ENTRE SIERROS.
Es una mañana bochornosa y
canicular de agosto. Camino tras los pasos de Manuel bajo el entreabierto
bosque de quercíneas en el que sobre el
pedregoso suelo surgen raquíticas cistáceas, aromáticas plantas y matorral de
bardas y carrascas ramoneado y corroído por el vacuno extensivo.
A escasa distancia del inicio de
ruta se eleva un serrijón cuarcítico de bloques cuarteados y desgajados entre los que destaca un gran
monolito que despierta la curiosidad por su envergadura y algunos de los
ángulos con apariencia de intervención humana.
Manuel, el ágil guía, observador
de los mínimos detalles del territorio hollado desde niño, muestra los
abundantes cimientos circulares de hábitat remoto, posibles asentamientos
temporales ganaderos, huella de cisqueros…, quién sabe qué representan estas
reliquias pétreas así como los
derruidos y anchos muros que salen al paso. Nada dicen las fuentes escritas,
nada la tradición oral, nada la arqueología…
Junto a un cortinal, mitad aprisco, mitad
tierra cultivada otrora, atravesamos una
irregular vaguada, el surco del discurrir esporádico de las aguas de
lluvia y las fuentes fluviales secas en
esta época del año.
Comenzamos a ascender a través de
un conjunto alargado de emergente
estratigrafía pizarrosa con visibles formas de erosión natural en las uñas de
diablo y acumulaciones de rocas extraídas para construcción. Son “filones de
piedras” en Peña Coldo, explica Manuel.
Nos encontramos a más de mil
metros sobre el nivel del mar en zonas de pobres pastos que aprovecha la vacada
en la actualidad. Tiempo atrás parece ser que dominó el caprino y ovino.
Apenas hay claros en el monte ni señales de
posibles cultivos. Es la impresión que tenemos al mirar en rededor; seguramente
los hubo y el monte ha borrado su huella. Es complicado retrotraerse en el
tiempo y encontrar explicación a muchos de los cambios del paisaje y a las
estructuras que acaba de mostrarme Manuel. Son excavaciones en pizarra que tienen similitud con los lagares
realizados en granito tan abundantes en
la misma cuenca hidrográfica. ¿Es posible que en estos altos pagos hubiera
cultivo de la vid y elaboración de mostos o acaso podemos pensar en un uso
diferente de dichas excavaciones tal como sugieren algunos lugareños? ¿Fueron
secaderos de queso como alguien comenta? Si así hubiera sido estaríamos ante verdadera
industria, idea que rebaten otras voces del pueblo que siempre conocieron la
elaboración del queso de cabra u oveja como arte familiar y cantidad muy
limitada.
Continuamos ruta entre punzantes
pizarras y de pronto, antes de entrar en
el bosque, aparecen dos construcciones pastoriles de pequeñas dimensiones
semiarruinadas. Tienen forma circular y paredes de piedra en seco. Quizá están
relacionadas con el mundo de los cabreros al encontrarse cerca del denominado
Hoyo de los Chiveros.
Llegamos hasta una verdosa charca
para el ganado y seguimos subiendo para contemplar dos nuevas excavaciones
rupestres de único recipiente; la mayor tiene significativa fábrica mientras la
otra apenas se levanta unos centímetros
del suelo y rodean entecas carrascas.
Manuel habla acerca del Valle de
la Silla y la Peña el Niño, monte éste que cubre una densa fronda de robles y
encinas que desde la distancia conforma un hermoso tapiz. Desplazada la mirada
hacia el horizonte lejano de las sierras
más altas la calima apenas permite
vislumbrar un paisaje sin duda espectacular con distintas condiciones
atmosféricas.
Caminamos hacia las Fuentes del
Alagón, lugar que aunque carece de agua
en esta época, todos consideran como
nacedero del río que se encamina desde la Sierra Menor hacia la meseta
sur cruzando en dirección NE- SW el Sistema Central. Serán necesarias lluvias
abundantes de otoño e invierno para que de nuevo se vea fluir al menos un
pequeño caudal.
El calor no impide acercarnos
hasta la “Peña Buracá”, otro cuarcitoso sierro en que un gran bloque
desprendido forma fresca oquedad y permite ver la luz del lado opuesto. Allí los
insectos encuentran cobijo y la golondrina dáurica ha establecido su nido al
amparo de posibles depredadores.
De vuelta a Frades, la bebida
refrescante y el agasajo de Mariángeles, esposa de Manuel, colman de
satisfacción el final de una mañana repleta de inmejorables sensaciones.
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