Me faltan palabras, me sobran preguntas, recuerdos y
emociones al contemplar los paredones de prístino origen que jalonan las
vertientes desde los cursos fluviales hasta las cumbres.
En este día de otoño, sentado
sobre el duro granito, miro frente mi y apenas descubro cultivos en la ladera de
solana. La perceptible sucesión de paratas se cubre de matorral donde hasta
finales del pasado siglo imperaban los cultivos mediterráneos asociados de la
vid y el olivo, algunos frutales y pequeños huertos que aprovechaban de forma
integral los manantiales. Poco queda de aquel paisaje cuyos inicios
desconocemos a ciencia cierta y que año tras año y siglo tras siglo siguió
creciendo hasta las postrimerías del siglo XX.
Es triste haber conocido en
plenitud una creación secular y en pocos años verla arruinada sin visos de que haya una vuelta atrás. Sería
más triste aún si quienes con tanto esfuerzo construyeron el artificial paisaje
vieran el estado actual, su decrepitud, improductividad y abandono
generalizado. Pensarían que nadie habita
esta tierra y que si alguien vive en la misma se ha vuelto loco. ¿De qué
podrían alimentarse si es tierra baldía e improductiva, si no hay cultivos, si
no existen rebaños que aprovechen el ramoneo, si hasta las ásperas “marrás” se
cubren de intermitente maleza y árboles de porte?
A mis pies, en la ladera de
umbría desde donde contemplo el panorama, se suceden las bardas, cornicabras,
almeces y espinos que contornean el impresionante roquedal de un territorio
generalmente venteado y frío de la margen izquierda del río. Aquí, los escasos
paredones, probablemente se establecieron en momentos de gran presión
demográfica y escasez de tierra para el cultivo. Al otro lado del cauce,
bancales de extensión y formas desiguales reptan falda arriba sorteando los
desnudos berrocales pulimentados por aguas y vientos y los bolos de granito que
resisten sin apenas sujeción el paso del tiempo. Una pista rompe la ladera
convirtiéndose en vehículo de acceso a los pocos campos cultivados. Los viejos
caminos de herradura que conducían a las exiguas parcelas han desaparecido
engullidos de la misma manera que terrazas completas por la inextricable maraña
en la que se ven plantas invasoras difíciles de eliminar.
A mi espalda surgen de nuevo los
bancales que tan solo interrumpidos por los poderosos bloques de la roca madre
escalan hasta la piramidal forma que concluye en el acastillado y duro dique de cuarzo. Es éste un viejo
territorio donde diversos vestigios nos hablan de antigua ocupación por parte
del hombre, asentado sobre moldeable suelo y en el marco inmejorable en el que
el habitante primitivo auguraría vida y cosechas mirando al cielo del poniente
y sus impresionantes atardeceres. Aparecen de nuevo las “marrás”, descarnadas
en el pasado para recebar paredones y cultivos. Ardua labor para sacar más fruto
a cada una de las plantas cultivadas, regenerar y aliviar la erosión de los
bancales a costa de despellejar las inmediaciones de las berroqueñas moles.
¿Qué queda del preciado jardín de
pulcros cultivos, limpias paredes y empinados caminos entre muros pétreos? Aquel amable paisaje a la vista del viajero,
duro y esclavo como ninguno para el trabajador de la tierra, se ha desvanecido.
Solamente el recuerdo de quienes lo conocieron y la mirada atenta del
escudriñador podrán imaginar aquello que los ojos anodinos son incapaces de ver.
