Algunos, desde párvulos,
aprendimos caminos guiados por el abuelo
o los tíos. La tarde de los jueves no había escuela. Era el día deseado
para ir de paseo, preferentemente a la Huanfría, el paisaje de los canchales
que impresionaban por su magnitud y más aún cuando te contaban las historias de la cueva del
oso, de la gente que en la noche se perdía al retornar en invierno de la fiesta
de Valero, cuando te hablaban del búho que anidaba en los roquedales, cuando te
decían que era tierra de linces y jabalíes, antes de lobos, cuando te hablaban
que había gente que se ataba con sogas para subir a los nidos de las rapaces… Aquellos
cantiles y los castañares del abuelo tenían para él una querencia muy especial
que quizá heredamos los demás. ¡Cuántas veces fuimos…!
El recorrido siempre era el
mismo. Una ruta circular por senda estrecha que saliendo desde el Barrero
llegaba hasta la Fuente el Fraile,
seguía el umbroso Castañar hasta la Sierra y el Castañar del Medio y de
allí a los primeros canchales. Desde
aquí bajábamos hasta el gran quejigo, la pedriza y los castaños situados a un
lado y otro de la misma. Una serpenteante vereda descendía y descendía entre castaños y bloques angulosos fruto de la crioclastia.
No era fácil el descenso por la irregularidad y la pendiente. Atravesábamos por
la parte inferior del pedregal hasta llegar
al paso natural entre las buzadas
metacuarcitas, la denominada Portilla. Allí contemplábamos bajo nosotros el
Alagón, diferentes charcos y las fuentes de la Huanfría. Por un estrecho camino
entre brezos, jaras, madroños, dispersos robles, encinas y castaños
retornábamos siguiendo a contracorriente
el Alagón hasta llegar nuevamente al Barrero y al pueblo.
El actual acceso hasta los
roquedales de la Huanfría ya no es un mero sendero; es una amplia pista que
poco antes de llegar se corta para seguir la ruta que a través de Santibáñez rodea el monte del
Castañar. El tramo hasta los canchales está enmarañado. El descenso entre
castaños y el pedregal se ha convertido en aventura y el camino desde la
Portilla al Barrero ha desaparecido ante el avance del matorral. No obstante los
cambios, la Huanfría, tanto castañar como las agujas pétreas como el río y las
fuentes siguen teniendo encanto particular
en todas las épocas del año. Aquí, son las leyes de la naturaleza las que se
han impuesto a la humana intervención.
Cualquier mañana o tarde es ideal
para acercarse a estos parajes que nos sumergen en el más bravío reducto donde
el dominio de la dura estratigrafía de cuarcitas, las pedrizas de gelifracción,
los atlánticos bosques de castaños y el rico sotobosque sirven de cobijo a
numerosas aves y mamíferos. Dos especies emblemáticas lamentablemente han
desaparecido del lugar, el búho real y el lince. Son frecuentes los buitres
como carroñero de porte, anidan águilas
y merodea la cigüeña negra. No falta el jabalí ni el corzo que aquí encuentran
alimento y refugio.
Es paisaje para recrearse, para
disfrutar del silencio y la paz externa e interior. Para descansar. Solo el
viento que agita las ramas, el agradable canto del ruiseñor, del herrerillo o
el petirrojo, el discontinuo martilleo del pico carpintero o el aleteo del
leonado o el águila rompen la quietud para hacer más idílico aún el contacto de
hombre y naturaleza. En el fondo del abismo, el intermitente Alagón a veces brama, otras
susurra, otras calma ¡Qué delicia contemplar
su curso y los higrófilos bosques galería de alisos y fresnos que en
pocos años han trastocado el cauce!
El tiempo discurre lento en este montaraz
territorio, tan hermoso, tan desconocido, tan amable a los ojos del espectador
que en la soledad del paisaje, recrea las sensaciones de los momentos más emotivos.
Momentos sublimes y el lejano día de la ruptura de un hechizo. Sientes a los
seres idos; rememoras los trabajos de limpieza de las trepolleras, la
conversación, la comida y la armonía que en estos castañares compartimos. Sientes
cómo florecen las prímulas, las violetas del camino, los narcisos de pálido
amarillo y peculiar perfume, el brezo blanco o el morado, la jara pringosa, la
carqueixa, el peral silvestre de la pedriza o el cerezo que esconde sus raíces
entre piedras. Disfrutas de las espectaculares madroñeras que ostentan flores y
fruto a la vez, saboreas el rugoso madroño y recoges en las primaveras
lluviosas la deliciosa cantarela. ¡Ah…,
y qué sensación de imprevisible sutileza
cuando el castaño se viste de candela y cuando en otoño, el encendido color de
castaños, robles, fresnos, quejigos y almeces, cual paleta de pintor, la
naturaleza impregna! Nada es comparable a
este impoluto y magistral marco, aislado de la muchedumbre y la ciudad, donde
se respira el aire más puro del planeta, donde te sumes en la más virginal
atmósfera, soñando la vida, soñando el
amor, leyendo a los poetas:
“Desde el umbral de un sueño me
llamaron…
Era la buena voz, la voz querida.
-Dime: ¿vendrás conmigo a ver el
alma?…
Llegó a mi corazón una caricia.
-Contigo siempre…Y avancé en mi
sueño
Por una larga, escueta galería,
Sintiendo el roce de la veste
pura
Y el palpitar suave de la mano
amiga”. Antonio Machado
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