“Hace más de una década
recorría durante varios días áreas de la Costa del Sol y zonas del interior andaluz. A la par que disfrutaba de buena compañía, la
excelencia de algunos paisajes y bellas
localidades tomaba diapositivas y analizaba la vorágine que invadía el litoral.
Ha pasado el tiempo y
el artículo que entonces escribía acerca de los vaivenes y la barbarie
infraestructural sigue estando de actualidad y cómo no, la idea de verdadero paraíso
terrenal que esta porción peninsular encarna para buena parte de la gran marea
del ocio...”
¿Dónde se
halla el “Paraíso”?
En el confín occidental del Mare Nostrum, Mediterráneo Andaluz, se
extiende una de las regiones más fascinantes de nuestra geografía, un edén
histórico que fruto de los vaivenes
humanos cambia de fisonomía constantemente sin perder el hálito
paradisíaco aunque algunos de sus
elementos intrínsecos se hayan visto
profundamente trastocados. Es la franja
costera que, desde Almería hasta Gibraltar, recibe genéricamente el nombre de
"Costa del Sol", la gran
solana protegida por el Sistema Penibético y abierta hacia el cálido y luminoso
Mediterráneo.
Podríamos pensar que esta costa abrupta, de paisajes tostados,
muchas veces calcinados bajo el implacable sol, es un descubrimiento exclusivo
de la moda turística posterior a la II Guerra Mundial, sin embargo, el poder de
atracción de estos escenarios es muy lejano en el tiempo. Las viejas
civilizaciones mediterráneas, del Oriente Medio y del norte de África, así como
pueblos europeos más próximos en el tiempo sintieron la seducción del marco
geográfico que integran el mar, las tierras escalonadas para el cultivo, las
montañas manantial de agua y minerales y el cielo recortado sobre las sierras,
propiciador de bonanza climatológica
donde el sol, permanente riqueza, no ha extinguido su luz ni calidez a lo largo
de los tiempos.
Nada podían sospechar los viejos pobladores, ávidos de tierra
para el cultivo, la explotación marina y
el comercio, de las actuales motivaciones de
las masas del ocio. Es difícil
que pudieran entender que mares y tierras, garantes de las necesidades primarias, llegaran a
convertirse en escenario de recreo.
De cuantas invasiones ha soportado el mediodía andaluz ninguna tan
multitudinaria ni tan pacífica, ninguna tan deseosa de alcanzar el paraíso en
el "más acá", sin esfuerzo, sin tener que pensar en el dios de las
cosechas ni en las tempestades marinas.
Ninguna invasión tan fácilmente asimilada por la idílica atmósfera que tiñe lo
andaluz; ninguna ha captado tan profundamente la milenaria "cultura andaluza"
de la que habla Ortega, esa cultura en la que los andaluces han hallado la
ecuación perfecta para resolver el problema de
la vida. Las mareas del ocio hallan aquí el ambiente adecuado para hacer
de "la evitación del esfuerzo principio de su existencia".
En pro del bienestar de los
nuevos invasores el espacio ha trastocado sus funciones y la Costa del Sol ha
dejado de ser parte de lo que era: un
mundo que vivía de la pesca, los
cultivos mediterráneos o subtropicales, la minería de sus montañas y la
exportación de productos agrícolas,
textiles o minerales. Hoy es fundamentalmente "tierra urbanizada bajo el
sol y agua y arena bajo el sol", monocultivo industrial que mueve los
engranajes económico -sociales de la
nueva vida, creada más para el ocio y el solaz que para la producción de bienes
primarios. Atrás han quedado muchas y ricas explotaciones salinas, industrias
de salazón, curtido de pieles, campos de vid, olivo, cereal o algarrobo,
secaderos de pasa moscatel o de higos
enristrados. Bajo el mismo sol de maduración y secado ahora se tuestan los
cuerpos de media Europa y otros muchos de
dispares procedencias; junto al mismo mar crecen los inmuebles donde
conviven las lenguas, las razas y las edades de los nuevos ocupantes del
paisaje mediterráneo.
En pro del bienestar de la
nueva sociedad las infraestructuras crecen sin límites, las viarias,
residenciales, deportivas...... En muy poco tiempo todo resulta pequeño y
escaso.
Perdido el miedo al
invasor, ya no se esconden los pueblos de
la mirada del corsario ni del
pirata berberisco. Ahora crecen los pueblos con bloques pantalla o
torres de apartamentos y, cascadas de
urbanizaciones cubren las laderas con el inmaculado blanco de los
pueblos mediterráneos, construcciones muchas veces de dudosa calidad y estética pero, al fin y al
cabo, el fruto de los tiempos de
precipitación, abaratamiento de costes y especulación y, por qué no, de
los ideales de la marea turística que sueña con un lugar bajo el sol.
En pro del bienestar de los nuevos habitantes, la imagen de verdes
jardines irrigados, árboles y flores exóticas, inundan un paisaje humanizado
donde el rumor de las aguas en fuentes artificiales trasvasa y domestica
elementos y sonidos de la salvaje naturaleza. Abundantes piscinas, espejos de
la nueva cultura, no ya preciado bien de campos de cultivo, refrescan del tórrido calor y hacen más gratas las tardes
estivales. Los campos de golf, esponjas
insaciables de suelos mullidos, trasladan a esta geografía
lo más cuidado y artificial del ambiente húmedo norteño para recreo de una
élite social. Nada falta en este ámbito de ocio; innovaciones y añadidos de
otras culturas muy pronto se fusionan en
pro de lograr la mayor comodidad y libertad
Los nuevos dueños del
mediterráneo andaluz ya no cuentan exclusivamente con los paraísos de
agua, sol, paisaje, precios...... Aquí los paraísos son tantos como personas
transitan o residen. Son demasiados los paraísos terrenales y personales,
encarnados en naturaleza, lujo y ostentación, juego, moda, fiestas nocturnas,
blanqueo de dinero...... En este oasis de elísea atmósfera cada vez son más los
que se afincan y gozan de la felicidad
terrenal. Por eso, cuando las voces se
levantan ante la vorágine urbanística y viaria, ante el consumo de agua
en las urbanizaciones y campos de golf y
ante la pérdida de identidad paisajística y cultural, otras voces responden,
sin pensar en otras gentes, sin pensar en la naturaleza envilecida ni tampoco
en las generaciones que vendrán que, a pesar de los pesares, aquí han hallado
su paraíso personal.
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