viernes, 12 de diciembre de 2014

LA RUINA DE UN PAISAJE HISTÓRICO


Me faltan  palabras, me sobran preguntas, recuerdos y emociones al contemplar los paredones de prístino origen que jalonan las vertientes desde los cursos fluviales hasta  las cumbres.



En este día de otoño, sentado sobre el duro granito, miro  frente mi  y apenas descubro cultivos en la ladera de solana. La perceptible sucesión de paratas se cubre de matorral donde hasta finales del pasado siglo imperaban los cultivos mediterráneos asociados de la vid y el olivo, algunos frutales y pequeños huertos que aprovechaban de forma integral los manantiales. Poco queda de aquel paisaje cuyos inicios desconocemos a ciencia cierta y que año tras año y siglo tras siglo siguió creciendo hasta las postrimerías del siglo XX.


Es triste haber conocido en plenitud una creación secular y en pocos años verla arruinada  sin visos de que haya una vuelta atrás. Sería más triste aún si quienes con tanto esfuerzo construyeron el artificial paisaje vieran el estado actual, su decrepitud, improductividad y abandono generalizado. Pensarían que  nadie habita esta tierra y que si alguien vive en la misma se ha vuelto loco. ¿De qué podrían alimentarse si es tierra baldía e improductiva, si no hay cultivos, si no existen rebaños que aprovechen el ramoneo, si hasta las ásperas “marrás” se cubren de intermitente maleza y árboles de porte?



A mis pies, en la ladera de umbría desde donde contemplo el panorama, se suceden las bardas, cornicabras, almeces y espinos que contornean el impresionante roquedal de un territorio generalmente venteado y frío de la margen izquierda del río. Aquí, los escasos paredones, probablemente se establecieron en momentos de gran presión demográfica y escasez de tierra para el cultivo. Al otro lado del cauce, bancales de extensión y formas desiguales reptan falda arriba sorteando los desnudos berrocales pulimentados por aguas y vientos y los bolos de granito que resisten sin apenas sujeción el paso del tiempo. Una pista rompe la ladera convirtiéndose en vehículo de acceso a los pocos campos cultivados. Los viejos caminos de herradura que conducían a las exiguas parcelas han desaparecido engullidos de la misma manera que terrazas completas por la inextricable maraña en la que se ven plantas invasoras difíciles de eliminar.  



A mi espalda surgen de nuevo los bancales que tan solo interrumpidos por los poderosos bloques de la roca madre escalan hasta la piramidal forma que concluye en el acastillado  y duro dique de cuarzo. Es éste un viejo territorio donde diversos vestigios nos hablan de antigua ocupación por parte del hombre, asentado sobre moldeable suelo y en el marco inmejorable en el que el habitante primitivo auguraría vida y cosechas mirando al cielo del poniente y sus impresionantes atardeceres. Aparecen de nuevo las “marrás”, descarnadas en el pasado para recebar paredones y cultivos. Ardua labor para sacar más fruto a cada una de las plantas cultivadas, regenerar y aliviar la erosión de los bancales a costa de despellejar las inmediaciones de las berroqueñas moles.





¿Qué queda del preciado jardín de pulcros cultivos, limpias paredes y empinados caminos entre  muros pétreos?  Aquel amable paisaje a la vista del viajero, duro y esclavo como ninguno para el trabajador de la tierra, se ha desvanecido. Solamente el recuerdo de quienes lo conocieron y la mirada atenta del escudriñador podrán imaginar aquello que los ojos anodinos son incapaces de ver. Es difícil que el hombre de los despachos, que el habitante urbano no experimentado e incluso muchos de los jóvenes rurales puedan ni siquiera intuir la “escarba” de cada una de las cepas con el legón,   la cava a montón, la arada con caballerías en estrechos paredones y parras sin alinear, la tapa de verano, el uso del podón,  las duras vendimias con la lluvia o los hielos, la carga desde el suelo en  mulos con dos banastos de hasta más de setenta kilogramos cada uno, la más suave tarea de carga desde las paredes del bancal, el descenso de las bestias por auténticos derrumbaderos, las jornadas interminables desde antes de amanecer hasta después de ponerse el sol…



Tampoco podrán imaginar ni sentir las bellas jornadas soleadas en la viña, las meriendas en el campo sentados sobre las piedras o a la sombra de olivos o frutales, los días primaverales cuando los jaramagos amarillos cubrían todas las laderas, cuando en los caminos crecían los lirios, cantuesos y azucenas, cuando desde la escuela ibas a la viña a llevar la comida y cortabas la pamplina y meses después el orégano, la manzanilla…Aquellas paradas en los Riscos, imponente mirador, en las mudas de vendimia...El duro medio, a veces proporcionaba momentos de solaz y satisfacción difíciles de explicar.

Aquel paisaje y  vida ha desaparecido de esta geografía serrana sin que los nuevos tiempos hayan traído la remoción de técnicas, relevo generacional e idónea comercialización de un producto agrícola y un recurso paisajístico de la misma forma que ha acontecido en lugares puntuales de España y el extranjero con características muy similares.



Las áreas aterrazadas del Cancho, Viña el Río, Coyumbras, Bardal, Hituero, Valmedroso, la Jara, Pinosa y otras más han corrido la misma suerte que el Río Arriba, Bajenoso y Cuesta de la Dehesa que contemplamos desde nuestra posición.






No puede culparse exclusivamente al serrano del actual deterioro del paisaje. Es cierto que es tierra de minifundios y conlleva inconvenientes. Es cierto que la emigración a la ciudad y el extranjero contribuyeron a un gradual abandono de las áreas más difíciles de trabajar. Es cierto que la población envejecida veía mermadas sus fuerzas para sostener en óptimas condiciones los cultivos. Es cierto que ha existido desapego hacia la tierra ante la panacea de la urbe y caída de los precios agrícolas, pero… ¿no es cierto también que la política agraria y medioambiental ha propiciado la desertización humana de este territorio y por ende el abandono de los campos?  ¿No es cierto que el trabajador de la tierra no ha recibido incentivos directos para su labor? ¿No es cierto que los intereses políticos y del capital han favorecido a otras comarcas frente a ésta? ¿No es cierto que al pequeño  propietario se le ha marginado ante las grandes superficies? ¿No es cierto que desde los despachos nunca conocieron esta realidad social, económica y paisajística o si lo conocieron hicieron caso omiso? ¿No es cierto que  existen  trabas burocráticas de tal envergadura que impiden el mínimo desarrollo? ¿No es cierto que son más los que vigilan o viven en la poltrona a costa del campo que los actores directos…? ¿Hubiera corrido la misma suerte este histórico territorio si en lugar de situarse en una cuenca marginal hubiera estado en Cataluña, Madrid o Valladolid? Y ¿cómo es posible que en un municipio pudieran vivir de la tierra más de 200 familias, mil y pico almas, aunque fuera economía de subsistencia, y ahora no lleguen a cinco vecinos?

Algo falla en esta sociedad. Se habla de protección medioambiental,  de protección de paisajes históricos, de protección de nuestros pueblos... ¿Quiénes y de qué forma llevan a cabo la protección del medio ambiente? ¿Acaso no es éste un paisaje histórico? 

Los paredones serranos están agonizando. El abandono contribuye a un incremento de la erosión a pesar de la fijación de ciertas áreas con el crecimiento del matorral y especies arbóreas y, los incendios suponen un impacto de largo alcance que en gran medida frenarían los campos cultivados. Al ritmo actual, en muy poco tiempo habrá desaparecido el 99,99% del territorio cultivado abancalado, la ingente obra de siglos derruida en lustros

No hay comentarios:

Publicar un comentario