A poca distancia el singular edificio de la Casa Lis, la obra modernista que
acoge en su interior el Museo de Art Nuveau y Art Deco más importante de España
y entre los primeros a nivel mundial. Toda una joya cuyas vidrieras exteriores
sorprenden y trasmiten especial delicadeza
a nuestros acompañantes al igual que la luz, el
color y la piedra que baña la urbe salmantina.
¡Qué hermoso es levantar la vista
hacia el “alto soto de torres” tal como escribiera Don Miguel de Unamuno y cuán
grande es el “enhechizo” del que habla Cervantes! Y es que Salamanca es la
ciudad que nunca cansa, que siempre te sorprende y entusiasma, quizá por la
forma de verla y recorrerla, de sentirla y recordarla cuando de ella te
ausentas. Una indescriptible atmósfera en la que se mezcla su ubicación, la
lejana Historia, el arte de los más diversos períodos, la ciudad vivida durante
tantos años, el mundo estudiantil con todo lo que representa, el clima que se respira en sus calles…,
envuelve al propio y al extraño cautivados por todo aquello que rodea la vida
del ciudadano.
Hoy de nuevo hemos vuelto a Salamanca
para transitarla y sentirla de cerca y
¡qué decir!, volvemos a tomarle el pulso y disfrutarla mientras seguimos caminando por el Paseo Rector Esperabé,
próximos al verde césped bajo la muralla y el Jardín de Calixto y Melibea,
solar ocupado antaño por las demolidas casas de la muralla que generaron no
poca polémica. Cruzamos de una acera a la otra para ampliar perspectivas y
gozar de las magnas obras que apuntan al cielo.
Nos hemos acercado al acogedor
rincón dedicado al poeta Ledesma de contrastados verdes, moradas lavandas,
piedras carcomidas por el tiempo y terrosa adobera reliquia de antiguas casas a cuya espalda se eleva la
torre del Marqués de Villena y la Cueva de Salamanca, referente en el mundo de
la nigromancia. Enfrente contemplamos la iglesia de San Polo, recobrada a retazos de aquel amasijo
de casas y locales que conocimos en la infancia cuando desde aquí partía la
“serrana”. ¡Qué transformaciones ha sufrido el lugar! Un hotel ocupa la
cabecera de la antigua iglesia mudéjar a la par que el espacio de ábsides y
nave se han convertido en terraza del edificio hotelero.
Al inicio de la calle San Pablo,
el estimulante olor a guiso casero despierta el apetito de uno de nuestros
acompañantes que pronto sugiere un alto en el camino y nada mejor que comenzar
en las Caballerizas con un poquito de jamón aunque sea temprano.
Nuestro recorrido de hoy acaba
aquí.
Otro día caminaremos intramuros y
disfrutaremos más de la bella Salamanca, sus calles, monumentos y tapas.
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