RECUERDOS Y NOTAS DE
VIAJE: DESDE LA SELVA DE OZA AL IBÓN DE ESTANÉS.
Nos encontramos en el mes de
julio. En la Selva de Oza ha amanecido un día claro, ligeramente fresco como es
frecuente por estos pagos muchas mañanas de estío. Explican los lingüistas que
el término Oza alude a lugar frío, aseveración que hemos comprobado en vacaciones
estivales cuando las nieblas cubrían la
selva toda y la frialdad era intensa.
Estamos preparados para caminar. Despejadas
las dudas de qué ruta tomar, Acherito y Parque Nacional de los Pirineos
Franceses, Castillo de Acher, Lago Estanés…, hemos optado por este último
itinerario. Probaremos fuerzas recordando
tiempos de juventud en un recorrido de
alrededor de treinta km entre ida y vuelta en el que los desniveles no son
excesivos y exigentes.
Lista la mochila con productos de
la tierra salmantina, algo de vino y agua, fruta, la petaca con el anisete de
San Esteban, perrunillas, mapa topográfico, cámaras de fotos y diapositivas, hemos
iniciado el recorrido por el amplio camino-pista entre el tupido bosque de
pinos, abetos y hayas.
La pista sigue a contracorriente
la margen izquierda del río Aragón Subordán que en esta época del año discurre con transparente escaso caudal. El sentido de río y camino poco a poco va cambiando para
tomar una gran curva que culmina frente al refugio-cuartel. A partir de
aquí, se camina en dirección este por un
precioso valle en ascenso suave y permanente. El bosque ha desaparecido y tan sólo se observan pies
aislados o algún pequeño rodal lo cual permite ver un paisaje de dominio del
herbazal, de blancas y peladas cumbres y de barrancos como el de Acherito y
otros de menor entidad que desde las cumbres fronterizas con Francia aportan
aguas al Subordán. A un lado y otro de la ruta las montañas se elevan hasta
alcanzar y superar los dos mil metros. Es un excelso panorama que motiva para
caminar y disfrutar de la montaña y los pequeños detalles que surgen al paso,
diversidad de dedaleras, amapolas y genistas en flor que contrastan con el
intenso verde de la pradera.
La temperatura va subiendo y
estorba parte de la ropa al tiempo que se salvan los últimos repechos en
curva para llegar al impresionante valle
de Aguas Tuertas a unos 1600 metros de altitud. Aquí acaba la pista y se inicia
una senda hollada con frecuencia por montañeros. Es extraño que esta mañana no
hayamos encontrado a ningún senderista ni en uno ni otro sentido. A lo largo de
este precioso valle de perfecta u glaciar la única compañía son las manadas de
ganado vacuno, algún rebaño caballar,
varios córvidos en altura y las señeras cumbres de blanco unas y de intenso
color rodeno otras.
Las aguas serpentean suaves a lo
largo de más de dos kilómetros sin pendiente alguna entre las más verdes y
bellas praderías que uno pudiera imaginar. Finalizadas Aguas Tuertas se accede
por pendiente llevadera hasta la zona donde se localizan los restos de un
dolmen. Aquí encontramos los primeros y únicos transeúntes de la jornada. Es
una pareja simpática avezada en largos recorridos montañeros. Van muy
cargados y caminan lentos. Después de visitar Estanés pretenden seguir ruta sin
descanso e invertir varios días en las altas cumbres.
Poco después del dolmen, la senda
se empina a su paso por las Cabretas donde surge un camino que lleva al pequeño
ibón de Orna. El sendero de Estanés va ascendiendo y marca su paso más elevado
por encima de los 1900 metros desde donde se inicia el descenso hasta el lago
en medio de un llamativo circo montañoso. Infinidad de plantas de tardía floración
surgen por doquier formando originales maceteros en las áreas cársticas del
entorno del ibón.
Sobre la blanca y cenicienta roca calcárea,
tendido mantel y colocadas viandas se disfruta la comida y una privilegiada
vista sobre el azul lago y las aserradas cumbres que vierten aguas hacia
territorio francés. El ganado vacuno pasta en las inmediaciones disperso entre
los verdes herbazales y el cárstico roquedo.
Ante tan sublime escena la mente
vaga y recuerda la hermosa leyenda que
cuentan por estas tierras acerca
del origen del lago Estanés: “huyendo la bella
princesa Rosina de un walí árabe por las sendas de las ásperas montañas, cayó
en una sima profunda y tal grito profirió que al instante brotó el agua a raudales
llenando la gran cubeta que hoy ocupa el seductor y legendario lago”.
Grande debió ser el estruendo
para asustar a los perseguidores de la joven quien fruto de su desdicha dejó
como herencia la belleza de la azulada lámina solitaria en la que ahora se
refleja un encantador y sonriente rostro femenino en un marco de paz y silencio
que inunda todo en rededor.
Ya lo vemos, es una deliciosa ruta llena de vegetación que transmite una inmensa paz. para perderse !!!!
ResponderEliminarProcurar hacerla en verano y tempranito. Cuando desaparece el bosque el sol pega con fuerza.
EliminarEs una ruta maravillosa que seguramente no olvidaréis.