Es domingo, la temperatura es
buena, luce el sol y apenas se perciben difusas nubes en altura. Se agradece caminar por las
tierras del Huebra y el Yeltes en día tan bello, más aún en soledad, en el
silencio humano y entre las prístinas piedras del más impresionante de los
castros vetones de la provincia de Salamanca.
Sorprende que tan espectacular lugar
no reciba visitas en día tan hermoso habida cuenta del gran patrimonio que
encierra.
El viajero solitario se recrea
realizando el itinerario en sentido
opuesto a las agujas del reloj desde la
puerta principal que da acceso a la ermita de la Virgen del Castillo.
Contempla extramuros tumba medieval, las
piedras hincadas con carácter defensivo, la necrópolis y la puerta que sufrió
la posible devastación con los bárbaros así como los primeros grabados del
recorrido. Llama la atención el espesor de la muralla (entre seis y siete
metros; en algunos casos más), los cubos de la misma, los diferentes accesos
hacia el interior, los numerosos grabados que en número de aproximadamente cien
se hallan dispersos por toda la cerca.
Conforme se camina hacia la abrupta
vertiente del arroyo Varlaña hay un idílico paisaje enmarcado entre la muralla
principal y los grandes bloques que sustentan la mampostería, el muro inferior,
los grabados, el verde claro del suelo, el oscuro de la encina que sombrea el
irregular paseo y el agradable rumor de las aguas que rompen el silencio a la
par que el lejano mugido de las vacas.
Un vertiginoso descenso nos conduce hasta el arroyo y la peña donde se encuentran los grabados conocidos como los Siete Infantes de Lara, interpretación popular de leyenda tantas veces recreada. Otro descenso, no menos acusado, nos lleva hasta el molino Varlaña, derruido edificio que debió cumplir importante función económica para los vecinos de Yecla de Yeltes.
De nuevo junto a la muralla, uno
de los conjuntos más representativos de grabados y cazoletas del recorrido y,
al tiempo que la topografía es más suave, nuevamente surgen las piedras
hincadas cerca de la principal entrada. Aunque
el espacio que estas llamativas defensas ocupan en la actualidad es reducido
parece ser que en el pasado se alejaron hasta setenta metros de la muralla.
El paseo por el interior,
no suficientemente excavado, permite ver parte de la estructura urbana de este castro
que ocuparon sucesivamente vetones y
romanos y que perduró habitado hasta la Edad Media.
No deja de ser un enigma la
reciedumbre de los muros, su conservación, el por qué de algo tan espléndido
frente a la mayor simplicidad de otros
lugares defensivos y sobre todo la gran cantidad de grabados rupestres, un
distintivo más de Yecla la Vieja.
Parecía un día especial. Todo
acompañaba, el silencio, la paz que colmaba de agradables sensaciones e inducía a la
interna reflexión, la idílica y pura atmósfera de aire, piedra y verde hierba, las
esbeltas encinas, el canto de las aguas
e insectívoros, el lejano mugido de las vacas, el trepidante vuelo del águila y
cómo no, sensación y reflexión principal, la historia del pueblo vetón, del
romano y medieval en la piedra reflejada.
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