De aquella península de la que
hablan las fuentes antiguas donde una ardilla podría cruzarla sin descender al
suelo, hemos pasado a paisajes de desierto, grandes urbes y áreas intensamente
humanizadas, reduciéndose los espacios naturales del país muchas veces a
verdaderos santuarios. Por ello, encontrar paisajes con sello primigenio aunque
en algún momento el hombre los haya trastocado es una suerte para quienes
podemos contemplarlos, disfrutarlos y enseñarlos a personas que aman la naturaleza, la sienten y
protegen sin el dudoso sello de
ecologistas de despacho o manipuladores que todo lo convierten en dinero.
Este encinar de ladera que impide
la entrada de la luz bajo sus ramas, donde solamente surge alguna caducifolia
de hermoso color otoñal, bien podría ser el ejemplo de aquellos primitivos
bosques que cubrieron muchas de nuestras
montañas.
¡Qué placer contemplar esta joya
natural que nunca nos cansamos de
admirar en las diferentes estaciones del año!
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