Es difícil que el hombre de los despachos, que el habitante urbano no
experimentado e incluso muchos de los jóvenes rurales puedan ni siquiera intuir
la “escarba” de cada una de las cepas con el legón, la cava a montón, la arada con caballerías en
estrechos paredones y parras sin alinear, la tapa de verano, el uso del
podón, las duras vendimias con la lluvia
o los hielos, la carga desde el suelo en mulos con dos banastos de hasta más de setenta
kilogramos cada uno, la más suave tarea de carga desde las paredes del bancal,
el descenso de las bestias por auténticos derrumbaderos, las jornadas
interminables desde antes de amanecer hasta después de ponerse el sol…
Tampoco podrán imaginar ni sentir
las bellas jornadas soleadas en la viña, las meriendas en el campo sentados
sobre las piedras o a la sombra de olivos o frutales, los días primaverales
cuando los jaramagos amarillos cubrían todas las laderas, cuando en los caminos
crecían los lirios, cantuesos y azucenas, cuando desde la escuela ibas a la viña
a llevar la comida y cortabas la pamplina y meses después el orégano, la manzanilla…Aquellas paradas en los Riscos, imponente mirador, en las mudas de vendimia...El
duro medio, a veces proporcionaba momentos de solaz y satisfacción difíciles de
explicar.
Aquel paisaje y vida ha desaparecido de esta geografía
serrana sin que los nuevos tiempos hayan traído la remoción de técnicas, relevo
generacional e idónea comercialización de un producto agrícola y un recurso paisajístico
de la misma forma que ha acontecido en lugares puntuales de España y el
extranjero con características muy similares.
Las áreas aterrazadas del Cancho,
Viña el Río, Coyumbras, Bardal, Hituero, Valmedroso, la Jara, Pinosa y otras más
han corrido la misma suerte que el Río Arriba, Bajenoso y Cuesta de la Dehesa
que contemplamos desde nuestra posición.
No puede culparse exclusivamente
al serrano del actual deterioro del paisaje. Es cierto que es tierra de
minifundios y conlleva inconvenientes. Es cierto que la emigración a la ciudad
y el extranjero contribuyeron a un gradual abandono de las áreas más difíciles
de trabajar. Es cierto que la población envejecida veía mermadas sus fuerzas
para sostener en óptimas condiciones los cultivos. Es cierto que ha existido
desapego hacia la tierra ante la panacea de la urbe y caída de los precios
agrícolas, pero… ¿no es cierto también que la política agraria y medioambiental
ha propiciado la desertización humana de este territorio y por ende el abandono
de los campos? ¿No es cierto que el
trabajador de la tierra no ha recibido incentivos directos para su labor? ¿No
es cierto que los intereses políticos y del capital han favorecido a otras
comarcas frente a ésta? ¿No es cierto que al pequeño propietario se le ha marginado ante las
grandes superficies? ¿No es cierto que desde los despachos nunca conocieron
esta realidad social, económica y paisajística o si lo conocieron hicieron caso
omiso? ¿No es cierto que existen trabas burocráticas de tal envergadura que
impiden el mínimo desarrollo? ¿No es cierto que son más los que vigilan o viven
en la poltrona a costa del campo que los actores directos…? ¿Hubiera corrido la
misma suerte este histórico territorio si en lugar de situarse en una cuenca
marginal hubiera estado en Cataluña, Madrid o Valladolid? Y ¿cómo es posible
que en un municipio pudieran vivir de la tierra más de 200 familias, mil y pico
almas, aunque fuera economía de subsistencia, y ahora no lleguen a cinco
vecinos?
Algo falla en esta sociedad. Se habla de protección
medioambiental, de protección de
paisajes históricos, de protección de nuestros pueblos... ¿Quiénes y de qué
forma llevan a cabo la protección del medio ambiente? ¿Acaso no es éste un
paisaje histórico?
Los paredones serranos están agonizando. El abandono
contribuye a un incremento de la erosión a pesar de la fijación de ciertas
áreas con el crecimiento del matorral y especies arbóreas y, los incendios
suponen un impacto de largo alcance que en gran medida frenarían los campos
cultivados. Al ritmo actual, en muy poco tiempo habrá desaparecido el 99,99%
del territorio cultivado abancalado, la
ingente obra de siglos derruida en lustros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario