La tarde- noche se despidió con
truenos, rayos y abundante lluvia que como ríos discurría por las calles. La
mañana se despertó serena, sin ápice de viento, con olor a humedad, a hierba
recientemente segada, a saúco
persistente, a embriagadora madreselva; las vaporosas nieblas navegaban entre
Cancho y Castañar mientras el poderoso manto de bajas nubes impedía seguir el
curso de la corriente del Alagón y percibir las montañas alejadas. A pocos
metros, el rabilargo hurgaba entre la hierba y emprendía ágil vuelo, el
ruiseñor cantaba entre la tupida floresta, el cuco estaba distante y la
oropéndola, imperceptible, repetía el canto mil veces escuchado en primavera.
Frente a la magia del lugar, la
no menos mágica belleza del agazapado núcleo
en la pendiente que protege el umbroso y verde Castañar, San Esteban de la Sierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario