Frente a mi ventana hay dos rectangulares construcciones con paredes y cubierta de piedra restaurada que vierten a dos aguas y bajo cuyo singular tejado sendas bóvedas de medio cañón sostienen techumbre y protegen el agua que brota en su interior,”agua sosa” como por aquí acostumbran a decir. Son las Fuentes de Abajo, similares en forma y material a otras de la misma localidad, Fuente Herrera y Fuente Blanca, ésta bajo tierra junto a la carretera que lleva a los Santos y Guijuelo.
La fuente más cercana a mi ventana alimenta el pilar y la poza, estanque éste que recoge el agua de riego para pequeños huertos familiares. La otra fuente, protegida por reja que permite ver su interior, vierte a través de canalillo hacia la pila de las nueces, conocida con este nombre por ser el tradicional lavadero de dicho fruto. El agua sobrante sirve para regar huertos más distantes de características similares a los anteriormente citados. Tanto fuentes como pilar y poza están construidas con piedra de granito, sillares bien labrados, algunos de gran tamaño.
En el pasado, la abundante ganadería mular y caprina abrevaba en pilar y poza mientras muchos vecinos utilizaban el agua del caño para beber, para limpieza de casas y calles, para los gazpachos y la elaboración del típico anisete.
Frente a mi ventana veo también la escalinata pétrea por donde discurre el agua en forma de gran cascada en época de lluvias y el enlosado regato que acoge cuando llueve la mayor parte de las aguas de la población.
Sobre muros protectores observo higuera, nogal, peral y laureles, conjunto arbóreo desigualmente cuidado del que, en parte, la silvestre naturaleza comienza a adueñarse. En la base de una de las paredes una gran piedra de lagar ocupa una esquina con función bien diferente para la que fuera concebida.
Mirando hacia lo alto, aparecen las populares construcciones y sobre ellas la cima del Castañar; en dirección opuesta la redondeada cumbre del Cancho.
De tanto mirar y sentir, el discurrir de los días, los meses, las estaciones y los años nos han ido dejando un poso de imágenes dispares y sensaciones diferentes del espacio que nos rodea: mañanas de invierno de hielo y frío, de lluvias que convierten el regato en torrentera y nieblas que se ciernen sobre el Cancho; días blancos de copos acumulados que pronto desaparecían; plácidas mañanas invernales de sol y limpio cielo que invitaban al paseo por el Camino de Valero. Dulces primaveras de tiernos y suaves brotes, de bullir de mirlos, herrerillos, ruiseñores y petirrojos. Fragancias de naturaleza floral silvestre y cultivada. Veranos de agradables mañanas y tórridas jornadas, con estampas de oropéndolas, palomas, mirlas y urracas. Veranos de humanos murmullos desde hora tempranera, de tránsito hacia huertos y viñas, de bulliciosos muchachos jugando con el agua. Tardes de baño hacia el Charquito y olores de carne asada. Otoños de color dorado, de días que se acortan y tardes que guardan silencio, de inconfundibles olores de vendimia, pitarra y castañas asadas. Noches de viento, de ramas que golpean y chirrían cual bisagras no engrasadas.
Muchas cosas permanecen; otras son historia pasada. Ya no se escuchan los reiterados pasos de herraduras ni el tañer de esquilas y cencerros al compás del tropel caprino ni tampoco se percibe en panaderías, hogares y potes el olor a jara. De igual manera dejaron de verse las sartas de higos en las solanas, tantas y tantas cosas que de la misma forma que los humanos pasamos las costumbres pasan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario